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 • HISTORICO

Kari Gao: el milagro de Simón y Benjamín, los mellizos que padecieron el síndrome del transfusor-transfundido

Hoy los mellis de Kari Gao cumplen años y para celebrarlos, volvemos a compartir su historia.




En 2017 OHLALÁ! tenía un blog que amábamos: Crianza en tribu. Fue en ese mismo espacio en donde Kari Gao contó la historia de sus mellizos que padecieron el síndrome del transfusor-transfundido.

Hoy es el cumple Simón y Benjamín y para celebrarlos volvemos a compartir la nota en donde Kari contó su recorrido, sus luchas y su enorme poder. ¡Feliz cumpleaños chicos! 

La historia de los mellis de Kari Gao

Como les conté la semana pasada, durante estos meses en los que voy a estar escribiendo menos por el nacimiento de Camilo, decidimos invitar a otras mamás a participar de Crianza en Tribu. Esta semana, les comparto la historia de Kari, de Mon Petit Glouton, mamá de Simón y Benji, los mellizos que lograron salir adelante gracias a la ayuda de los médicos argentinos y al gran amor y la fe de sus papás:

“Nos enteramos que estaba embarazada de gemelos en la 9na semana de gestación. En las primeras dos ecografías nos hablaban siempre de ‘el bebé’ y recién en la 3era ecografía nos enteramos que eran dos, ¡eran gemelos! O sea, una sola placenta y 2 bolsas.

El embarazo venía “color rosa” hasta que un 4 de enero, apenas después de las fiestas tuve un control de ecografía en el Hospital Italiano, recomendado por nuestro obstetra en ese momento, ya que allí tienen un área especializada en ‘embarazos gemelares’. Estaba de quince semanas de gestación. El control llevó más tiempo de lo previsto, pero no nos dijeron nada alarmante, hasta que a último momento entró otro médico (tenía cara de que era el jefe) para hacer una interconsulta. Con las pocas palabras que intercambiaron, ya presentía que algo no estaba bien.

Nos invitó pasar a su oficina. Todo pasó demasiado rápido y parecía una pesadilla. Sólo tomé conciencia de lo que estaba pasando cuando dijo: “Hay que operar”. Una operación por sí ya asusta, una intrauterina es como algo inimaginable. En mi mundo de embarazo rosado perfecto no podía entender qué estaba pasando.

Los mellis sufrieron lo que se llama ‘Sindrome del Transfusor-Transfundido’. Básicamente al compartir la placenta (monocorial) algunas venas se unieron (sólo sucede en 15% de los embarazos gemelares) y uno recibía más sangre que el otro, eso hacía que el embarazo corra riesgo. Dado lo temprano que sucedió no iba a ser viable.

Nuestro mundo de repente se convirtió en una montaña rusa. Nos dijeron que había un 5% de posibilidades de supervivencia de algunos de los dos si decidíamos no realizar la operación y un 45% de chances de que ambos vivan en caso de llevar a cabo la operación. Ni siquiera con la intervención quirúrgica iba a tener alguna certeza, sentía que era como tirar una moneda y que te caiga cara o seca.

La fetoscopía, el tipo de operación que me iban a hacer y que permite visualizar el feto, la placenta y el cordón umbilical, sólo se había hecho menos de setenta veces en todo el país. Fue una tecnología que el equipo médico del Hospital Italiano aprendió en Francia, donde se había inventado. Como mi marido es francés, habíamos considerado irnos para allá, pero rápidamente decidimos confiar en la excelencia de la medicina Argentina.

A los dos días, ya estaba en el quirófano. Tenían en total seis venas conectadas y lograron sellar una por una con mucho éxito. La operación en sí fue una sensación rara. Yo estaba con anestesia parcial, pero podía escuchar toda la conversación de los doctores: Tráeme esto, tráeme lo otro, vena en vista, 1, 2, 3 sellado… etc. Todo parecía surrealista y futurista.

Apenas cuatro horas después de la cirugía recibimos la peor noticia: una de las bolsas se había roto y se perdía todo el líquido amniótico. Era como una sentencia de muerte, sólo era cuestión de ver Cómo o cuándo se iba a interrumpir el embarazo. Era una de las complicaciones postquirúrgicas que podría llegar a pasar. Lo sabíamos, pero no estábamos preparados para enfrentar esa noticia.

Quedaba sólo esperar. Fueron siete días de muchos altibajos. Yo siempre estaba muy positiva, pero me costaba cada vez más seguir teniendo fe después de cada pérdida. Cuando en el cuarto día no hubo pérdidas de líquido durante 24hs pensé que por fin veíamos el rayito de sol, pero a la tarde se volvió a desvanecer la esperanza. Esa misma tarde mi marido fue a comprar la merienda y una bebida, volvió y me dio una botella que tenía impresa un nombre: Milagros.

En ése momento me dijo: “Fue lo primero que agarré y estaba dada vuelta.” Vació la botella y le puso tres rosas representando a cada uno de nosotros: yo y los dos bebés. Ya no sabíamos de dónde agarrarnos para seguir fuertes.

Al séptimo día, como no hubo infecciones, que era lo que más temían los doctores y tampoco hubo pérdida espontánea, los médicos nos aconsejaron volver a operar con una intervención que tampoco era muy usual en el país: “Amniopatch”, un intento para ayudar a la bolsa a regenerarse. Era nuestra última esperanza, si eso no funcionaba no podía seguir el embarazo porque a partir de las 18 semanas ya necesitaban el líquido para desarrollar los pulmones.

El resultado fue casi milagroso. Después de la intervención, se selló de alguna manera la bolsa. Me fui a mi casa con orden de reposo semi-absoluto. Nuestro pacto con los médicos fue no cantar victoria hasta la semana 26.

A las 28 semanas de gestación me volví a internar nuevamente con ruptura prematura de membrana, pero entré FELIZ al hospital. Sabía que poder tener a ambos bebés vivos era ya una realidad, y que Simon y Benji habían ganado la batalla más dura de su vida. Creo que fue la primera vez que los enfermeros vieron una internación tan feliz. Estuve tres semanas más internada en el hospital. Había decorado la habitación esperando con mucha tranquilidad el día del encuentro.

El 29 de abril, nacieron nuestros pequeños guerreros: Simón con 1.8Kg y Benji, un poquito más chico, con 1.3kg, con 31 semanas de gestación.

Pasaron 1 mes en la Neo. Si bien los días fueron otra historia súper angustiante cuando nacieron estábamos eufóricos, festejando el simple hecho de verlos nacer con vida. Podría haber sido otro el panorama. Podrían haber pasado tantas cosas, pero ellos estaban allí, sanos, esperando sólo darles tiempo al tiempo. Tenían que aprender a respirar por sí solos y a succionar, como todos los bebés prematuros.

Sí, tuve una ‘dulce espera’ medio amarga, pero a partir de allí no pasa un día sin que me sienta completamente agradecida con la vida. Hoy los mellis ya tienen 2 años y medio, están travesando el famoso período de los ‘terribles dos años’ como cualquier otro chico, y esperando el año que viene empezar el jardín. Fue una pesadilla con un final más que feliz”.

¡Gracias Kari! Pueden seguirla en su blog personal, Mon Petit Glouton.

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