Sin la frente marchita pero con poquísimas ganas de adivinar las luces de Buenos Aires en el barco ayer a la noche. Llegué y encontré el caos mismo, mi casa bastante inundada con las lluvias del sábado y unas cortinas que tienen que partir a la basura directo (se mancharon con óxido).
Acá estoy, ya sentada en mi escritorio con Gran Jefe que entra y sale hecho un loco e intuyo me va a castigar un poquito por esos días extras. Ya sabemos como es este señor. En casa dejé un tendal de ropa para lavar y un rastro de arena que marca mi camino por la casa. Juro que sacudí todo muchísimo antes de irme, pero la arena te sigue, como para que no te olvides de dónde venís.
El balance de la semana fue impecable. No me puedo ni me pienso quejar de nada. ¿Novedades por acá? Cuenten, cuenten.
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