Punta del Este: cien años de... sol
Más que una temporada, el balneario uruguayo prepara una fiesta para celebrar su primer siglo de vida; de los recuerdos color sepia a las novedades del verano; puro crecimiento
10 de diciembre de 2006
PUNTA DEL ESTE.- Tendría unos 6, 7 años a lo sumo. Despuntaba la década del 30, las calles eran de pasto y Dante Rinaldi andaba descalzo por la vida, cazando lechuzas con la gomera o jugando a la rayuela. Eso sí: había que estar de vuelta en la casa con la primera luz del faro. Porque si no aparecía don Plineo, su padre; se paraba en la puerta del rancho y empezaba a chiflar a pulmón lleno.
Qué descampado sería Punta del Este, que el silbatazo retumbaba varios kilómetros a la redonda y no había forma de hacerse el sordo. Y Dante corría con la lengua afuera hacia la casita de ladrillo y barro revocado, ésa con huerta en el fondo, un gallinero, dos vacas, un caballo y algún que otro lechón para fin de año. La misma casita que los Rinaldi empezaron a alquilar, por 300 pesos la temporada, a los primeros turistas que se aventuraban a estas costas.
"Mamá los recibía con un puchero de gallina y después empezaban a llegar el almacenero, el carnicero, el lechero... Todos iban personalmente a la casa a tomar el pedido de los recién llegados", recuerda Dante, de 81 años, viudo, dos hijos, tres nietos y auténtico nyc (nacido y criado) de la península. Esa península que nació de la mano de las salinas, la faena de lobos marinos y las pesquerías, que se conocía popularmente como Pueblo Ituzaingó y que un día de julio de 1907, cuando el caserío empezaba a tomar forma de balneario, fue bautizado oficialmente como Punta del Este.
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Este 2007 se cumplen 100 años de aquel hito, y parece que los festejos se prolongarán hasta diciembre próximo. ¿Qué tipos de festejos? Principalmente los musicales: shows de tango y folklore, grupos de instrumentos de cuerda o viento y conciertos de música clásica, entre otros espectáculos, prometen animar las noches en la zona del puerto y la plaza de los Artesanos.
Claro que con el conflicto de las papeleras y la amenaza constante de los cortes de ruta, el clima no se perfila como el más propicio para celebrar. La temporada última dejaron de venir 120.000 argentinos a causa de los bloqueos, y se teme que este año se repita la historia. Porque si bien la capacidad hotelera está casi colmada para enero (y ya hay un 65% reservado para febrero), en las inmobiliarias el ritmo de alquileres viene más bien tranquilo. Es decir, de la Punta a José Ignacio, según los operadores consultados, ya se alquilaron las propiedades más caras (hablamos de 20 o 30.000 dólares el mes), aunque no sucede lo mismo con las que apuntan a un público menos selectivo, de clase media. Ese que paga entre 1500 y 5000 dólares la quincena, y viene en auto por los puentes.
Para contrarrestar semejante panorama, el Ministerio de Turismo uruguayo lanzó una serie de promociones destinadas a beneficiar al turista argentino, entre ellas el descuento en supermercados del costo de los peajes que se paguen en las rutas y la devolución del equivalente a 9 puntos del IVA en sus compras. Ah, y una última: un tanque de nafta de regalo a quienes pasen más de una semana en el país (obsequio nada despreciable, si se considera que del otro lado de la orilla el litro de nafta sale casi el doble).
De todos modos, no todas las fichas están puestas en el turismo argentino, visto que la creciente presencia de extranjeros (de esos que vienen con ánimo de pasarla bien, sin fijarse demasiado en los precios) en suelo esteño no es nada desdeñable. Brasileños, chilenos, mexicanos, norteamericanos y europeos son parte del paisaje local durante la temporada. Y si no, vaya este dato: el verano último amarraron 33 cruceros internacionales en el puerto de Punta del Este. Este año serán 55.
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Allá por los años 30, cuando no existían los cortes de ruta ni siquiera las rutas para cortar, la mayoría de los argentinos que llegaba a Punta del Este lo hacía en el flamante ferrocarril (hasta poco antes se viajaba en los vapores de la compañía Mihanovich). Y allí, en la estación, de gorra y traje azul esperaba paciente el amigo Dante Rinaldi, que a sus 14 años -antes de trabajar como operador del Cine España, y mucho antes de dedicarse a la carpintería- era mensajero del hotel Miguez y uno de los encargados de recibir a los turistas.
Llegaban estos últimos todos emperifollados y cargados de baúles (no, no eran temporadas cortas las de entonces: la gente se instalaba por no menos de tres meses). Y después, cuenta Dante, los señores y las señoras partían en taxímetro a sus respectivos hoteles, aquellos que marcaron todo una época en el almanaque local: el British, el Biarritz, el España, el Miguez, el Nogaró...
