Venecia: la romántica de siempre
Se hunde lentamente, los 20 millones de visitantes que recibe por año la agobian, pero la ciudad de los canales, a pesar de estar en riesgo, sigue espléndida y cautivante
4 de noviembre de 2012
VENECIA.- Imponente, pero tan frágil... Se hunde de a poquito, imperceptiblemente. Ya no es rica ni poderosa, pero es única y huella fiel de la historia. Las lanchas van y vienen, y el oleaje, insensible, golpea las talladas puertas de lujosos palacios. Su futuro es incierto: le auguran desde apenas 60, hasta mil años de vida. Una obra faraónica intenta salvarla, pero su eficacia todavía está por verse. Esta maravilla en peligro se vuelve entonces aún más atractiva, más increíble.
Su fundación data del 421. En su apogeo, erguida como mayor ciudad portuaria del mundo en el siglo XV, albergaba 200.000 personas. Era el punto neurálgico entre Oriente y Occidente. Hoy, sus residentes son apenas 40.000, y recibe más de 20 millones de turistas al año.
No sólo el agua es amenazante. La ciudad debe soportar demasiados viajeros. El puente Rialto, el más famoso y concurrido, tiene su ancha baranda de mármol suave y brillosa. Es el efecto de miles de manos que la han ido puliendo durante los siglos. Hasta el metal veneciano muestra secuelas. Varios proyectos han surgido para limitar la cantidad de turistas, pero nada por ahora nos impide conocer Venecia.
Hay tres formas de llegar: en tren, ómnibus o auto, atravesando un puente de cuatro kilómetros. Uan vez en la ciudad, la mejor forma de moverse es a pie o en vaporetto, lanchas colectivas municipales con infinidad de recorridos. El boleto cuesta 7 euros y permite su uso durante 60 minutos en una misma dirección. Lo más conveniente es sacar un pase, que dura desde 12 horas (18 euros) hasta una semana (50 euros). "Piazza San Marco", grita frente a la estación ferroviaria de Santa Lucía el marinero que amarra y abre la puerta para el ingreso de pasajeros. Se anticipa a la pregunta del millón. La manada aborda.
La línea 1 del vaporetto arroja el primer pantallazo desde el agua. Circula por el camino más pintoresco recorriendo el Gran Canal, arteria principal que divide la isla en dos partes. Allí arrancan los primeros flashes. Lo ideal es ubicarse en la parte trasera, que está al descubierto y permite las mejores tomas. Sin prisa y respetando puntualmente sus horarios y paradas, el barco muestra los palacios más lujosos, los principales puentes, y ofrece bajarse en el punto más emblemático y turístico de esta ciudad, la plaza San Marco.
Cuando sube el agua
Las góndolas y el puente Rialto, el más famoso de Venecia, en el Gran Canal - Créditos: Corbis
Como un puntito más dentro de aquella muchedumbre, empiezo por aquí el recorrido, mientras el agua brota de las rejillas y hendiduras que tienen las baldosas de la plaza. Nada nuevo para un veneciano. Está llegando el momento de la pleamar, y éste es el lugar más bajo de la isla, el que primero se inunda. Las pasarelas, apiladas en rincones, empiezan a ponerse en hilera formando pasillos a unos 40 cm del piso. No será por mucho tiempo, el agua que recién asoma, en breve emprenderá su retirada.
En la plaza San Marco, la estrella es su basílica. Construirla llevó 30 años; decorarla, siete siglos. Ingreso bajo ese techo colmado de venecitas. Al caminar llama la atención el suelo, ondulado por los movimientos de los pilares que la sostienen bajo el agua, y las sucesivas inundaciones a lo largo de los siglos. El atrio, además, es el punto más bajo de toda la plaza.
Al lado se alza el campanario, símbolo de Venecia. Ya no es aquel construido en el siglo XII, porque una mañana de 1902, simplemente se desplomó. Pero fue reconstruido igual y con los mismos materiales: ladrillo, piedra blanca y cobre en el techo. Unos minutos de espera me llevan, por 8 euros, hasta su cima en ascensor. Desde allí se obtiene una vista panorámica, un interminable rompecabezas de techos rojizos que no permiten distinguir siquiera los canales. Se ve la bahía y la pintoresca isla enfrentada de San Giorgio Maggiore, donde residen apenas cuatro monjes.
