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Un city tour para no permanecer neutral

De ronda por la cosmopolita y diplomática Ginebra, calle a calle, incluyendo un rápido paso por la señorial vecina y ex rivalCarouge




GINEBRA (El Mercurio, de Santiago).- "Había problemas con la presión de la cañería y tenían que liberar un chorro todas las noches. Al final lo dejaron", explica despreocupadamente la camarera del silencioso barco que nos trae hasta Ginebra.
Ginebra se puede reconocer de inmediato por el Jet d eau, el mentado chorro del que habla la camarera: una espigada columna de agua que da la bienvenida a todos los que llegan por el lago Leman, el más grande de Europa, y que algunos mapas insisten en llamar lago Ginebra. Y tal como dijo la camarera, surgió como un problema que, desde 1891, los pacientes y sensatos ginebrinos decidieron convertir en una ventaja. Un emblema de la ciudad que alcanza los 140 metros de alto.
Hay algo en esta historia que tiene que ver con la inalterable neutralidad suiza. O con el hecho de que ésta sea una de las capitales de la diplomacia mundial. O con que aquí nació la Cruz Roja Internacional. Y se instaló la Sociedad de Naciones luego de la Primera Guerra Mundial, y operen ahora Naciones Unidas, la Organización Internacional del Trabajo y una lista interminable de entidades y ONG.

Otra escena

Es la Place du Molard, a medio camino entre la ciudad vieja y la taquillera rue du Rhone. Una mujer espera. Al frente, dos platos con restos de pizza. De pronto, treinta y dos pequeños pájaros se arrojan sobre la mesa para dar cuenta de los trozos de masa con salsa de tomate. La mujer mira algo incómoda y parece buscar con qué espantarlos. Luego sonríe. Levanta su cartera y parte para pagar.
Moraleja. En Ginebra parecen saber que todo problema tiene solución. Y si no la tiene, quizá no sea un problema. Así que mejor pagar la cuenta y disfrutar el espectáculo.
Es lo que pasó con Carouge, la ciudad rival al otro lado del río Arve, a no más de media hora en tranvía del centro histórico de Ginebra.
Carouge fue el instrumento de Víctor Amadeo III de Saboya para vengarse de los ginebrinos, después de que éstos convencieron a sus soldados -a cañonazos, se entiende- de la inconveniencia de anexarlos.
Lo que hizo el contrariado noble italiano entonces fue traer arquitectos para rediseñar la vieja Carouge. Y de paso, libró de impuestos a cuanto comerciante y artesano quisiera instalarse en la emergente ciudad. Todo con tal de opacar a los prósperos ginebrinos, que seguían muertos de risa al otro lado del río.
Carouge es ahora una barriada amable y nada belicosa. Una especie de comuna a la que se llega en los tranvías 12 y 13. Es además una ciudadela de arquitectura italiana y un rincón no demasiado conocido por los turistas.
Estar aquí es como cambiar de país sin el odioso trámite de los pasaportes. Altas y sobrias fachadas del siglo XVIII, balcones de los que cuelgan arreglos florales y vecinos deleitándose con las tibiezas otoñales. A pesar de las pretensiones de gran ciudad con las que surgió, el sector histórico de Carouge es pequeño. Un puñado de calles bien recuperadas, todavía con andamios y restauraciones en marcha. Para echarle un buen vistazo bastaría partir por la Place de Sardaigne y recorrer luego la rue Jacques-Daphin, la Place du Temple (si está abierto, aprovechar para entrar en el Templo, bella e inusualmente decorado, tratándose de un edificio protestante), y seguir por las calles St-Victor, du Pont Neuf, y volver por St-Joseph.
Una ruta fácil de apuntar, pero difícil de seguir porque abundan las excusas para detenerse. Dependiendo de la hora, por ejemplo, se podría almorzar o cenar en el íntimo restaurante en la trastienda de Délices du Comptoir (10, rue St-Victor; www.lesdelicesducomptoir.ch ). O distraerse a la vuelta en la relojería artesanal L Art du Temps, del español José Durán (3, rue St-Joseph), o en el taller de Jean Kazes (22, rue St-Joseph), artista de los relojes de péndulo, con un récord Guinness por un péndulo de poco más de 30 metros.
En la esquina de St-Joseph con la Place du Temple está la premiada panadería Wolfisberg (5, Place du Temple). Aquí casi todos los pasteles y panes son creación original de François Wolfisberg, campeón europeo de panadería. Una cuadra más adelante está la Place du Marché y la Sainte Croix, una iglesia católica particularmente sobria en sus decorados, en comparación con el templo protestante anterior.
La caminata podría seguir por la rue du Marché, hasta la rue Ancienne. Para recupera energías, probar la generosa carta de vinos del Qu importe le flacon (1, rue Ancienne). Al final de esta calle está la Place du Rondeau. De aquí se puede volver por el Boulevard des Promenades. O tomar el tranvía de regreso a Ginebra. La ciudad rival.

