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Mariana Enríquez, la rockstar de la literatura de terror: "Siempre escribí lo que quise"

Mariana Enríquez es la rockstar indiscutida de la literatura argentina (aunque ella no se lo crea). En esta charla repasamos su último libro de cuentos -editado por Anagrama-, sus obsesiones personales y su proceso creativo para escribir el mejor terror.


Fotos de Gaspar Kunis

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Producción deNatalia Señorales



Quizás es por humildad. O quizás porque no termina de creérselo del todo. Pero para quienes leemos sus libros, Mariana Enríquez es la rockstar, la puta ama de las letras argentinas. Hasta incluso tiene algo del “psysiche du rol”: llega al estudio de fotos envuelta en su campera de cuero perfecta, lleva varios anillos con piedras en sus manos y, como un talismán de poder que viaja con ella a donde vaya, tiene siempre encima un pase VIP de un concierto de Suede –una de las bandas británicas que la obsesionan- que pudo ver en París en 2022.

Pero Mariana es, también, una mujer cercana y bien terrenal, que vive con Paul, su marido australiano, en Parque Chacabuco. Es también una autodidacta pura: llegó a las letras sin haber pasado jamás por ningún taller literario ni ninguna universidad. Tan solo con la avidez que le dieron las historias de su infancia y su curiosidad incansable, que también desplegó durante sus muchos años de periodismo. Es también la fan de Taylor Swift y del black metal noruego. Y durante este mes estará de gira por el mundo presentando “Un lugar soleado para gente sombría”, su último libro de cuentos editado por Anagrama, donde vuelve a arrastrarnos, como lectores, a nuestras fantasías más oscuras y terroríficas.

Vos reivindicás el “ser fan”, y también ahora sos vos el objeto de un fandom. ¿Cómo manejás ser la rockstar de la literatura para otros?

Bien, primero porque entiendo y segundo porque hay una dimensión del fan que sí ocurre, que es la que a mí me interesa, que es que el fan es una persona que está tan atenta que termina haciendo conexiones. Para darte un ejemplo, hay una canción de Suede que empieza con una cita textual de un poema de Lord Byron. Yo no me acuerdo si leí primero el poema o la canción, pero como sea, esa canción me llevó a Byron y me llevó al Romanticismo Inglés y me llevó a una zona híper culta a la que yo no hubiese llegado sin esa canción. Y pasa ahora también con mis cuentos, que tal vez alguien lee algo y eso los lleva a otra cosa. Y a veces se ponen muy puntillosos. Por ejemplo, en el último libro nombro a la localidad de Cinco Saltos que queda en Río Negro, y pongo que es en Neuquén. Yo creo que cada rionegrino que me leyó me lo recordó, eso es lo que tiene el fandom, que el fandom es perspicaz. Sentís mucho la mirada, que eso es un poco raro y luego, la demanda, también es un poco rara. Hay una demanda que está buenísima. Pero hay otra demanda que es “¿podés leer mi novela, podés leer mi cuento?”. Y el fan es muy susceptible, si le decís que “no” medio secamente, o le decís “no, no puedo, disculpame”, y se enojan. Hay ahí como una línea muy fina, pero en general, mientras funcione la apertura, a mí me gusta.

 

Sos melómana, en tus libros mencionás las playlists con las que escribís… ¿la música siempre es parte de tu proceso creativo?

Escribo con música, sí, pero escribo con cualquier tipo de cosa. Lo que me convoque, quiero decir. También me gusta el Black Metal noruego, muchísimo. Pero la música me da el tono, o ciertas ideas. Hay un cuento en mi último libro que se llama “Un lugar soleado para gente sombría” y hay una canción que se llama “Hollywood” de Nick Cave que yo escuché la canción y fue: “esta canción es el clima para un cuento” y que tiene momentos que son los del cuento. Entonces hay una canción que dice que alquiló una casa en las colinas y yo puse a las chicas en una casa en las colinas. Habla de un puma que anda dando vueltas por ahí y es el puma que está en el cuento. Yo escuché la canción y acá está, esta es la historia. O sea, no es exactamente como hacen los poetas con la música, que les da la cadencia. A mí no me pasa por ahí, me pasa muchísimo por lo narrativo, por el ambiente, por el clima.

¿Cómo eras de chica, Mariana?