"Los visitantes suelen preguntar disgustados por qué hay carteles publicitarios cubriendo la fachada de algunos edificios. Se están restaurando. Venecia es una ciudad muy antigua y muy costosa de mantener, y estos patrocinadores son una manera de afrontar las refacciones", explica una guía turística al señalar el Museo Correr, tapado con una gigantografía publicitaria. Es uno de los tres edificios que en forma de U abrazan la plaza.
Junto a la basílica, el Palacio Ducal es otra joya que convoca. Cada turista quiere sacarle una foto: se alzan iPad, celulares, y todo tipo y tamaño de máquinas de fotos. Venecia enamora, nos rinde a sus pies. Pero es momento de escapar de tanto bullicio, de las fotos y los vendedores callejeros de baratijas y suvenires made in China.
Es momento de entregarse a la ciudad, elegir una callecita y dejarse perder. Conocerla con un mapa en la mano es misión imposible. Las angostas calles, sus giros y los sottoporticos (pasadizos bajo los edificios) no se muestran en el plano. Entonces, lo mejor es zambullirse en este laberinto y dejar que nos sorprenda. Descubrir maravillosos rincones insospechados con iglesias milenarias mientras cruzamos sus venas acuáticas por algunos de sus 450 puentes.
La plaza San Marco - Créditos: Corbis
A unos minutos de la plaza San Marco, el bullicio va desapareciendo. Quedaron atrás las tiendas lujosas como Ferrari, Valentino, Fendi, Prada o Ferragamo; los restaurantes con menús turísticos por 10 euros; los negocios de máscaras venecianas o papel, y hasta los llamativos palacios. No hay un camino cierto hacia delante. Lo lindo es improvisar sobre la marcha. Un puente invita a tomar una callecita pequeña, pero a pocos metros el camino se torna aún más angosto.
En el cielo, una soga cuelga entre casas enfrentadas secando la ropa del día. Un muro al fondo insinúa que no hay salida, pero la curiosidad propone seguir adelante. Ese pasillito gira 90° y continúa ahora más oscuro y solitario. Al fondo hay claridad, algo debe haber. Impaciente me asomo al final del laberinto y ¡zas!, un espacio abierto con una monumental iglesia. Sorpresas que da Venecia. Es Santa María dei Frari. Sobre un lateral, San Rocco. A cada paso impresionan los templos católicos, cualquiera de ellos es una atracción turística en sí misma, pero aquí aguardan solitarios frente a tanta competencia.
Góndolas low cost
Las góndolas, mientras tanto, van y vienen por las calles de agua como un incansable carrusel. Se pasean con novias de blanco, parejas o grupos de turistas que dejan en el aire sonidos de idiomas irreconocibles. El viaje cuesta 100 euros y dura unos 40 minutos (se puede regatear). "One hundred, cien, cent", el gondolieri contesta el precio en infinidad de idiomas. Pero por apenas 2 euros es posible vivir la experiencia low cost. Los traghettos son góndolas colectivas que cruzan el Gran Canal, y se usan como medio de transporte a cargo de dos remeros. Los hay disponibles en siete ubicaciones. En Santa María del Giglio, a 7 minutos de la plaza San Marcos, tomo el traghetto que cruza al distrito de Dorsoduro, uno de los seis barrios de Venecia.
Cómo sería la vida sin el rumor de los motores sino apenas el oleaje levantado por los remos, pienso, y ya estoy del otro lado del canal. Allí se emplazan dos de las más importantes galerías de arte de Venecia, la de la Academia y la colección Peggy Guggenheim.
El Rialto, del siglo XVI, fue el primer puente que permitió cruzar a pie el Gran Canal - Créditos: Corbis
Entre los curiosos turistas, unos estudiantes universitarios festejan con harina y ketchup sobre una víctima recién recibida. Venecia tiene vida propia. Unos pocos pasos conducen a la imponente iglesia de Santa María della Salute, en una ubicación privilegiada: la punta de la isla. El sol cayendo sobre los techos arcillosos, rodeada de ese mar verde esmeralda, es una caricia al alma.
Poco a poco, el bullicio va desapareciendo. Esta ciudad, que arde a la par del sol, ahora está en silencio, descansa. La mayoría de sus visitantes vuelve a Mestre, la hija industrial de Venecia a apenas una estación de tren y 1,20 euros mediante. Allí el alojamiento es más económico. Pero también es un privilegio ver esta isla de noche. Se vuelve aún más romántica, más íntima. En la plaza San Marco suena en el aire el famoso tema de la película Love Story, a cargo de una orquesta con seis músicos, bajo las estrellas en el Florian, primer café de Italia. Unos pocos oídos son ahora los únicos privilegiados. Después de todo, Venecia es una historia de amor, un beso que ojalá dure eternamente.