De la ONU a la Cruz Roja

Si se quiere hacer un recorrido más ginebrino, se puede partir de la Place du Bourg-de-Four, la más antigua de la ciudad (sus orígenes se remontan a la época romana), un inclinado pedazo de cemento lleno de mesas.
Dependiendo del tiempo, en algún momento se podrá recorrer el distrito de los organismos internacionales, en un parque que orilla el lago Leman y donde se puede ver el Palais des Nations, donde funciona la ONU ( www.unog.ch ) y el museo de la Cruz Roja ( www.micr.org ). O se podrá saltar a la otra ribera del lago, para conocer el bonito Parc des Eaux-Vives y las poco pretenciosas barriadas periféricas, donde algunos famosos del jet set se esconden en mansiones rodeadas de árboles.
Desde la Place du Bourg-de-Four, se puede caminar hacia la Cathédrale Saint-Pierre, no sin antes saludar a la delicada Clémentine, una estilizada estatua femenina, usualmente decorada con flores y cartelitos que pregonan alguna causa políticamente correcta.
La catedral es un hito imperdible. Desde lo alto de su torre norte se tiene las mejores vistas de la ciudad. Al costado, en la Maison Mallet, se puede visitar el Museo de la Reforma ( www.musee-reforme.ch ): en esta ciudad Calvino instaló su Academia, y se dio refugio a los disidentes de toda Europa, por lo que llegó a ser conocida como la Roma protestante.
A pasos de la catedral está el Hótel de Ville, sede del ayuntamiento, pero que interesa más bien por la Sala Alabama, donde se firmó la primera Convención de Ginebra, que dio origen a la Cruz Roja. Y un poco más allá está la promenade de la Treille, un paseo con frondosos árboles y la banca pública más larga del mundo (120 metros).
Mientras uno mira la vida como un ginebrino más, se puede fijar que abajo (el casco antiguo está en altura, como era usual en ciudades en permanente amenaza de ataque) está el bonito Parc des Bastion. Una especie de parque forestal en el que los niños juegan y las parejas se miman ante la mirada de los padres de la Reforma, esculpidos en un alto muro.
En la costanera están los puentes para cruzar el río Rhone y las fachadas a lo largo de la Quai du Mont-Blanc, la costanera que oculta cuadras y cuadras de tiendas, bares y restaurantes. Al frente, el Jet d eau: el chorro, ese que empezó siendo un problema y que los ginebrinos supieron convertir en un placer.
Mauricio Alarcón C.

Datos útiles

Dónde dormir

Lujo. La Réserve: cinco estrellas de diseño a cargo de prestigiosos nombres de la decoración europea. Tiene spa y 102 amplias habitaciones. Dobles, desde 283 euros. www.lareserve.ch .
Medio. Royal: cuatro estrellas en remodelación. Dan una cuponera con servicios gratuitos y descuentos. Cerca de la estación central de tren. Desde 138 euros. www.manotel.com .
Económico. Ginebra Turismo tiene varias promociones en buenos hoteles, con tarifas desde 59 euros. www.geneve-tourisme.ch .

Excursiones

La agencia Illico tiene buenos tours en Ginebra y Carouge: gianna@illico-travel.ch; www.illico-travel.ch .
Geneva Card permite usar gratis el transporte público y acceder a muchos de los museos. Cuesta 13,5 euros por 24 horas, y 30 euros por 72.
La Compagnie Générale de Navigation sur le lac Léman ( www.cgn.ch ) maneja todos los barcos desde y hacia Ginebra.

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