

NUEVA YORK.- Un barrio peligroso. Al menos si usted no pertenece al bajo fondo donde conviven trabajadores de carnicerías industriales, travestis, prostitutas, drag queens y comerciantes acostumbrados a ganarse la vida en un mundo en el que lo marginal no es una excepción. Así era en Manhattan el barrio de Meatpacking District hasta que jóvenes ejecutivos, personajes famosos y negocios de lujo decidieron sentar allí sus reales, convirtiendo la zona en la más fashion de los últimos tiempos.
Nueva York suele acostumbrarnos a estos cambios. Así vimos transformarse al Soho, hace ya muchos años, Tribeca, Chelsea, el East Village y muchos más. Las que fueron antiguas fábricas se convirtieron en disputados espacios para carísimos lofts o locales para las marcas más sofisticadas. Hoy esa vertiginosa transformación es, sin duda, Meatpacking District, anticipándose a las pretensiones que en igual sentido tienen Hell s Kitchen o Brooklyn.
En pleno Downtown, muy cerca del distrito financiero y del Soho, enclavado entre el West Village y Chelsea, Meatpacking District está más o menos acotado por las calles 12 y 14, entre la Séptima Avenida y el río Hudson.
Desde hace 150 años la zona estaba destinada a la concentración y distribución de productos de granja y luego sólo de la carne. No hace tanto tiempo que en ese lugar funcionaban unos 200 mataderos de animales que proveían a la ciudad y sus alrededores. Hoy sobreviven unos 35. Un edificio especialmente diseñado como terminal del tren en la estación Hudson se transformó en un mercado -llamado Gansevoort Meat Center- al dejar de ser útil cuando se concretó el cruce subacuático desde Nueva Jersey. Muchos de los sofisticados negocios que proliferan en el lugar ocupan espacios en ese viejo edificio.
Arte y otras yerbas
Que pegado a un galpón en la que rústicos estibadores acarrean medias reses sanguinolentas se instale una galería de arte o un local de ropa carísima es parte del proceso que vive ese barrio. Tal contraste es quizás el principal atractivo. Por demás está aclarar que los valores de las propiedades en la zona se han ido a las nubes. El barrio se ha transformado en tan selecto reducto que en ese sitio es donde están los mejores restaurantes, clubes privados y hoteles de moda. El Soho House, por ejemplo, en el 35 de la Novena Avenida, es un hotel boutique de carácter privado al que sólo pueden acceder quienes hayan obtenido una membresía. Los cuartos, 24 en total, se pagan entre 450 y 1000 dólares diarios.
En otro estilo, el hotel Gansevoort, en el 18 de la Novena Avenida, sobresale con sus trece pisos en un barrio bajo. Supermoderno, con una estructura de cristal y metal, tiene en la terraza una pileta de natación. Desde sus habitaciones se puede, si tiene suerte, divisar alguna de las celebridades que descansan en la azotea del Soho House.
En el 403 West de la Calle 13 nadie puede olvidarse de echar un vistazo al restaurante Spice Market. Su chef, Jean-Georges Vongerichten, lleva adelante un restaurante de especialidades asiáticas. El otro sitio tradicional para comer es Pastis, en el 9 de la Novena Avenida. Especializado en comida francesa, es de los mismos dueños del afamado Balthazar, en el Soho.
Lo cierto es que la primera casa de comidas de la zona data de 1985. Es el Florent, abierto las 24 horas, y centro en el que los habitués de aquellos tiempos distaban mucho del glamour y sofisticación de quienes hoy llegan a la zona en autos carísimos o, cuanto menos, en limousinas con choferes. Luego de aquel primer restaurante se instalaron algunos boliches de rock alternativo, como Baktun y The Cooler. Luego empezaron a instalarse las galerías de arte, casas de diseño, anticuarios y boutiques como las de Stella McCartney, Jeffrey Kalinsky, Lucy Barnes o Alexander McQueen.
Pero si de día la zona tiene su atractivo, es a la noche donde vibra con todo vigor. El barrio se puebla de quienes buscan rincones selectos. Muchos de ellos han comenzado ya a elegir ese sitio como lugar de residencia.
Claro que no todo es alegría y buena onda. Los residentes de la zona se han opuesto al proyecto del francés Jean Nouvel, autor de la Torre Agar, en Barcelona, que pretendía construir una serie de edificios de treinta pisos cada uno. Han hecho bien.
En la vía
Lo que no parece tener contras es la utilización de las vías elevadas que corren a lo largo del barrio bordeando el río Hudson. La Fundación Dia Art de Nueva York piensa instalar allí su nuevo museo. El arquitecto sería Roger Duffy, que ya hizo el Museo Skyscraper en Battery Park. La intención es construir dos edificios de un par de pisos con grandes ventanales que miren al Hudson y cuyo volumen lejos de competir se integre al entorno industrial de esa zona.
Los arquitectos Elizabeth Diller y Ricardo Scofidio integran un grupo interdisciplinario que involucra en sus proyectos arquitectura, artes visuales y artes teatrales. Tienen la responsabilidad de diseñar un parque sobre las vías abandonadas en el Meatpacking District. Muchos apuestan a que será uno de los más bellos y originales paseos de Manhattan, con espléndidas vistas al Hudson. Debajo de las vías, más muros de cristal crean salas de espectáculos, restaurantes o simples paseos peatonales que convertirán el Meatpacking District en una perfecta fusión entre el pasado portuario e industrial de la ciudad y su futuro vanguardista y turístico.
De ser así, ¿cuánto durarán los olorosos galpones en los que siguen estibándose las reses, o las casas modestas que sobreviven en medio de visitantes millonarios? ¿Cuánto más los ebrios noctámbulos tendrán por compañía a ratas y ratones? No mucho más. La sofisticación de las marcas que venden jeans a dos mil dólares los habrán reemplazado. Tal vez no esté mal, pero con seguridad ese contraste que hoy subyuga habrá desaparecido.
Por Nino Ramella
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