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Gira mágica y misteriosa

Con la música, a muchas otras partes: Italia, el Líbano, Egipto...




En 1950, un grupo de músicos argentinos salimos de gira con alguien que antes de la Segunda Guerra Mundial tuvo mucho éxito en Europa. Se trataba de Bianco, integrante de la famosa Orquesta Bianco-Bachicha.
Bianco estaba en Buenos Aires y yo me entusiasmé con el viaje porque también había ganado una beca de estudio en el Conservatorio Santa Cecilia, de Roma, para seguir con mis estudios de piano. Me había recomendado conocer a Bianco un gran arreglador que había estado trabajando antes de la Segunda Guerra Mundial en París, Héctor María Artola, al que yo respetaba mucho. "No sé si vas a ganar plata, pero por lo menos vas a conocer cosas que no conociste nunca", me dijo. En ese momento yo tenía 21 o 22 años.
Salimos en un barco pensando que después de la guerra la gente seguiría gustando del tango. En ese barco conocí a Ariel Ramírez. Viajamos juntos y estuvimos un mes en Milán como compañeros de habitación.
Así llegamos y empezamos a tocar. Pero para nuestra sorpresa, en Europa la gente no quería saber nada con el tango. Una noche estábamos trabajando en una boîte nocturna; tocamos un tango, otro tango, y entonces vino el dueño y nos dijo: "¿Van a tocar otro tango más?" "Y sí -le contestamos-, ¿qué podemos hacer con bandoneones y un piano?" Y él nos respondió que la gente quería escuchar boggie, quería movimiento.
Evidentemente, después de la guerra -principalmente en Italia y los países donde se quedaron los norteamericanos- había nacido la fiebre del boggie en Europa.
Entre los músicos que me acompañaban estaba también Julián Plaza. Le dije: "Bueno, algo tenemos que hacer, ¿te das cuenta de que no podemos tocar tangos todo el espectáculo? Vamos a tener que volver para Buenos Aires".
Salí a comprar la Rapsodia en azul, de Gershwin, y otras partituras; Plaza había hecho unos arreglos para dos o tres bandoneones, como para amenizar un poco el espectáculo, y así seguimos adelante, hasta que después de tanto girar en Italia, viajando pueblito por pueblito, salió un contrato para seguir a Oriente. Estuvimos en el Líbano y conocimos unas playas divinas y sus montañas maravillosas. Y ahí sí que podíamos tocar tango la media hora que duraba el espectáculo. Recuerdo que tocamos en un lugar en la montaña, y al lado nuestro estaba Maurice Chevalier.
Cuando fuimos a Egipto, en la época del rey Faruk, estuvimos en su casamiento.
Yo no lo podía creer. Había un local que se llamaba Albergo de la Pirámide, que estaba justo donde terminaba el asfalto y empezaba el desierto. Ahí nomás estaban las pirámides, y el lugar estaba abarrotado de gente. Sin embargo, siempre habían cuatro mesas que estaban vacías, y como yo me había hecho un poco amigo del maître (hablábamos un poco en francés), le pregunté por qué estaban esas cuatro mesas vacías. "Por si viene el rey Faruk", me contestó.
En Egipto, Faruk era amo y señor de la vida de todo el mundo. Podía hacer lo que se le daba la gana, si le gustaba una mujer la tomaba, y uno se tenía que acostumbrar a ver todo ese tipo de cosas.
El autor es pianista. Actualmente dirige la orquesta Juan de Dios Filiberto.
Por Atilio Stampone
Para LA NACION

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