Turismo premium vs. realidad low-end
7 de marzo de 2010
Era uno de esos días gloriosos en el Sur, sin una gota de viento, sin una nube en el cielo, con el río planchado como una pileta.
Los guardafaunas eran tres. Llegaron en una camioneta, se bajaron, revisaron el permiso de pesca, que el equipo fuera el correspondiente, que no hubiera más de una trucha por pescador. Y así, entre una cosa y otra, fue surgiendo la charla.
Una charla en la que nos enteramos, por ejemplo, de que hay 16 guardafaunas para patrullar una franja de más de 500 km de tierra y río en Junín de los Andes (si tienen suerte lo hacen en camioneta, otras veces en balsas, y no pocas caminando). Que todos alguna vez tuvieron que esquivar los cuchillazos de pescadores enfurecidos, ya sea porque se les quiso labrar un acta o directamente secuestrar el equipo. "Los turistas no -resaltan los faunas-. Los turistas son los más obedientes. Los problemáticos son algunos locales que creen que el río es de ellos."
Aunque peores son los cazadores. Porque hay que internarse de noche en el monte y hacer frente a aquellas sombras furtivas que andan blandiendo sus armas cargadas. Y ellos sin nada, claro (tendrían que salir acompañados por efectivos, se quejan, pero no). Dicen que están a disposición las 24 horas, que cobran 2300 pesos por mes, que ni uniforme les dan. Que no tienen apoyo de la provincia (de quien dependen, contrariamente a los guardaparques, que responden a Parques Nacionales) y que hay veces en que trabajan dentro del agua hasta con -11°C, sobre todo cuando participan en el proceso de desove artificial.
Es lo que hicieron en 2009, como todos los inviernos, salvo que esta vez decidieron grabar un video casero y subir la experiencia -desconocida para la gran mayoría- a YouTube. Al parecer, los jóvenes (tienen entre 24 y 29 años, al menos este trío que desgrana sus penurias) recibieron algunas tibias felicitaciones oficiales, aunque el sitio tuvo un aluvión de visitas ( www.youtube.com/watch?v=n6AZA_H_Mp0 ).
Y así, sin mucho más, saludaron, se subieron a la camioneta (era día de suerte) y partieron raudos por una huella de tierra. Y nosotros nos quedamos con esa sensación agridulce de que el día glorioso no volvería a ser tal.
No es ninguna novedad, por supuesto, saber que el turismo premium -porque hasta aquí llegan pescadores del primerísimo mundo, con el último superequipo al hombro y alojándose en el último super lodge- convive con la realidad menos glamorosa, o realidad a secas. Con gente que trabaja a destajo y pulmón, mucho más por vocación que por incentivo económico.
Pasa acá como en el Norte, donde alguna vez crucé a maestros con todas las letras, de esos que recorren kilómetros para ir a enseñar a un puñado de chicos en alguna escuelita rural. Y esa escuelita rural está apenas a unos pasos del flamante hotel boutique con pista de aterrizaje privada y servicios a todo trapo.
Pasa en el Norte como pasa en Perú y en la India y seguramente en Europa también. Y tal vez sea así, y no se pueda hacer demasiado como turista o ciudadano de a pie. Excepto brindar nuestro reconocimiento, dar a conocer el trabajo silencioso de esta gente y saber que gracias a ellos, o a los guardafaunas en este caso, en el río hay más truchas y menos saqueos, el pescador tiene la posibilidad de regresar año tras año y volver a sacar el ejemplar para la foto, y el turismo premium, al fin y al cabo, puede seguir existiendo.