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Rovaniemi, donde comienza el Artico

En Laponia, una de las antesalas del Polo Norte, los renos y los perros huskies arrastran a los turistas por bosques de cuento apenas invadidos por cabañas, saunas y tiendas saamis




ROVANIEMI, Finlandia.- Para los que venimos del Sur, la ceremonia es ineludible. Por las dudas, nadie avisa, pero al entrar en una kota, versión moderna de lo que eran las tiendas laponas -una carpa hexagonal hecha con troncos cubiertos de pieles de reno, con el extremo superior abierto para que el humo de la hoguera interior tenga una salida-, un albino vestido como los primitivos habitantes saamis se acerca y lo que en una primera impresión parece un intento de degüello termina por ser una caricia con un cuchillo que se desliza por la nuca de cada uno de los que están sentados alrededor del fuego.
Una ronda de leche de reno es un trago imposible de despreciar ante la insistente invitación de un joven, que pronuncia inentendibles pero enérgicas palabras en lapón. Tras asegurarse de que traduzcan que "lleva polvo de cornamenta", el cual "es afrodisíaco", agrega, como para convencer al resto, luego de observar cierta expresión de desagrado entre los primeros bebedores, poco acostumbrados a este brebaje, mandó decir que hay que tragarlo rápido porque si no la lengua queda tiesa. Para compensar, la kuksa -taza hecha del nudo del abedul con asa de cornamenta de reno- vuelve a rodar de mano en mano, pero con una de las bebidas más consumidas en la zona, el vodka.
Como a los renos, a los que nacen tras un período de muerte -relata, dando por descontada la reencarnación- pueden crecerles los cuernos, explica el joven saami. Para evitarlo, sin rodeos ni consultas, marca las frentes de todos advirtiendo que deben llevarlas durante seis horas para que no aparezcan esas molestas protuberancias, que condicionan el futuro, sobre todo, el amor, añade, sin dejo de burla a pesar de la risa generalizada. El bautismo de Laponia es una ceremonia que, aunque se diviertan al practicarla con desprevenidos turistas, viene de una costumbre ancestral destinada a hacer un pequeño corte en la piel del cuello para que fluya hacia el exterior la sangre negativa, la mala onda , como dicen ustedes, comenta Sisko, una simpática guía con abuelos españoles, de quienes aprendió a hablar en perfecto español. De todos modos, rodeados por un bosque de cuentos, donde cada pino, abeto y abedul parecen levantar sus ramas al cielo para recibir la nieve como una bendición, porque atrae visitantes, es imposible tener mal humor.
Las cálidas kotas también son punto de encuentro, donde se sirven típicos platos lapones. Probar reno es casi una obligación, aunque su nombre no invite a hacerlo. El poronkäristys se come como estofado, acompañado por puré, seguido de arándanos y otros berries, que casi no pueden digerirse sin el clásico vodka finés o cerveza casera.
{Subítulo} Renos y huskies, amos de Laponia
Para ver renos de cerca hay que andar 10 kilómetros adentrándose en el bosque. Pero la alternativa a esta interesante y vistosa caminata es quedarse deambulando en una granja de renos, donde se los cría. "No, no preguntes cuántos renos tienen -llama la atención Sisko-, es mala educación y hasta tonto, nadie contestaría cuánta plata tiene un banco", ejemplifica. El reno forma parte de la familia lapona o, al menos, es su sustento. Un grupo base de cuatro personas necesita por lo menos 300 renos al año. La gente en Laponia vive de ellos, los cría para tener que comer, como medio de transporte para arrastrar la pulkka (trineo), para usufructuarlos turísticamente, pero también los sacrifica porque son plaga.
Hay más renos que personas, ya que la región está habitada por aproximadamente 200.000 personas y hay 220.000 cérvidos de este tipo. La matanza de otoño sirve para aprovisionarse de comida para el invierno. También es objeto de tiro al blanco al convertirse en trofeo de caza deportiva. Menos fatal es la caza al lazo y la tradicional carrera de renos, costumbres locales que se convierten en acontecimientos para atraer el turismo, uno de los principales recursos lapones. Tertu Arga es uno de los 42 granjeros. Cuenta que entre los recursos a los que apela para subsistir está el de abrir las puertas de su casa y mostrar cómo vive. También, de paso, amplió sus instalaciones y ofrece cabañas para alojamiento con capacidad para 100 personas. Su granja, llamada Napapiirin Ratsastuskeskus, está asentada sobre la línea del Círculo Polar Artico, en las inmediaciones de la ruta 79. En invierno, es habitual llegar hasta allí en motonieve, debido a que la tierra y los lagos circundantes se unifican formando pistas.
No muy lejos, más al Norte, cerca de Sinettä, se encuentra una granja, pero de otros animales de los que pueblan, atraen y divierten estas gélidas tierras: los perros huskies. Se cree que los huskies llegaron a esta región desde Asia de la mano del hombre o, más bien, guiándolo. Esto porque, debido al riesgo que implica el caminar sobre algunas capas de hielo, se lo utiliza para que encabece las caravanas y pise primero. Amables, simpáticos por naturaleza, estos perros son considerados un atractivo.
Responden a un nombre propio, y su edad oscila entre los 3 meses y los 14 años. Los más viejos lideran la fila, en la que se los ordena desde 10 y hasta 26 para arrastrar trineos. Les gusta correr, claro, y si no fuera así, están obligados a hacerlo. En primavera y verano corren en senderos por el bosque arrastrando un carro, lo mismo que en invierno, cuando necesitan ser más para tirar de los trineos. Ya no suele vérselos sueltos, se los cría en cautiverio y para evitar que estén en peligro de extinción se los cuida, tratando de evitar su comercialización ilegal. La pesca en el hielo es una actividad tan curiosa para nosotros como natural para los lapones o samis. "Se barrena un agujero en el hielo y, sin más, se tira la caña", explica Sisko, al comentar que esa actividad permitía subsistir y comer a los samis.

