Hubo un tiempo en el que los jóvenes de sectores medios accedían a la universidad desde un marco de certezas: la movilidad social ascendente, la seguridad de una profesión, la pertenencia a un colectivo más amplio que el de la propia juventud. Hoy, los hijos y nietos de esos mismos sectores han aprendido a navegar en la incertidumbre. Sin embargo, esto no significa necesariamente una mirada negativa o desencantada de la universidad.
En primer lugar, no ha desaparecido absolutamente la idea de que el pasaje por la universidad pueda habilitarles un buen lugar en el mundo del trabajo, pese a que éste ahora no sea sólido ni previsible. Aunque no lo tengan como certeza, hay una confianza que subsiste en la idea de que las credenciales permitan un acceso al mundo del trabajo. Poder trabajar de lo que se estudió es una promesa que todavía se desea y se espera, pero desde la ausencia de seguridades.
Esta mirada es pariente, algo lejana, de la asociación directa entre universidad y ascenso social de otras generaciones. Podríamos pensar que la universidad ocupa un lugar de "paracaídas" para amplios sectores medios que en las últimas décadas han ido empobreciéndose. Los jóvenes ven la universidad como un modo de mantenerse, de no caer en la escala social, de seguir teniendo lo que tuvieron sus abuelos, lo que pelearon sus padres. Aunque esto no es más una aspiración colectiva, sino que se piensa como una serie de estrategias individuales que tendrán que desarrollar para aprovechar las circunstancias y de forma también individual forjar el propio destino. La universidad es, para ellos, una propuesta difusa y confusa de recursos -capitales simbólicos y objetivables- que se pueden o no "cazar" de acuerdo con las capacidades y oportunidades personales. Y aquí entra desde la posibilidad de conseguir un título hasta la de incorporar una mirada crítica y creativa de la vida que les facilite actuar en un mundo cambiante.
También la universidad es vista por muchos jóvenes como un espacio de entrada a la adultez, que les permite el desarrollo de la propia autonomía. A estos jóvenes a los que se les han desdibujado los ritos tradicionales de entrada en el mundo adulto (las dificultades para la formación de una familia, para independizarse económicamente, para incorporarse a un proyecto político), la universidad se les aparece como un espacio donde tomar decisiones propias, muy distinto del de la escuela, por donde dicen haber transitado sin oportunidad de intervenir sobre lo que acontecía. Si estamos en un momento histórico en el que la individualización y la autonomía ocupan un lugar central en la vida social, esta asociación entre universidad y subjetividad no es un dato para dejar de considerar.
La autora de la nota es docente e investigadora de las universidades nacionales de La Plata y de Quilmes.
- Sin certezas, pero con esperanza. La mayoría de los jóvenes llega hoy a la universidad en un marco de incertidumbre pero, según la investigadora Florencia Saintout, la siguen viendo como el camino que permite el acceso al trabajo, la seguridad de comenzar un proyecto personal y el lugar para construir su autonomía.