El fin de semana vino mamá con las famosas valijas, las de cambio de temporada, las de todos los años. ¿Cuándo tendré un departamento que aguante toda mi ropa junta? No por el momento.
-Hagámoslo ahora, Sofi, porque después se te viene el frío encima.
Me trajo mis botas, mis tapados, camisetas, los sweaters con olor a naftalina y algún pantalón de corderoy. Pusimos todo encima de la cama y recién ahí una se enfrenta con lo que hay realmente disponible. De los tapados, uno sobrevive a este invierno y el otro ya no. Sweaters con bolitas (nada me puede enfurecer más) vuelan, bufandas que ni siquiera usé el año pasado, fuera. Hay gente que los necesita y yo algo me voy a terminar comprando. Aunque con los precios que vi en las vidrieras este año no estoy demasiado segura.
Hay cosas que pongo tan en el fondo de mi placard que pasan años y ni las toco. Y creo que la teoría es la misma: nada que no usé por más de dos temporadas se merece estar en mi placard. O más bien, no me merezco tener nada en el placard, que no haya usado por más de dos años. Si, es así.