El espectáculo de las auroras

Rovaniemi es la capital de la Laponia finlandesa y está situada a 1600 kilómetros del Polo Norte. Aquí, el Círculo Polar Artico deja de ser una línea imaginaria para determinar que a su altura el clima subártico, con sus heladas y tormentas, existe y se hace sentir. Los primeros turistas del área de Rovaniemi llegaron hace 8000 años, siguiendo las migraciones de manadas de renos, para convertirse en sus primitivos habitantes. Muchos siglos antes, cuando en la época glaciar el mar cubría la tierra, las cumbres eran lo único que sobresalía. Por eso, desde la década del 50, la costumbre de subir al cerro Ounasvaara, cada 24 de junio, durante el Día de San Juan, para bailar sobre el último resto glaciar es una costumbre que merece ser vista.
De aquel día de 1950, cuando cientos de hogueras ardieron y las pendientes se hicieron eco del retumbar de los pies danzantes, Ounasvaara se ha renovado y convertido en un centro recreativo que permanece abierto todo el año y ofrece, además de un parque deportivo, un centro de esquí. En sus inmediaciones funciona el Santa Claus Sports Institute.
Mucho más atractivo es el majestuoso espectáculo de las auroras boreales. Como resistiéndose al kaamos o tal vez gracias a este telón de fondo es posible ver las luces árticas. Este fenómeno luminoso de origen electromagnético se estrella contra las tierras más septentrionales del planeta y despliega caprichosos y sinuosos juegos de colores. Hay luces amarillas, verdes, rojas y azules. Las auroras tiñen el ánimo de los lapones, que con el tiempo aprendieron a conocerlas y admirarlas.
En la Edad Media se creía que grandes extensiones entraban en llamas. Pero esta creencia fue precedida por otras fábulas y leyendas esquimales: "El cielo es un reino enorme que se arquea sobre la tierra. Para entrar en él, hay que atravesar un abismo y estrechos senderos oscuros, por eso las almas que ya lo habitan encienden luces para guiar el paso, para no caer en el abismo", relata Sisko, pero con o sin una detallada explicación científica, las palabras no son necesarias, sólo basta verlas.

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por Redacción OHLALÁ!


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