Por los paisajes dramáticos de Santa Lucía
La intensidad de la isla se respira a través de sus volcanes humeantes, montañas, selvas impenetrables, playas de película y un pueblo vibrante
16 de marzo de 2008
CASTRIES.- Todo en Santa Lucía parece exagerado. El turquesa imposible del mar, la selva negra de tan espesa, las montañas abruptas, las cascadas torrentosas, el clima de fiesta perpetua, el buen humor -¡inalterable!- de los locales...
Aunque se trate de un destino poco común entre argentinos, los europeos lo descubrieron hace años: de 1674 a 1814, para ser exactos, franceses e ingleses se disputaron la soberanía de este pequeño, pero estratégico, territorio volcánico, hasta tal punto que la isla cambió de manos no menos de 14 veces. Fueron los británicos los que finalmente obtuvieron el trofeo, y por eso el idioma oficial es el inglés, se maneja por la derecha y el cricket despierta pasiones comparables al fútbol por nuestros pagos.
Aun así, el legado francés continúa latente, principalmente en el patois (mezcla de francés y dialecto nativo) que se habla ampliamente, en la religión (predomina el catolicismo), o en el nombre de ciudades y comidas (dicho sea de paso, vale la pena probar la típica soupe Germou, sopa de calabaza con ajo, o el pouile dudon, pollo cocido con coco y azúcar).
La isla entera tiene aproximadamente la superficie del glaciar Upsala (600 km2), no más de 170.000 habitantes y un inmenso cinturón de playas (158 km2 en total). La mayoría de los hoteles se levanta sobre la costa misma, así que no hace falta ir muy lejos para nadar o bucear entre corales, tortugas y caballitos de mar (ojo que parece que en las mismas aguas también merodea The Thing o La Cosa, que vendría a ser la versión local del monstruo de Loch Ness).
Pero en este paraíso de paisajes indómitos hay más que sol, palmeras y resorts de lujo. Claro que hace falta un poco de voluntad para levantarse de la reposera, dejar el trago con la cereza a un lado y aventurarse a algunas de las variadas paradas que ofrece la isla.
Gros Islet: a este pueblito de casas de madera hay que ir los viernes por la noche, cuando se transforma en una enorme fiesta al aire libre. Turistas y locales desbordan la calle principal al ritmo del calypso, soca y reggae. Por precios mínimos hay pescado asado, pollo picantísimo, ron y cerveza helada.
Los Pitons: aunque el punto más alto de la isla es el monte Gimie (950 m sobre el nivel del mar), los picos más famosos son los Pitons (Petit Piton, de 739 m, y Gros Piton, de 786 m), dos conos volcánicos que surgen desde el mar y que pueden admirarse mejor en el descenso hasta el pueblo de Soufrière. Sus siluetas sirvieron de inspiración para el diseño de su bandera y fueron declarados por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Una curiosidad: en Superman II , nuestro héroe vuela entre los Pitons en busca de una rara flor para Luisa Lane.
Soufrière: fue la primera capital de la isla y hoy sobreviven sus casas de madera, balcones colgantes y algunos elegantes edificios coloniales desteñidos por el tiempo. Su nombre proviene del cercano Soufrière, un cráter de volcán que colapsó hace miles de años, y que se observa desde lejos por su penetrante olor a huevo podrido. Ningún aliciente, es verdad, pero se puede entrar directamente con el auto, ver los pozos de agua burbujeante y sumergirse en los chorros de sulfuro, famosos por sus aplicaciones terapéuticas. Además, todavía se pueden tomar los baños minerales construidos por el rey Luis XVI para refrescar y curar a las tropas francesas estacionadas en la isla.
Bastante más atractivo -al menos en el aspecto olfativo- es dar un paseo por el vecino jardín botánico, no sólo por el exotismo y la exuberancia de la flora, sino también por lo didáctico (por ejemplo, ¿sabía que la banana y el coco, dos iconos del Caribe, fueron en realidad introducidos del sudeste asiático y la Polinesia?). El recorrido finaliza en una espectacular cascada de aguas grises.
Anse la Raye: por las rutas ondulantes de la isla (consejo: mejor tomarse un Dramamine de antemano) se llega a este pintoresco pueblito pesquero donde las rayas, abundantes en otros tiempos, han desaparecido, pero los pescadores todavía están ahí, entre marañas de redes y barcazas de caucho. Si tiene tiempo tómese un trago en alguna de las modestas casitas de familia que funcionan como cantinas. Los dueños abren sus puertas, instalan un par de mesas y comparten bebida y tabaco a ritmo de soca.
Castries: la capital de Santa Lucía, que debe su nombre al ministro francés de la marina Maréchal de Castries, poco conserva de la época colonial en que fue fundada (1760), principalmente por los numerosos incendios que arrasaron la ciudad (el último fue en 1948). La plaza principal fue rebautizada en honor a uno de los dos premios Nobel de Santa Lucía, el poeta Dereck Walcott (el otro laureado es el economista sir W. Arthur Lewis). Tiene una catedral del siglo XIX, un árbol de 400 años y un colorido y bullicioso mercado.
Marigot Bay: pocos kilómetros al sur de Castries, en esta bahía tropical que durante siglos fue refugio de piratas hoy fondean algunos de los yates más suntuosos del Caribe. En los años 50, estrellas como Ava Gardner eran habitués de sus bares y restaurantes, y en los 60, la subyugante belleza de la bahía la convirtió en escenario perfecto para el rodaje de películas (una de las más famosas sea tal vez Dr. Doolittle ).
Central Forest Reserve: es una zona protegida de selva tropical con varios senderos, hogar del papagayo de Santa Lucía, hoy en peligro de extinción. Se organiza una gran variedad de excursiones por la selva, la montaña e incluso por antiguas plantaciones de cacao y azúcar.