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Y si antes eran los hoteles, parecería que lo que ahora marca a Punta del Este son las torres de lujo, que de la Punta a la Barra, y más allá también, crecen a ritmo de vértigo. Actualmente existen más de 20 de estos sofisticados complejos en construcción, a un precio promedio de unos 2000 dólares el metro cuadrado (aunque hay mucho extranjero, la mayor parte de los compradores son argentinos).
Sólo por nombrar algunos: Aquarela (parada 18 de La Mansa, 26 pisos), Le Parc (en la rambla de La Brava y Roosevelt, 23 pisos), Le Jardin (parada 16 de La Mansa, 25 pisos), Acqua (del reconocido arquitecto Rafael Viñoly) o Delamar, justo allí donde se alza el puente de La Barra. Y eso sin agregar los proyectos que hasta ahora están sólo en los planos, entre ellos las tres torres Imperiale (que la firma Atijas-Weiss planea levantar donde hasta hace poco funcionaba el hotel Playa) o las exclusivas residencias Quay, en la zona del puerto.
Por supuesto, todos tienen vista al mar y un concepto de confort total: business center, piletas, spa, salón de fiestas, y la lista sigue. Aunque tampoco faltan curiosidades como una pista aeróbica Cooper, una cava de vinos, un penthouse tríplex con ascensores internos o cocheras con valet parking y lavadero.
Y sí, dirían algunos (¿o muchos?), Punta del Este ya no es lo que era...
Playa, orquestas y excursiones a caballo
Programas que animaron a generaciones enteras
Es obligatorio el uso de mameluco enterizo para ambos sexos, debiendo tener pollerita sobrepuesta los que utilizan los hombres mayores de 15 años. La infracción a esta disposición será penada con multa de 10 pesos o prisión equivalente .
Menos mal que para 1935, año en que fue emitido ese edicto, las ordenanzas que reglamentaban los baños en Punta del Este eran mucho más suaves. Por ejemplo, hombres y mujeres ahora se podían bañar juntos en La Mansa, claro, porque La Brava era sólo para temerarios (los que se atrevían a entrar en el mar se sujetaban de cuerdas instaladas para tal fin). Pero aún había que llegar vestido a la playa (no era nada raro ponerse el traje...) y cambiarse en las casillas que hoteles y familias levantaban sobre la costa (las más ampulosas estaban en la playa del Plato, frente al puerto).
Sobre pilotes, en la orilla misma del mar, también se había inaugurado en 1930 un bar muy frecuentado, La Fourmi (o La Hormiga, en clásica alusión al otro bar popular de la época, La Cigale, La Cigarra). Después vendría la primera boîte de Punta del Este, La Fragata (1937), de Pancho Zalazar, y más tarde otros clásicos de la noche como Le Carrousel, Noa Noa y La Tromba, todos con sus orquestas en vivo y la presencia de artistas de nivel internacional (como los Cuban Boys o Cab Calloway). Y ni hablar de los famosos festivales de cine que Mauricio Litman, fundador del Cantegril Country Club, impulsa a partir de los años 50. Por allí pasaron artistas de la talla de Joan Fontaine, Gerard Phillipe, Walter Pidgeon, Yves Montand o Gina Lollobrigida, entre muchísimos otros.
¿Y de día? De día se iba a tomar el té a El Floreal o El Jagüel (aquí también se celebraban conciertos de música clásica y se bailaba el boogie-woogie mientras los más chicos patinaban), o se hacían largas cabalgatas a Portezuelo o la Barra de Maldonado, que por entonces eran verdaderas excursiones de campo.
"Punta del Este terminaba en Gorlero. Después eran todos establos", cuenta Armando Sagasti, vecino de toda la vida. Vecino de esa época en que todos se conocían -hasta el bañero Pipo Pescador era famoso- y a la operadora telefónica no había que facilitarle ningún número. "Simplemente se le decía ¿Me da con lo de tal o cual? , relata Armando. Esa época en que Gorlero era la única calle pavimentada y el España, el único cine, aquél donde todos aprovechaban para salir a fumar un pucho cuando se rebobinaba el rollo de la película. En que las empanadas de hojaldre de Madame Pitot eran imperdibles, El Mejillón estaba abierto las 24 horas, Mariskonea era leyenda y El Sargo se hacía célebre por sus mesas de fiambres.
"Y después, cuando la gente se empezaba a ir, íbamos a despedirlos a la estación de tren, simplemente para ver cómo se veían vestidos de traje y corbata", ríe Sagasti. El verano agonizaba y habría que esperar un año más para recibir los clásicos de Punta del Este.