Comemos en Voulez Bar nomás. La esquinita de Cerviño está lindísima y después de la segunda botella de Terrazas todo empieza a verse como Paris y mi vida no está tan mal y el próximo amor está acá a la vuelta. Las chicas escuchan el relato de atrás para adelante y de adelante hacia atrás y aguantan estoicamente como sólo lo hacen tus amigas. Sé que estoy tediosamente monotemática y que solo voy a poder tirar de la soga unos días más antes de que alguna me revolee algo por la cabeza. Todo tiene un límite. Malena es despiadada.
-Sos tan imbécil que te enamoraste, nena. Y te enamoraste del tipo menos indicado de todo tu historial. La verdad es que tenés que admitir que todo este enojo que tenés ahora es contra vos misma, por tarada. Sos una amateur.
-Bueno, pará, uno no elige de quién se enamora. Esas cosas pasan, che, se te imponenen.
Malena mira para arriba con cara de cómoda mujer casada ya aburrida de estos temitas de los solteros e intuyo que se siente muy agradecida de no estar en mí lugar. No la culpo. Las otras dos son más compasivas. Solteras, claro. Pedimos la cuenta y caminamos agarradas del brazo hasta Ugarteche. Paro un taxi y miro el reloj. Casi la una y media de la mañana. Quemé otro día.