
Benjamín se mueve como loco. Empezó tarde, o al menos eso me hizo creer mi compañerita de yoga, que dijo sentir a su beba brincar, zapatear y bailar salsa cuando todavía no había llegado al tercer mes.
Como sea, Benjamín ahora está que no para. Lo siento todos los días y varias veces al día. Y se nota nomás viendo la panza; desde afuera, digamos.
La primera vez que el hombre de esta casa lo sintió, por poco llora. Puso la mano y recibió un patadita. Unas semanas después, ni hacía falta tocar: alucinaba viendo cómo salían chichones abruptos de mi abdomen y se quedaba como tonto a las noches viendo esas "explosiones de vida"; no lo podía creer.
Pero ahora ya se relajó. Es más: hay noches que, si no le digo, no se fija particularmente qué ocurre con la panza. Dice hasta mañana si Dios quiere y al rato ya está roncando.
Yo, a su vez, empiezo a atravesar un proceso inverso: me voy acostumbrando a esto de sentirlo. Y me gusta. Es como si estuvieras siempre acompañada; a cada ratito hay señales, a cada ratito alguien te de dice "eh! acá estoy!".
Y ya no sólo me acostumbro. Además -y terrible!- empecé a pensar que no me iba a gustar la idea de no tenerlo más acá dentro.
En fin, que recién ahora entiendo por qué existen las madres posesivas.
SEGUIR LEYENDO


Lanzamos Wellmess, el primer juego de cartas de OHLALÁ!: conocé cómo jugarlo
por Redacción OHLALÁ!

Gala del Met: los 15 looks más impactantes de la historia
por Romina Salusso

Kaizen: el método japonés que te ayuda a conseguir lo que te propongas
por Mariana Copland

Deco: una diseñadora nos cuenta cómo remodeló su casa de Manzanares
por Soledad Avaca Cuenca



