- Sin contar Buenos Aires, ¿cuál es su ciudad favorita?
-París.
-¿Por qué?
-La quiero, es una piedra preciosa, pero ajena, algo que conozco, pero poco, llena de misterios, con puertas oscuras que nos llevan a lugares soñados. Tan chica, pero infinita, es para vivirla siempre. Es algo que odié y amé. Tengo un amor platónico por París.
- Si tuviera que elegir entre Cuba o Estados Unidos, ¿hacia dónde partiría hoy de vacaciones?
-Elegir no me gusta, las dos me atraen, quizá me quedaría con Cuba.
-¿Un museo?
-El Prado, antes de que lo refaccionaran.
-¿El mejor viaje de su vida?
-El exilio.
-¿Qué es lo más extraño que le sucedió en un viaje?
-Empezar de nuevo, sin padres, sin reglas, sin preconceptos, volver a nacer sola. Esto fue lo más raro que me pasó.
-¿Hotel boutique o 5 estrellas?
-Ni lo uno ni lo otro, sólo sábanas blancas de algodón, limpieza y sin cucarachas. Es todo.
-¿Un puerto?
-El de Buenos Aires.
- Si fuera turista en Buenos Aires, ¿por dónde empezaría a recorrerla?
-Me gustaría caminarla, descubrirla, mirar a la gente, sus actitudes, poses y vestimenta. Después vería.
- Aunque viaje muchas horas, ¿mantiene la elegancia?
-Por desgracia o por suerte, realmente no lo sé bien, no estoy a la moda, me gustan pocas cosas y las mismas, por más viejas que estén.
Por Chunchuna Villafañe
La autora es actriz. Por estos días se presenta en Shangay, de José María Muscari, en el Chacarerean Teatre (Nicaragua 5565; 4775-9010 / 4774-3712).
CLEMENTE
Vivíamos en Llavaneras, cerca de Barcelona, en un sexto piso frente al mar. El teléfono y el correo eran la única forma de comunicación con Buenos Aires y el resto del mundo. El teléfono estaba en planta baja, en la casa del portero, un gallego que cantaba en su idioma bellísimas canciones y resonaban por todo el edificio. Bajábamos en tropel cuando él gritaba te-lé-fo-noooo. Hasta que un día le pedimos que dijera que llamaran en quince minutos, así quien quería hablar con nosotros no tenía que pagar por la comunicación mientras nos esperaba. Y así lo hizo. Estábamos en su casa, el tiempo pasaba y la llamada no se repetía.
En un momento me asomé adonde estaba el teléfono y lo vi descolgado. Entonces le dije: "¡Pero, Clemente, el teléfono está descolgado!" Y él me contestó: "Pues claro, ¡si va a llamar el mismo!" Así era Clemente.