Era bastante solitaria, no tengo hermanos, con lo cual eso contribuía. Vivía en Lanús, era la dictadura, eso también contribuía al aislamiento de todas las familias, o por lo menos de algunas familias. Mi familia era como bastante aislada en ese sentido y me gustaba leer. Me gustaba estar con mi abuela que me contaba cuentos de terror y me gustaba leer cosas de terror y jugar a cosas de terror, asustar a los chicos, cosas así.

¿Esta abuela que te contaba historias de terror fue alguien de quien vos mamaste lo que luego se despliega en tu escritura?

Con los años, entendí que ella me dio esa dimensión de lo fantástico en lo oral, en lo mitológico y en lo folklórico, que está muy presente en lo urbano. Ella nació en Corrientes, pero se había mudado de adolescente a la ciudad, pero venía con todas las historias de lo que se vive en Corrientes, una relación mucho más cercana con Brasil, con Paraguay. Donde todo lo que tiene que ver con las historias mitológicas y las devociones paganas es distinto. Y el tiempo es distinto, hace calor, la gente tiene mucho más tiempo para hablar. Y ella contaba muy bien y no tenía responsabilidad, o sea, me asustaba. Era un poco loca. No pensaba nunca: “es una nena”.

Y tus viejos tampoco nunca le dijeron: "Che, no le cuentes esas cosas a Mariana"…

Ellos no sabían. Yo después tenía terrores y fue ella la que me hizo empezar. Porque yo lo que sí hice fue pedirle a mi mamá “Mamá, comprame un libro de mitología universal” o “Comprame un libro de mitos del litoral”, entonces mis primeras lecturas tenían que ver con libros que estaban en la casa pero también mucho con mitologías, o sea, mis libros de chica eran esos. A mí no me gustaban mucho los libros para chicos, me parecían aburridos.

Hay un cuento -Felicidad Clandestina, de Clarice Lispector- que es la historia de una nena cuando se encuentra con libros que tenía prohibidos. ¿Cuál sentís que fue tu propia felicidad clandestina?

Eso quizás, o también lo que hacía… Yo en mi casa en Lanús tenía un sótano, para guardar cosas. Y tenía un problema que era que me habían salido dos filas de dientes y me bardeaban mucho con eso. Entonces yo ya leía, ya había leído Drácula a esa altura. Y traía a mis compañeros de escuela y les decía que ahí en el sótano estaba mi abuelo, que era vampiro, ¡y se re asustaban! Y también pedía muñecas. A todo el mundo le parecía normal que pidiera muñecas, pero a mí no me gustaban las muñecas. A lo que yo jugaba era al orfanato; había un patio muy grande en mi casa y tenía todas las cunitas y camitas con los niños del orfanato y después jugaba a que los entregaba.

¿Sola? ¿O sumabas a más chicos en estos juegos?

Sola, sola… Yo lo pienso ahora y digo “qué diabólico”. Y después, las primeras cosas así de leer y de ver tenían que ver con cosas de terror. De ver era una época muy interesante porque estaba “Función privada”. Entonces te mandaban a la habitación para que no miraras y vos espiabas. Entonces me quedaban imágenes de momentos, que yo no entendía muy bien qué era. Entonces me quedaba “El Bebé de Rosemary”, por ejemplo. Pero nunca hubo un límite de lo que yo podía leer. 

 

En ese sentido, te dieron mucha libertad tus viejos...

Súper, sí. No les importaba nada. Yo creo que es una cosa generacional, o sea, el control parental es algo que yo lo veo con mis amigos. Yo no tengo hijos, pero lo veo con mis amigas que tienen hijos que tienen mucho más control sobre los consumos que tienen los hijos. En mi casa, si a mí me veían leyendo, ya estaba todo bien. Y la biblioteca de mi casa no era la biblioteca de una casa intelectual. Mi mamá es médica, mi papá era ingeniero, y eran gente a la que le gustaba leer, pero no estaban relacionados con el arte en lo más mínimo.

Y hablaste de Lanús…  ¿Qué importancia tienen los barrios en los que viviste en tu literatura?

Para mí los barrios son personajes. Y son un personaje en el sentido en el que cómo te relacionás vos con ese lugar arma tu personalidad, cómo te movés, cómo se mueve la gente, entonces yo lo trato como un personaje más porque influencia directamente en la vida de los otros. Incluso cuando parecen bastante anodinos, pero para mí no lo son. Entonces yo uso mucho Lanús, que es donde viví dos veces, de muy chiquita y después volví con la crisis del 2001 porque es la casa de mi madre y cuando no hay a dónde volver, se vuelve a Lanús. Después pasé la adolescencia y primera juventud en La Plata, estudiando, y ahora vivo en Parque Chacabuco. Entonces para mí son tres lugares que uso mucho y que son bastante diferentes y ninguno es la ciudad plena. Es otra cosa.

