-¿Cómo te definís como viajera?
- Mochicheta . Me gusta el viaje aventurero, con poco equipaje y sin planes concretos ni reservas previas, pero... ya fue lo de armar carpa o hacer dedo, o comer latas de picadillo de carne para la cena.
-¿Lo primero que ponés en la valija antes de partir?
-La malla. Sea invierno o verano, nunca se sabe si no te toparás con alguna pileta.
-¿El destino más exótico que hayas conocido?
-Karlovy Vary (República Checa). Fui a un festival de cine. No entendí ni jota lo que se hablaba, pero la pasé genial. Después me fui a Praga, que quedaba ahí cerquita. Inolvidable.
-¿El mayor pecado del vacacionista argentino?
-Juntarse con los argentinos que viven en el lugar.
-¿Un prejuicio que hayas perdido durante un viaje?
-Aquello de que la higiene es fundamental...
-¿Tu museo favorito en el mundo?
-¡Muchos! El Uffizi, en Florencia; me enamoré. Allí estaban Botticelli, Miguel Angel, Rafael... En realidad me enamoró la ciudad entera; fui a todos los museos de Florencia y me resultaron inolvidables.
-¿Coleccionás algún objeto de tus viajes?
-Miniaturas bolivianas, mejor conocidas como alasitas.
-¿Crónica de un día de vacaciones perfecto?
-Desayuno abundante, salimos a caminar y nos perdemos.
-¿Un pensamiento recurrente de vacaciones?
-¿Cuánto viene a ser en pesos...?
-¿Tres características que debe reunir el compañero de viaje ideal?
-Callado, buen mozo y bilingüe.
Quince días de lluvia, viento y frío
Yo iba viajando por Costa Rica, sola y feliz de la vida. Donde el viento me deje era mi lema. Me dejó en una playa sobre el Pacífico que me habían dicho que era una hermosura paradisíaca. Llegué y vi que llovía mucho: bue, no importa. Voy a la playa con paraguas. Se sumó el viento: bue, tampoco es tan terrible, soy patagónica, por lo menos no hace frío. Se sumó el frío: la cosa empezó a ponerse incómoda. Frío, lluvia y viento por días y días y días. Nunca llegué a ver el mar porque estaba cubierto por una bruma rarísima. Decían que ahí estaba, yo no vi nada. Al otro día me entero de que quedamos aislados y que todas las rutas estaban cortadas: cola de huracán -decía la radio-, no salen ni llegan colectivos. Quince días me aguanté encerrada en el hotelucho sin ventana. Hasta que conocí una chicas danesas, muy audaces, y decidimos escaparnos de la playa paradisíaca en una camioneta manejada por un italiano, en la parte de atrás, por supuesto. Al viento y la lluvia se le sumó el barro. Por suerte tenía capucha (el paraguas se me había volado al tercer día). Eramos una caravana de 8 o 9 camionetas que íbamos escapando por el barroso camino de montaña. Nos hicimos famosas por ser las que se van empapando ahí atrás. Era un peligroso camino de montaña que estaba destruido; había árboles caídos, pozos, senderos borrados y sobre todo mucho barro. Tardamos 12 horas o más en bajar la montaña y llegar a un barco que nos llevaba con auto y todo no sé adónde. Ahí fuimos todos, ya bastante amigos, hasta que se hizo de noche. Llegamos a un pueblito y me invitaron a dormir en la casa de una pareja que había conocido. Eran medio budistas creo, tenían estatuas en la casa. Me prestaron ropa, me llevaron a un lavadero y ahí lavé y sequé toda mi mochila empapada. Me quedé como una semana en su casa, no me acuerdo qué pueblo era, pero sí que había sol. Nunca más volví a ver a nadie, pero la aventura que vivimos creo que ninguno la debe haber olvidado.