
SOUFRIERE.- Santa Lucía, ex colonia francesa, luego británica, es pequeña -43 kilómetros de largo y 23 de ancho-, pero tiene todo lo que un adulto esperaría de unas vacaciones en el Caribe: aguas azules, sol, playas de arena, buceo, caminatas por bosques tropicales y nada de andar a las corridas. Pero hay algo que no figura en las guías: en Santa Lucía, los chicos son también bienvenidos. Y para nuestra familia, venir hasta aquí desde Nueva York para estar juntos, en un ambiente donde se acepten a los más pequeños, era importante.
Todos se detenían a ver Dillon, mi bebe de ocho meses, con una sonrisa y no podían evitar agarrarle los cachetes. Los restaurantes ofrecen sillas para los bebes sin que uno tenga que pedirlas.
Cuando hicimos las reservas en el Jalousie Hilton Resort, en la remota costa sudeste de Santa Lucía, no sabíamos esto. Como queríamos unas vacaciones más largas para ver distintos aspectos de la isla, reservamos, también, en el Windjammer Landing Villa Beach Resort, en la costa noroeste.
En ambos casos, nuestra elección tuvo que ver con que el hotel tuviese actividades para los chicos.
Algunos resorts no aceptan niños menores de 2 años. Otros, no están preparados para las criaturas.
El centro de aprendizaje para niños de Jalousie está abierto a los chicos que se alojan allí a partir de los 5 años. La concurrencia es sin cargo. Aprenden sobre biología marina, que incluye el estudio de conchillas, la búsqueda entre las piedras en la costa, la identificación de tipos de coral. También pintan peces en libros para colorear.
El segundo día, Diane fue a un viaje de campo hasta un manantial de aguas termales en el volcán Soufriére.
Allí, los chicos, con su líder y guía local, treparon la ladera hasta un punto panorámico desde donde veían borbotear el lodo y las columnas de vapor.
En Windjanimer, el programa para chicos era similar al de Jalousie, pero se asemejaba más a una colonia de vacaciones. Los chicos se reunían durante el día en la sede donde se formaban grupos y se iban a nadar, andar en bote, juntar caracoles, identificar flores o jugar a algo. También aceptaban bebes, pero éstos tenían que estar acompañados por un mayor.
Diane se hizo de muchos compañeros en Windjanimer, y había varios bebes de todas las edades. Cuando se encontraban en el buffet del desayuno, era una hilera de sillitas altas. Pero nuestra camarera estaba enamorada de Dillon y nos reservaba una mesa especial en un rincón tranquilo del restaurante al aire libre.
El complejo, diseñado para proteger las bellezas naturales del valle y la ensenada, es bajo y se extiende por debajo de los árboles. La gran mansión de tres pisos conserva el estilo de las plantaciones, con porches cubiertos, escalinatas amplias, salones de techos altos y el constante runrún de los ventiladores. Un par de restaurantes, un bar, una gran salón amoblado con antigüedades coloniales.
Nos alojamos en una cabaña en la pendiente del valle, detrás de un bosque espeso de palmeras y mangos. La piscina era grande y teníamos una vista espectacular del océano.
Datos útiles
Cómo llegar: el pasaje aéreo, ida y vuelta, desde Buenos Aires hasta Miami cuesta aproximadamente 600 dólares, con impuestos y tasas incluidos. Desde allí hasta Santa Lucía, de ida y vuelta con tasas e impuestos, 720.
Alojamiento: una habitaciín doble en un hotel tres estrellas cuesta entre 55 y 85 dólares; cerca de 200, en uno de cuatro, y hasta 430 en uno de cinco.
En Internet:
Anne Z. Cooke
(Traducción de Andrea Arko)
(Traducción de Andrea Arko)
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