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“Mis hijos me desbordan”: 6 claves para regular la intensidad

A veces sucede: la intensidad es demasiada para vos... ¡y colapsás! Te ayudamos con algunas herramientas y claves para que ese exceso de energía no te drene.


Mamá desbordada: 6 claves para regular la intensidad.

Mamá desbordada: 6 claves para regular la intensidad. - Créditos: Getty



Esta mañana quise llorar. Me pidieron panqueques, hice panqueques. Una vez que terminé, serví y acompañé todo con un juguito de naranja (¡exprimido, eh, nada de cartoncito!), me miraron y me dijeron que no, que mejor no querían. Terminaron desayunando cereales del paquete mientras miraban dibujitos. Después, el más chiquito se quiso poner malla y ojotas para ir al supermercado y la más grande lloró veinticinco minutos porque extrañaba a su papá. De todo lo que les pedí que hicieran (“lavate los dientes”, “pasame el plato”), no hicieron nada, aunque hicieron mil cosas que les pedí que no hicieran. 

“No me los banco más, que desaparezcan por favor”, pensé en silencio. Y enseguida me sentí la peor madre de toda la Tierra. Acá la aclaración necesaria (o no): amo a mis hijos con toda mi alma. Son lo mejor y más preciado que tengo en la vida. ¿Listo? ¿Seguimos con la nota? OK. 

¿Por qué nos desbordamos? 

A veces (muchas, pocas, no importa) las mamás (o mapadres) desbordamos. Las situaciones nos exceden y desearíamos tomarnos un tren a la vida prehijos y avisarnos la que se nos viene. ¿Solo me pasa a mí? Tiren la primera piedra, amigas. Educar seres humanos es agotador, desgastante en cuerpo, alma y mente.

Y eso no lo digo yo, lo dice la experiencia. Los expertos tienen una explicación más bien biológica: cuando nuestros hijos se desbordan, pasa algo en nuestra mente: nuestro cerebro primitivo se dispara, de manera que la corteza prefrontal empieza a perder la capacidad de regularlo todo. Por eso, es inútil hablarles en ese momento porque su cerebro está en modo “ataque”, no pueden registrar estímulos externos, por más amorosos que estos sean. Tenemos que esperar, calmarnos y volver a intentar una vez que pase el desborde. 

¿Existe algún motivo... o varios? 

La vida es complicada. La pareja (si la hay, y si no, también), el amor, la familia, los amigos, el trabajo. Muchas pestañas abiertas en un solo navegador. A veces, las desbordadas somos nosotras y no tenemos espacio para contener a nuestros hijos. A duras penas podemos con todo lo otro, con nosotras mismas, y nuestros hijos –siendo simplemente niños– a veces son la gota que rebalsa el vaso.

Florencia Basaldúa, orientadora familiar especialista en apego, parentalidad y desarrollo infantil, explica que “la vida a veces nos vapulea, algunos acontecimientos, nuestro estado de ánimo, nuestra propia historia de crianza, el estrés, el cansancio, el dolor o a veces simplemente el aburrimiento y la rutina pueden reducir mucho nuestro margen de paciencia y nuestra capacidad para responder, orientar, hablar o callar de forma ajustada y justa a la necesidad de nuestro hijo y de la situación”.

 

Otras veces, no vamos a negarlo, los hijos están intensos (más que de costumbre) y eso nos desafía. A ellos también les pasan cosas y muchísimas veces no saben cómo gestionar las emociones que esas cosas les producen y es entonces cuando se desata la intensidad. 

También, hay que reconocer, los chicos son chicos. Y hacen lo que pueden, lo que les va saliendo, y muchas veces eso se traduce como “molestar” a sus mamás o papás, aunque esa no sea la verdadera intención. Lo importante es, según Laura Krochik, especialista en crianza, “atender y responder a lo que está por debajo de la conducta: necesidades fisiológicas y emocionales. En general, si logramos satisfacer estas necesidades, los niños logran frenar con las conductas desafiantes (desbordantes)”. 

Los hijos como espejos 

Una de las preguntas más honestas para hacernos quizá sea: ¿cómo manejamos nuestros propios desbordes? Las expertas dicen que si nosotras logramos anticiparnos a nuestros propios desbordes, y que si sabemos cómo manejarlos, el 90% del camino del desborde con los hijos esta liberado. Porque si podemos manejar el desborde propio, también podremos manejar el de nuestros hijos.

“El problema es que ellos son nuestro espejo y permanentemente nos muestran lo más profundo que nosotros tenemos que trabajar. Entonces, cuando mi hijo está desbordado, lo que tengo que ir a buscar es qué pasa con mi desborde, qué hago con él, donde lo ubico, cómo lo manejo o me anticipo”, cuenta Laura Krochik. 

Anticiparse al desborde

Se trata entonces, básicamente, de ajustar la expectativa y de afilar la mirada para ver venir el desborde (ya sea el nuestro o el de ellos). Si los anticipamos, es probable que nos podamos atajar. Lucía Schumacher, psicóloga clínica infantojuvenil, explica que “una manera de ‘prever’ los desbordes sería, primero, siendo conscientes de que pueden suceder. Digamos que es parte de la naturaleza inmadura de los humanos.

A veces el deseo de armonía, de que los niños respondan a la primera, es una expectativa desajustada”. La expectativa de que siempre vamos a poder responder de manera calmada y sin desborde es desajustada también. No quiere decir que esté bueno que nos habilitemos a que se nos vuelen la chapas, sino que es importante que aprendamos a registrar cuando estamos por “perderla”, para atajarnos. Por otro lado, lo que también suma es ajustar ciertos hábitos como el descanso, la alimentación, la actividad física, lo profesional, la vida social, que funcionan como la máscara de oxígeno en el avión: cerebro regulado regula cerebro desregulado.

6 claves para regular la intensidad 

  1. 1

    Siempre validá sus sentimientos. “Sé que te encantaría seguir jugando, y tenés que irte a bañar...”. 

  2. 2

    Demostrá comprensión. “Entiendo que quieras mirar los dibujitos antes de hacer la tarea. Pero la tarea tiene que hacerse primero”. 

  3. 3

    Redireccioná su atención. “¿Querés que nos cepillemos los dientes juntos? ¡Carrera 1, 2, 3 YA!”.

  4. 4

     Establecé acuerdos. “Entiendo que te dé fiaca ordenar los juguetes, pero ¿cuál fue nuestro acuerdo?”. 

  5. 5

    Brindale opciones. “No querés ir a dormir y ya es la hora de hacerlo. ¿Querés leer un cuento? ¡En cuanto te pongas el pijama lo hacemos!”. 

  6. 6

    Generá momentos de contacto físico. Si entendemos, como adultos, que el desborde viene en forma de un grito, un llanto, la idea es acompañarlo. El cuerpo está liberando estrés, y muchas veces no les permitimos que lo liberen. Y cuando eso pasa, van a buscar la manera de liberarlo en otra oportunidad. 

Expertas consultadas:

Delfina de Achaval, Psicóloga e instructora de mindfulness. @delfinadeachaval. 

Florencia Basaldúa, Orientadora familiar. @criarparalapaz. Laura Krochik, Especialista en crianza. @laurakrochik.

Lucía Schumacher, Psicóloga infantojuvenil. @luciaschumacher.psicologa. 

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