En este último libro, y también en tus anteriores, solés tomar hechos noticiosos y los llevás hacia una trama de terror. ¿Cómo trabajás ese pasaje?

Tomo lo que me impresiona de las noticias. En general es un detalle puntual, y lo anoto. En este último libro, todos los casos son reales, salvo uno. En el primer cuento, por ejemplo, que se llama “Mis muertos tristes”, me había sorprendido mucho el secuestro -y posterior asesinato- de un chico que se llama Matías Berardi, porque él cuando logra escaparse de sus captores (que después lo vuelven a agarrar) toca la puerta en todo ese barrio donde él estaba huyendo para que le abran la puerta contando lo que le estaba pasando y nadie le abrió. Entonces yo lo que me pongo a pensar, a veces, en esos barrios, nadie le abrió por paranoia, obviamente. Porque tenían miedo de que fuera un ladrón mintiendo. Después supieron que era un chico que lo mataron y que estaba escapándose. Ese chico es un fantasma de ellos, no importa la dimensión sobrenatural. La dimensión sobrenatural me sirve a mí para remarcarlo, y para llevarlo al terreno que a mí me gusta y para darle la materialidad a esa culpa, a ese trauma. Pero es imposible que no se sientan mal por no haber abierto la puerta. Y es imposible porque la tendrían que haber abierto, lo que pasa es que hay toda una cuestión social, cultural, discursiva, etcétera, que los transformó en gente que está haciendo un acto tan egoísta, que es capaz de abandonar a su suerte a un adolescente. Entonces es imposible que esa gente diga: “Valió la pena no abrir la puerta por los 500 dólares que tengo adentro de la tacita de té, que maten a un adolescente por eso”. Pero, al mismo tiempo, es fácil pensar de esa manera cuando no es tu casa a la que están golpeando a las tres de la mañana y no sos vos el que tiene miedo. Entonces hay una complejidad de cómo se descosió el lazo social en ese sentido y que para mí tiene una dimensión que es terrorífica. Entonces no me cuesta mucho hacer el pasaje.

 

Ya que hablamos de música y de fandoms... ¿Te sentís un poco una rockstar de la literatura hoy? Vos conociste de cerca cómo es el rock y cómo son los rockstars…

En ese sentido, por ahí sí soy rockstar, porque es mucho más aburrido de lo que la gente piensa y hay mucho más tiempo esperando y viajando. ¡En el rock es peor que en la literatura! Pero lo que sí reconozco y en eso no me hago la tonta ni tampoco la falsa modesta es que no es tan común que le pase a un escritor. Y yo tampoco sé bien por qué me pasa, o sea, no lo podría explicar.

¿No podés explicar tu éxito?

No. Sobre todo, porque para mí los cuentos se mueven en un mundo más allá de estas cosas que tienen que ver con la realidad y que todos podemos reconocer, en un mundo que es muy de mis obsesiones personales…

Pero quizás, esas obsesiones que vos creés tan personales no dejan de ser obsesiones universales.

A lo mejor pasó eso, que yo pensaba que era más especial de lo que era. Y que hoy eso está como muchísimo más compartido, pero yo hasta ahora -digo hasta ahora, porque nunca sabés qué te puede pasar en tu vida y en tu carrera- yo tiendo a escribir lo que quiero, todo lo que escribí hasta ahora fue exactamente lo que quise, de verdad, lo puedo decir categóricamente, sin ningún tipo de condicionamiento. Todo el mundo tiene haters y qué sé yo, pero de todas las cosas haters que me dicen, la que más me molesta es que piensen que hay cálculo en lo que yo hago, porque no es así. Hay otras cosas que no me molestan. Si me dicen cualquier otra crítica, yo las puedo pensar y decir “a lo mejor, tienen razón”. Pero el cálculo no. De hecho, ahora, acabo de sacar un libro de cuentos. Si hubiese pensado en cálculos, sacaba una novela, aunque sea mala, porque no tengo una buena novela en este momento.

Claro, la demanda después de “Nuestra parte de noche” era “queremos otra novela” ...

Sí, y yo no tengo otra novela. Y nadie me presionó por eso, a mi editorial le presenté cuentos y me dijeron: "perfecto, hagamos una gira con los cuentos". Mi agente estaba contentísimo.

