Tuve recientemente ocasión de recorrer Portugal, país que no conocía y que me impresionó muy gratamente por su combinación de belleza física y acumulación histórica y cultural magníficamente conservada. Entre tantos puntos fascinantes del viaje resulta imposible obviar la singular sensación experimentada en Fátima, donde arribamos con mi marido hacia el atardecer de un viernes soleado de primavera. El circuito preveía una cena temprana para que aquellos viajeros que así lo desearan pudieran concurrir a la ceremonia del Rosario Internacional seguido por la Procesión de Cirios en la soberbia Plaza del Santuario.
Dado que el santuario es el corazón de la pequeña ciudad, la mayor parte de los alojamientos están alrededor. Así, luego de disfrutar de un típico menú portugués de sopa de verduras y bacalao con papas, recorrimos en una noche fresca los apenas 400 metros que nos separaban del santuario.
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La perspectiva de conocer finalmente este famoso sitio de peregrinación, así como la natural ansiedad por llegar a tiempo a la ceremonia, me impulsó a consultar varias veces en el hotel acerca del horario de la procesión. En el camino abundan los negocios de objetos religiosos y suvenires. Decidí comprar unas bellas velas que ofrecía uno de los tantos locales sobre la acera, pero cuando intenté pagar, el propietario de la tienda me las ofreció, señalando que eran un presente para quienes concurrían a la procesión.
A medida que avanzábamos veíamos confluir desde las diversas calles curvas que convergen en el santuario un número creciente de personas, la mayoría provistas de velas. En pocos minutos pasamos a integrar una multitudinaria concentración, para quedar finalmente deslumbrados al llegar a la inmensa plaza, con la basílica clásica al fondo y el moderno centro Paulo VI a nuestras espaldas.
El rezo del Rosario Internacional tiene lugar en la Capelinha de las Apariciones, una capilla construida en el lugar donde la historia atribuye las apariciones de la Señora del Rosario a los pastorcitos en 1917, y convoca a miles de peregrinos y visitantes cada viernes.
Un mero cálculo permitía estimar que en esa ocasión se habían congregado al menos cinco mil personas. Pero la emoción no reside en el número, sino en la unión, en la diversidad. Si alguien pudiera albergar dudas acerca del espíritu universal de la Iglesia, sólo debe tener la oportunidad de asistir a esta ceremonia, conducida suave y vibrantemente por un entusiasta sacerdote.
Cada delegación era invitada sucesivamente a aproximarse al altar para rezar el rosario en su idioma: se escuchó portugués, español, francés, inglés, italiano, alemán, polaco, croata, checo y hasta vietnamés. Observar a esta multitud de tan diversos orígenes -entre los cuales se distinguía un numeroso grupo vietnamita y otro de jóvenes de Mozambique-, incapaces tal vez de entenderse en un idioma común, aunque compartiendo, con los cirios en alto, un sentimiento colectivo en torno de una oración cuyo espíritu es plenamente reconocible, genera una emoción indscriptible, en particular en un entorno de belleza arquitectónica, presidido por la basílica.
La sensación de comunión surgida de la multitudinaria oración, culminando con la procesión en torno de la plaza, me acompañará para siempre como una ocasión inolvidable, en la convicción que se trata de una experiencia recomendable aun para aquellos que puedan dudar ante la fe, y ciertamente para todos aquellos que independientemente de sus confesiones comparten la creencia en un solo Dios.
Por Griselda Lamaison
No se pierdan
Puebla de Don Rodrigo
Salimos con mi hija Pilar de la nublada, fresca y fascinante Londres rumbo a Barajas, que nos recibía con sol y 29°C. De Madrid a Ciudad Real nos trasladamos en impecable tren. Al llegar a la estación retiramos el auto que nos llevaría a buscar a mi madre, Magdalena, que se encontraba con sus tíos y primos en el pueblo en el cual nació, Puebla de Don Rodrigo, y del cual emigró a la Argentina en la posguerra civil junto a sus padres y hermanas.
Camino a la Puebla de Don Rodrigo, los sentidos se disponían a reconocer cada lugar mil veces contados por mis abuelos. Puro espacio manchego: casas bajas y blancas, cabras, olivares, valles, estrechos, todo atravesado por el río Guadiana. En ese pueblo que parece hundido en el tiempo nos recibe de la mejor manera posible la familia, entre quienes se encuentra Anastasio, tan parecido a su hermano, mi abuelo, no sólo físicamente, sino también en su modo de pensar. Envuelve el cariño, los recuerdos y la emoción.
Siguieron los relatos, el recorrido de 13 km que cada día el abuelo hacía hasta Arroba como correo, contados en situación increíblemente cinematográfica por un grupo de ancianos reunidos en la plaza de piedra que rodea a la iglesia, que evocaban con cariño y precisión aquellos momentos como si lo estuvieran viendo.
Este gran viaje siguió en auto: Toledo, Galicia, Asturias y País Vasco. Recorrido que merece varios relatos que cuenten por ejemplo sobre la España verde, los pueblos marineros, el sentido de pertenencia y el disfrute de la buena comida. Recuerdos del viaje en el cual abuela, hijo y nieta se acercaron al abuelo que, dando largas zancadas, llevaba en sus alforjas y en el resto de su cuerpo, entre pueblos vecinos, medicamentos, alimentos, cartas y también mensajes que debían transmitirse oralmente.
Y en esos caminos volaron sus cenizas, cumpliendo con su deseo en el lugar que tanto quiso.
Por Julián Achilli
Compañeros de ruta
Perú
Desearía conocer la capital y las ruinas de Perú en la segunda quincena de mayo o junio, con señoras o señores jóvenes mayores de 60 años, e interesados en compartir el viaje. Espero sugerencias. Carlos, viajero_55@hotmail.com