Piguyis*

¿Será porque los padecí hasta el colmo de niña?

Si todavía recuerdo estar sentada en el balcón de mi abuela, con una toalla a los hombros y ella, con un casco-lupa, sí, no exagero, una lupa de esas que se sostiene al cráneo... buscándome las liendres... una por una.

"Una por una", así se lo habían dicho. "Es la única manera de cerrar el ciclo y no permitir que se sigan reproduciendo."

Georgina (compañera y amiga) y yo habíamos sido las 2 únicas señaladas en mi curso, después de lo cual, no recuerdo si nos llamaron afuera del aula o nos mandaron a decir a través de la profesora, pero lo cierto es que hasta que no nos despiojaran (por completo), no podríamos continuar ingresando al establecimiento.

Sentí vergüenza. Y no es que mi madre no se ocupara de mí, pero bueno, andaría muy tapada de trabajo o por algún motivo distraída.

Lo bueno fue que nunca anduve tan limpia de piguyis como a partir de ese episodio, y todavía más importante: mamé la técnica. La paciencia de obrero que se necesita para una limpieza correcta, definitiva.

Buscar el mejor producto. Muchas veces no queda opción. Los no químicos son menos agresivos, nadie duda de ello, pero muchas veces los bichos están tan fuertes que se te ríen en la cara, prácticamente diciéndote: "gracias. Gracias el baño de citrus."

Y luego, sí, el momento complejo. Pelo por pelo, detectar el huevito y con el dedo gordo y el índice en pinza, ir tirando del mismo, de la raíz hasta el final del pelo adherido... Y eso no es todo. Por lo menos, a mí siempre me da la sensación de que las pobre-diablas pueden volar o ingeniárselas para crecer en cualquier lado. Entonces, por si las moscas, tras quitarla de la cabeza (ahí se me revela la salvaje), la aplasto. Entre uña y uña hasta escuchar ese ruido tan característico que te confirma: liendre muerta.

Triste que tengamos que matar algunos bichos (estoy sensible) pero por el momento, no tengo alternativa. Si alguien la encuentra, soy todo oídos.

*así los llamaba mi abuela.