

El plan salió perfecto. El Chico me buscó con su bolso armado y cara de contento.
-Pasá de copiloto que manejo yo.
Con los problemitas de apego emocional que tiene con su auto (como la mayoría de los varones), se bajó, me entregó las llaves y se sentó chocho al lado.
Cuando veníamos por la 9, me agarró la rodilla y me encajó un beso en el cuello que casi me hace chocar.
-¿Sabes que un poco me calienta verte manejar, no?
-Ja. No me desconcentres.
El Chico tiene esas cosas, de repente se le va el filtro.
Cuando entramos al hotel y dimos una vuelta caminando casi se vuelve loco. Por un momento creí haberme equivocado. El tipo miraba a su alrededor y quería hacer todo.
-Uh, mirá, kayaks... ¿Cómo no me dijiste que traiga la bolsa de palos?
El Chico parecía "un chico", pero de 9.
-Porque desaparecerías 3 horas y no es la idea. Es noche y día de despedida, solos.
Se rió y agarró la tarjetita plástica para ir directo a nuestro cuarto (del que no salimos por lo que quedó de la tarde) justo para unos tragos al lado de la pileta y después ir a comer. Al otro día pileta, pileta, pileta, mimos en la reposera y un late check out con una cara de relajados impagables y El Chico que no paró de repetir:
-La despedida más increíble de mi vida. Que buena sorpresa. Me quedaría a vivir acá... Sos lo más, nena.
Soy lo más, parece. Je.
Esta tarde se va a Uruguay con los hijos. Me parece que lo voy a extrañar.
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