Trieste, en el norte de Italia, está a orillas del mar, el mismo que baña Venecia, y algunas playas de Eslovenia y Croacia.
Ahí nomás, tan cerca.
Luego de caminarla y de descubrir que allí había vivido Joyce, uno de mis escritores favoritos, después de enterarme de que su Parque Científico es visitado anualmente por genios de este mundo..., encontrar un palazzo más hermoso que el otro y vislumbrar una vida de nobles dedicados a coleccionar las esculturas más admirables, me dirigí al Castillo de Miramar. Enclavado en las rocas y con el mar como su foso infinito decidí ser reina por un día.
El castillo había sido construido por Maximiliano de Habsburgo, hermano del emperador Francisco José, recordado marido de Sissi. Fue su residencia por muy poco tiempo ya que se trasladaron a México con su esposa. Entonces me pregunté: ¿por qué no disfrutar de una visita a sus habitaciones y sentarme a leer en algún rincón del inmenso parque que rodea el castillo? ¿Por qué no sentirme reina por un día con todos sus lujos? ¿Acaso no es ésta una de las más gratificantes recompensas de ser turista?