No escribís a partir de la demanda del otro, sino que seguís siempre tu pulso.

Sí, y creo que se puede. Cuando me dicen, por ejemplo, “¿Qué consejo le darías a los escritores?”. Bueno, yo no tengo nada que decirle a nadie, que sé yo, que escriban lo que quieran. Pero una cosa que sí se les puede decir es “realmente, podés escribir lo que quieras…”  Vos me dirás “bueno, porque te va bien” y bueno, también es posible.

¿Y no tuviste nunca una novela que nunca vio la luz o una que no querés que nadie lea y que está cajoneada?

Sí, la tiré, no la cajoneé, la tiré.

¡Tiraste una novela!

Si, tiré una novela. Mi primera novela salió en el ´95 y la siguiente fue Cómo desaparecer completamente. En el medio de eso, yo primero era muy chica y tenía que aprender a trabajar de periodista. Necesitaba trabajar además porque no tenía un mango. Así que esos años fueron aprender a trabajar de periodista, agarrar y trabajar de cualquier cosa, hice dos libros de mitología porque necesitaba plata, corregí libros, hacía ediciones de clásicos para ganarme el mango y el periodismo. En ese tiempo, intenté escribir una novela, fue un desastre total y me la rechazaron. Cuando terminás de escribir una novela no tenés mucha noción de lo que hiciste. Entonces, cuando me la rechazaron por todos lados, la volví a leer, me di cuenta de que estaba mal y la tiré. Una amiga mía que vive en Patagonia dice que tiene una copia. Yo le exigí que acabara con ella y espero que haya cumplido, pero si hay alguna copia es la única que hay y está en una computadora de esa época, o sea del 96, no tengo más el disco duro.

 

¿Y no te da nostalgia?

No, para nada, estaba mal el libro, quería hacer una novela de terror fantástica y no tenía todavía ni las lecturas ni la cintura para hacerla. Está bien, en ese momento la pasé pésimo por haber fracasado con ese libro, sentía “uy, ¿qué escribo?”… y después me di cuenta de que tenía que escribir no tanto lo que tenía ganas de escribir sino lo que podía escribir, que fue una novela realista, donde pasan cosas horribles pero nada sobrenatural, pero es feo. Quizás la más pesimista de mis novelas, que un poco nació de esa sensación. E, increíblemente, después de eso, como que destrabé algo y pude empezar a escribir terror. Escribir terror con impronta social o realista, para mí es como se hace el terror ahora. Pero yo no lo inventé, yo se lo robé a Stephen King. Stephen King es el que habla del bullying con Carrie, del fanatismo religioso con Los niños del maíz, IT empieza con un crimen de odio, o sea, el primer crimen del payaso es una pareja gay. La verdad es que cuando tengo que explicar el “¿de dónde lo sacaste?”, bueno, lo saqué de Stephen King. Y, paradójicamente, con ese fracaso entendí por dónde tenía que ir, porque entendí cuáles eran mis limitaciones. Ahora, esto te lo digo ahora, muchos años después. En ese momento fue horrible, la pasé muy mal.

¿Tuviste algún ofrecimiento de llevar “Nuestra parte de noche” al mundo audiovisual?

Sí, sí. Están en eso, no puedo decir mucho todavía… Yo tengo esperanzas. Pero como en el medio estuvo la pandemia, todo eso se trabó muchísimo y hubo bastantes idas y vueltas, pero sí, hay, pero falta todavía un poquito.

Y si tuvieras que soñar, ¿quién dirigiría esa versión?

Cuando yo lo pienso así, en una versión totalmente disparatada, nunca pienso en mis directores favoritos. Por ejemplo, mis directores favoritos no podrían hacer “Nuestra parte de noche”; David Lynch no podría hacerlo, te hace un desastre. Cronenberg no podría hacerlo, porque se concentra todo en el cuerpo de Juan y la enfermedad y termina haciendo algo adentro del cuerpo de ese hombre. Entonces pienso en ir por un Denis Villeneuve, o sea, un director que pueda manejar grandes cosas, más impersonal incluso, más de actores.

¿Y en qué actores pensás? ¿Quiénes podrían ser tu Juan y tu Gaspar?

Juan es Alexander Skarsgård, pero hay que apurarse porque se me está poniendo grande. Pero igual está todo bien, pero sí, es Alexander. Gaspar, no sé, no lo tengo en la cabeza, yo sé quién es, pero nunca le puse cara a Gaspar. A los demás sí, a los demás los tenía todos en los pósters de la pared.

