Amsterdam, pura poesía
20 de diciembre de 2009
Me preguntaron qué ciudad de Europa les recomendaba. Pude decir París, Roma, Barcelona..., pero les dije: Amsterdam. E inmediatamente me preguntaron: ¿por qué? Y debí pensar, porque la memoria se zambullía en viejos olvidados canales. Sin embargo fueron más fuertes los cuatro elementos del recuerdo de esa Venecia del Norte que sigue amarrada a los sueños, a tanto reflejo, aroma y sonido. Porque a pesar de sus años es la ciudad más joven, más tolerante, más abierta a la diversidad o a esa maravillosa sensación de intemperie que construye la libertad.
A pesar de su riqueza arquitectónica, de su paisaje que la envuelve circular, acanaladamente, de su enormidad, siempre descubre lo que tiene de hermosísimo la desnudez o la milagrosa sencillez de un tulipán abriendo. No se avergüenza de la vida, late y deja latir.
Decirla es el recorrido de uno de sus siete circuitos, a pie o en bicicleta. Es un viaje por sus canales o en tranvía. Es recorrer sus museos y nombrar y admirar el de Arte Moderno, el de Rembrandt o el afiebrado posimpresionista de Van Gogh. Es reescribir ese maravilloso diario que sólo ella escribió, visitando la casa de Ana Frank. Es el Jardín Botánico donde no se puede cortar ninguna flor. Sus recovecos: placitas, puentes, pequeños monumentos o alguno de sus 7000 edificios o construcciones declaradas monumento histórico. Son sus mercados, sus ferias, sus tiendas, sus anticuarios. Es el naranja de la casa real o el sonido de las campanas de la plaza Dam. Es el a ras del agua de una gaviota o al filo de una navaja. Es el amarillo de una barca, un libro o antigua postal, o el barrio o distrito rojo en pleno centro, donde se exhiben en vidrieras las prostitutas que trabajan en esa zona de la ciudad, donde se encuentra el Museo Erótico, del Tatuaje y el Teatro Casa Rosso. También los smart shops y coffee shops donde se pueden adquirir mínimas cantidades diarias de marihuana, además de verdaderos sitios de encuentro. Es un par de zuecos de madera o uno de la reconocida cerámica de Delft. Es tabaco, pipa y cigarros. Es sus panqueques, tartas de manzana o el arenque marinado. Amsterdam es ese poema que queremos escribir, pero para el que no conseguimos las palabras. Es la fotografía que se superpone a tantas tomas que es difícil captar, es un cuento con final abierto. Por eso a Amsterdam siempre se vuelve. Y con ellos me estuve yendo.