
Comemos en Little Rose, por Palermo. Romanticón. Me quedo a dormir en lo del Turco. Primera vez. Conocía su casa de memoria pero bueno, ahora es distinto. El otro se mete en el baño y tarda siglos en bañarse. Yo doy vueltas, pongo música, me tomo una coca zero, prendo la tele, apago la tele. Está su compu prendida y los gorditos pedorros del MSN que saltan y hacen ruiditos para llamar la atención. Ni me acerco. No quiero ni ver. Igual me doy manija y me imagino las Flor, Magu, Lola, Maqui que andan del otro lado. Me alejo.
Después me tiro en la cama, agarro los libros que tiene en la mesa de luz. Muchos. No entiendo si lee más de uno a la vez como yo o qué. Abro el cajoncito. Apenas. Entro en sintonía CSI Miami. Busco pistas, indicios. Soy una retorcida. Papeles, gomitas de pelo de colores (¿?) paquetes de Prime plateados y azules, la máquina y unas fotos. Se ven unas piernas largas, de mina. Cierro. ¿Qué esperabas nena? ¿Salir con el último argentino virgen? Me pongo levemente de malhumor. El Turco sale de la ducha con una toalla en la cintura y todo mojado.
-¿Qué hacías, pibita?
Si le cuento que lo hubiese encerrado en el baño para revisar su departamento de punta a punta y encontrar todas las evidencias de todas las minas que vinieron antes que yo, me deja, sé que me deja. Yo haría lo mismo. Por loca. ¿Cuánto es el tiempo prudencial digamos, para que todo el entorno de minitas se de por enterado que el tipo ya no está disponible? ¿Un mes, dos?
-Nada, Turco. Estaba esperando que salgas.
Y ahí nomás le salté encima, lo llené de besos y me deshice de la toalla de un tirón. Imposible que note mi cara de loca. Estaba de lo más ocupado en otro tema. Y yo también.
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