¿Te da miedo la vejez o la decadencia del cuerpo?

Sí, y me parece que está mal que me dé miedo, pero me resigné a que no es culpa mía que me dé miedo, sino que es culpa de cómo se vive el cuerpo después de una determinada edad en sociedad.

Hay un cuento en el libro nuevo, que se llama “Metamorfosis”, que trae la idea del cuerpo femenino, de cómo reconvertir lo que es culturalmente feo en belleza.

Sí, es un cuento sobre la menopausia y sobre una histerectomía. Porque lo que hay que pensar es que las mujeres que tenemos esa edad y tenemos ese cuerpo. Y por eso se llama “Metamorfosis”, porque es un cuerpo que está cambiando. Somos todas mujeres muy jóvenes, tenemos entre 45 y 55 años. Estamos quizá en el mejor momento productivo, estamos todas guapísimas, tenemos hijos jóvenes porque la mayoría tuvo hijos no a los veinte, sino a los treinta y pico, así que están maternando muchas de ellas. Y también maternando a sus viejos en muchos casos, entonces es una mujer que está muy activa. Y en muchos sentidos, es tu mejor momento y lo que le está pasando al cuerpo es un proceso biológico que es que el cuerpo, como no puede producir más ni reproducir más, el cuerpo dice: "Bueno, no te doy más esta hormona, ahora la piel va a estar así". Pero es muy fuerte el cambio, o sea, es de un día para el otro. Dejás de reconocerte, nada… se te muere el pelo. Yo decidí dejarme las canas porque me gusta cómo me quedan, no porque esté aceptando las canas… porque nada de eso. Entonces hay una cuestión de aceptarlo al cuerpo. Entonces vos decís, todo bien con tratar de aceptarlo al cuerpo y eso, pero permítanme decir que esta contradicción que yo siento no es una contradicción porque yo sea una persona frívola, sino porque es una contradicción. Porque veo lo que pasa en el mundo con los cuerpos de las mujeres que tienen mi edad, con las caras de las mujeres que tienen mi edad, con lo que se ponen en la cara las mujeres que tienen mi edad. Cómo se pierden a sí mismas porque no se dan cuenta y se van poniendo cosas y cosas y cosas y tienen todas esas necesidades creadas. Eso tiene que ver con que no hay un modelo de una mujer de cincuenta y pico, sesenta, en todas las edades… Incluso yo te diría que, en mujeres más grandes, hay un modelo de cómo puede ser espléndida y cool. Lo que quiero decir es que la anciana, que está con su trajecito naranja y sus pelos violetas, está bárbara, viste… pero una mujer de sesenta, ¿cómo es?

Hay que seguir visibilizando y poniéndolo afuera. Como en algún momento fueron los mandatos sobre el ser o no ser madre, la menopausia es un debate que hay que seguir dando.

Y el ser madre y no ser madre también es una cosa que sigue, que no termina. O sea, a mí ahora me lo soportan bastante más porque es medio imposible, salvo que adopte o que tome una decisión con un vientre o qué sé yo, pero todavía hay una cuestión al no ser madre que te pone en un lugar. Te lo dicen “¿eh… nunca tuviste ganas? ¿Nunca?” O cosas como: “¿puedo ir a tu casa con mi hijo?” que no sé si es respeto o es que secretamente me están pasando la factura de “no te puedo ir a visitar porque odiás a los niños”… Es como que no hay una relajación con el tema. No es que no esté aceptado, pero no hay una relajación con el tema.

¿Qué estás escribiendo y leyendo ahora?

Estoy escribiendo una novela y un librito de no-ficción también, sobre mis lecturas. Y en este momento estoy leyendo a Richard Ford porque lo voy a entrevistar. Siempre leo por trabajo, por gusto y por investigación. Por investigación, estoy leyendo un libro que son las memorias de una médium. Está buenísimo porque era amiga de Yates… Y por gusto, como voy a Irlanda, estoy releyendo a James Joyce porque tengo ganas de hacer todo; voy a un festival de literatura en Dublin y dije: "Denme unos días más, así puedo irlandear".

Vos sos periodista también ¿Qué pregunta te estás haciendo a vos misma en estos días?

¡¿Cuándo duermo?! (Risas).

Maquilló y peinó Maggie Domínguez. Agradecemos a Jessica Kessel, Gusman, Lulú Martins, Ritual de lo Habitual, y Limido su colaboración en esta nota.

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