
Anoche me llamó Nicolás y me preguntó si cuando los chicos durmieran podía pasar. Le pregunté para qué y me dijo que quería hablar conmigo, que quería explicarme por qué creía que L tenía que conocerlos.
Yo le dije que no me parecía para nada necesario que nos viéramos para hablar de eso, que podíamos hacer por teléfono perfectamente.
Accedió y antes de que empezara la explicación, le dije que para que la charla tuviera algún sentido él tenía que entender que a mí no me interesa por qué L tiene que conocer a mis hijos sino por qué ellos tienen que conocerla a ella.
Me dijo que había sido un error del discurso. OK. Lacan no aprobaría, pero OK.
Me contó que está muy enamorado y que ya conoce a los hijos de ella. Que tiene dos y que son de edades parecidas a los nuestros (le dije que ya lo sabía). Que están casi todo el tiempo presentes cuando L y él están juntos y que cree que funcionaría muy bien si todos los niños se juntaran.
Le dije que entendía que sintiera deseos de incluir a sus hijos en esas reuniones (me imagino en una situación similiar, con los hijos de mi pareja y claro que yo también querría llevar a los míos).
También le aclaré que nada de todo esto (ni lo que él me dice y cuánto yo lo entiendo) tiene que ver con que se trate de algo necesariamente beneficioso para nuestros hijos.
Le propuse que les empecemos a contar que su papá está saliendo con una mujer. Que cumplamos pasos que sí me resultan necesarios. Y que cuando ellos estén más o menos acostumbrados a la idea podemos presentarlos.
Le pareció una exageración pero lo aceptó.
Listo, y si querés, se los digo yo del modo más pedagógico posible - agregué.
Bueno, gracias, sí, ellos te tienen a vos de ídola absoluta.
No me dorés la píldora Nicolás, mañana hablamos.
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