—¿El mejor viaje?
—Casi siempre viajo por trabajo. Soy un turista accidental, como se llamaba la película de Lawrence Kasdan. El viaje que tal vez recuerde es en 2003, en enero a Rotterdam, a presentar mi primera película. Nunca había visto una nevada, nunca había estado en un festival, nunca había imaginado hacer un largometraje. Todos esos nunca se revirtieron en ese viaje.
—¿Un rincón de Buenos Aires que te guste revisitar?
—Me gusta caminar los domingos a la tarde por las calles de Boedo, donde viví un tiempo. Si es otoño y hay sol, mejor.
—¿Una comida exótica que te haya gustado mucho?
—La comida de la India, deleite y picor. Fuego y sabor. No conozco los nombres. También alguna comida tailandesa y unas setas asadas en San Sebastián.
—¿Una máxima para armar la valija?
—Soy malísimo armando las valijas, llevo de más o de menos. No soy el indicado para dar consejos. Nunca supe trasladarme.
—¿Una situación viajera que te haya inspirado para escribir?
—Los trenes ayudan a escribir, mirar por la ventanilla y tener horas de viaje en tren, esa calma colabora.
—¿La mayor belleza natural que hayas conocido?
—Creo que la naturaleza me impactó en el Norte, en la quebrada de Humahuaca, sentí ese vértigo que tiene la belleza primitiva.
—¿Un mercado?
—Me gustan los mercados. El de Guanajuato en México, el de Valencia, uno en Jerusalén, algo de los mercados se parecen. Especias, olores, gritos, ecos. Me gusta un mercado que hay en la calle Entre Ríos, cerca de donde vivo. Me gusta el Mercado del Progreso en Caballito. Me conmueve el amparo y la abundancia que tienen los mercados.
—¿Una sorpresa del destino?
—La Gran Canaria, estuve el año último, sólo por unos días, de paso. El último día descubro su naturaleza de cruces, ciudad de fronteras, de paso, extraña y rota. Había algo parecido a América latina. La forma en la que hablaban. Me sucedió lo mismo en Manila, parecía un lugar conocido, frecuentado. Creo que eso es la sorpresa, que lo que creíamos diferente nos resulta conocido.
—¿Una decepción viajera?
—La decepción no tiene que ver con los espacios, sino con lo que a uno le sucede con ellos. Me refiero, a llegar a un lugar y estar cansado, no tener deseos de descubrirlo, querer volver a casa. La decepción es la de ser, cada tanto, un mal turista.
—¿Un día de vacaciones perfecto?
—No suelo tomarme vacaciones. O los viajes son vacaciones accidentales. Por festivales o alguna charla, etcétera. Entonces, cuando la paso bien es que puedo caminar, encontrarme con amigos. Me pasa en París, ciudad que adoro y a la que trato de volver siempre. Camino bastante, tomo café, converso con amigos, me pongo al día. Veo algo de teatro si puedo, sigo caminado, voy a cenar con ellos. Ahora que respondo, creo que las vacaciones perfectas están por venir, todavía no sucedieron. Estar calmo, al lado del mar, por ejemplo, es más un deseo que un recuerdo.ß
Viajar al misterio
He cansado a mis cercanos con anécdotas de viaje, desde un aterrizaje de emergencia hasta un incendio en un pueblo, tomar un tren en dirección contraria. Cuando uno cuenta, lo hace con la euforia del regreso. Ahora no me sucede. Pasa eso, que los viajes, para mí, encubren un secreto. Algo que no se puede narrar, tal vez porque es demasiado simple y privado. Me cansa viajar y me atrae. Puedo resolver situaciones, pensar mi presente, lo que me rodea, de una forma que no me sucede dentro de lo cotidiano. Me siento afortunado de viajar. No sé si soy un buen viajero, pero los viajes me han brindado experiencias que había imaginado. También supe más sobre mi persona, la pequeñez, los límites. Pero los viajes que modificaron puede que no sean sólo los que hice a otro continente, sino viajes más cortos. El viaje de Córdoba a Buenos Aires. El viaje en colectivo a ver a cierta persona que me interesa. Viajar al encuentro, al misterio, a lo que pueda suceder. Uno puedo hacer viajes increíbles, secretos, luminosos, cada día.