

MANAOS.– En general, los paseos por el Amazonas se realizan en barco y eso permite al observador agudo y paciente apreciar muy cerca de la orilla los secretos que la naturaleza esconde en la selva.
La jungla o la floresta, como la denominan por estos lares, es sinónimo de inmensidad y abundancia. Pero además de ser opulenta en sus excesos, es fulgurante en sus carencias. Por ejemplo, los pobladores, entre ellos aborígenes, adaptados al lugar, viven de la caza y de la pesca y en palafitos, casas primitivas instaladas sobre pilares en el agua o estacas clavadas en tierra.
La selva es un lugar habitualmente desolado bajo el sol, y se puede caminar muy lejos sin encontrar animales u otras señales de vida, pero al anochecer comienza el despertar y, entonces, se advierte el intenso y misterioso movimiento que reina en los alrededores.
Hay ríos por todos lados y múltiples especies animales y vegetales. La vida de éstos transcurre entre las crecientes y bajantes de los ríos que se alternan cada seis meses aproximadamente.
Las aguas, producto de la lluvia y el deshielo, bajan desde los Andes hacia el Atlántico, por el río Amazonas, y recorren 6400 kilómetros.
Con el viaje organizado por una empresa o agencia, recorrer la selva no es algo imposible. Los temores, si los hay, pasan más por las dudas que por ignorar qué cosas habrá que enfrentar. Pero pocas emociones pueden compararse con las de una visita a la jungla. Llegar hasta ésta puede ser una experiencia de un cambio completo de vida.
Experiencia para pocos
No es necesario enfrentarse con un jaguar o una anaconda para disfrutar de esa sensación, pero hay indudablemente un valor adicional en la experiencia cuando se sabe que uno se encuentra en un lugar al que no llega todo el mundo, de difícil acceso.
Caminar por la jungla obviamente no tiene nada que ver con pasear por la calle Florida. Navegar por los ríos, algunos anchos, recuerda al Tigre. Puede ser que el viaje resulte monótono.
Es lo mismo el camino que se tome o el transporte elegido. La aventura está asegurada, a veces, en rigor de verdad, con riesgos superiores a los deseados. Ver serpientes, por ejemplo, es muy habitual. No hay que asustarse, pero sí tomar prevenciones. Si el punto de partida es Ecopark, a algo más de media hora del puerto de Manaos, inmediatamente comienza la travesía y surgen las curiosidades. Y son centenares, asombrosas.
Ecopark presenta bungalows para turistas y un restaurante. Es uno de los tantos refugios que hay en la selva, situados casi siempre en un afluente de los ríos principales. Varían desde los más básicos hasta los de cinco estrellas.
La mayoría de los viajes organizados incluyen actividades, como pesca de pirañas y observación de caimanes por la noche, excursiones por la jungla o travesías en canoa por ríos pequeños y riachuelos.
Una advertencia. El calor y la humedad son implacables. En el inventario asoma el sol, pero con la variante de que sus rayos chocan contra las copas de los árboles. Estos parecen estar clavados en el agua, negra por donde se la mire, semejante a un gran manto que oculta peligros. Otra advertencia: de repente, el ruido de una rama quitada de su sitio pone los nervios en tensión a cualquiera, pero no necesariamente hay que pensar en lo peor.
La luz decae en la selva a causa de que parece techada por árboles. Casi siempre está inundada en grandes superficies en épocas de lluvia, desde noviembre hasta abril. De todos modos, ahora, llueve con bastante frecuencia.
Ver aves, en silencio
Las aves aparecen fugazmente y no se las divisa en la cantidad que uno imagina. Si el deseo es apreciarlas lo más próximas posible, conviene alejarse todo lo que se pueda del ruido.
Mediante el silbido que imite el grito de alguna de ellas, podrá obtenerse una respuesta. Otros ejemplares de la fauna son más fáciles de ver en lugares donde el cuidado humano los hace amigables.
Como los monos, rápidos y ágiles, que se trasladan de copa en copa entre los árboles que están en la orilla, a pocos minutos de canoa desde Ecopark. Otros habitantes singulares del Amazonas son las pirañas, pero para verlas hay que pescarlas.
¡Caimanes y serpientes!
Ir a ver los caimanes de noche forma parte del folklore aventurero. El guía los descubre desde lejos cuando, al ser iluminados por la luz de la linterna, los ojos del animal parecen dos fogonazos en medio de la oscuridad. La canoa se acerca lentamente y con cuidado para que el guía estire los brazos debajo del agua y tome con las manos el caimán, que ya ha logrado escabullirse. Después de atraparlo y mostrarlo a los turistas, el animal es devuelto al agua. Pero ahí no termina el show de la jungla. Algo no menos inquietante radica en que mientras la embarcación se interna entre los manglares del río, los turistas advierten que el guía está atento al ataque de las víboras que reptan en las ramas. Sin comentarios.
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