DATOS ÚTILES
El café Florian, el más antiguo de Italia - Créditos: Corbis
Cómo llegar
En ferrocarril desde Roma (u otras ciudades de Europa) hasta la estación Santa Lucía, o con conexión aérea al aeropuerto de Venecia, desde donde hay que sumarle el bus Nº 5 hasta Piazzale Roma o el vaporetto Alilaguna.
En ferrocarril desde Roma (u otras ciudades de Europa) hasta la estación Santa Lucía, o con conexión aérea al aeropuerto de Venecia, desde donde hay que sumarle el bus Nº 5 hasta Piazzale Roma o el vaporetto Alilaguna.
Vaporettos: www.actv.it
Dónde dormir
Venecia (isla). Una excelente opción es en el hotel Antiche Figure, al lado de la estación ferroviaria, desde 100 euros. Uno de los hoteles más tradicionales y lujosos es el Danieli, al lado del Palacio Ducal y frente a la bahía, desde 300 euros. Venecia Mestre está a 5 minutos de tren (1,20 euros) y los hoteles parten desde 50 euros, como el hotel Aaron o el Regit, ambos muy cerca de la estación ferroviaria.
Venecia (isla). Una excelente opción es en el hotel Antiche Figure, al lado de la estación ferroviaria, desde 100 euros. Uno de los hoteles más tradicionales y lujosos es el Danieli, al lado del Palacio Ducal y frente a la bahía, desde 300 euros. Venecia Mestre está a 5 minutos de tren (1,20 euros) y los hoteles parten desde 50 euros, como el hotel Aaron o el Regit, ambos muy cerca de la estación ferroviaria.
EL RESCATE FARAÓNICO
El Acqua Alta es un fenómeno que ocurre periódicamente en Venecia cuando el mar Adriático sube de nivel. Entonces queda inundada en menor o mayor medida. El invierno es la época en que más sucede. La frecuencia de este fenómeno está aumentando cada año y está dañando los cimientos de las casas y demás edificios.
Los hoteles muestran la tabla de mareas. La ciudad vive al ritmo del agua, y si tiene espacio en la valija puede traer botas de lluvia.
Venecia se hunde 2 milímetros por año. En 2014 se pondrá en uso el proyecto MOSE, una faraónica obra de ingeniería que intenta salvarla de su hundimiento a través de un sistema de barreras móviles que bloquearán el ingreso de agua cuando sube la marea.
LA VUELTA A VURANO
Unas horas libres del día alcanzan para llegar a Burano. Esta isla, a 40 minutos desde la estación veneciana Fondamente Nove (un punto donde convergen muchas líneas del vaporetto), no impacta por sus palacios ni rastros de riqueza. Es su sencillez y casas de muchos colores que la hacen cálida, atrapante. Se dice que los pescadores tenían la tradición de pintar sus fachadas de diferentes colores para poder reconocerlas al regresar en barco las noches de niebla.
Mientras el vaporetto se va acercando a esta pequeña isla, se ve a lo lejos la torre inclinada. Es el campanario de la única iglesia, la de San Martino, del siglo XV, que se ha ido inclinando por el movimiento de las bases que conforman el sustento.
El vaporetto amarra en la puerta de Burano, lugar perfecto para empezar desde allí una caminata que será guiada por el instinto. Las casas nos reciben con alegría, en lila, verde, azul, naranja, fucsia… Cualquiera que desee pintar la suya debe informar al Ayuntamiento, que es el que decide el color que debe utilizarse. Nada es al azar. Los percheros callejeros ofrecen, desde el siglo XVI, el producto típico de esta isla: el encaje. Las señoras los tejen en las puertas de sus casas, frente a angostos canales con hileras de lanchas. Los puentecitos –algunos modernos– van conduciendo hasta la Via Baldassarre Galuppi, la calle más popular, que desemboca en la plaza y la iglesia de San Martino.
En dos horas se recorre por completo. Ni siquiera hace falta mapa. Porque Burano es sencilla y es pequeña, pero también una joyita a la que llegan sólo los más curiosos.