Nuevas heroínas. Las series del momento están protagonizadas por mujeres reales

Si con una mirada rápida analizamos la construcción de los personajes femeninos a lo largo de la historia de la televisión, existen dos momentos fáciles de identificar. El primero se caracteriza por aquellas mujeres que solo tenían la función de acompañar la narrativa masculina: ya sea como su damisela en peligro o como la mano derecha del protagonista. Lo cierto es que –más allá del tiempo en pantalla– junto al saco y la corbata, estaban ellas como un accesorio más.

La segunda fue cuando, gracias al impacto de los movimientos feministas, se abrió el camino a narrativas con perspectiva de género y nos encontramos con mujeres empoderadas: desde líderes de equipo hasta personajes que toman las riendas de sus vidas cuando sus hombres o maridos fallan en todo. Vimos de todo: súper mamás, súper empresarias, súper amigas, súper amantes. Idealizando y embebiendo de valores positivos, las mujeres en la televisión parecían no tener margen de error y se las siguió relacionando con ideas tradicionales como la maternidad como una realización universal, personas que solo viven a través de emociones positivas (amor, empatía, comprensión) y que, al final del día, su rol era el de protectoras.

A pesar de que los equipos de guionistas eran cada vez más diversos, parecía que era imposible romper la fórmula “femenino = bondad”. Y es por esto que, desde mi perspectiva, el fenómeno más interesante que empezó a darse hace un par de años es aquel que nos brinda la posibilidad de experimentar mujeres malas. Ya sea una madre sobreprotectora y abusiva (The Act/StarzPlay), una mujer avara y dispuesta a cualquier cosa (Ozark/Netflix), una reina sedienta de poder (Game of Thrones/HBO), una asesina sin escrúpulos (Killing Eve/Paramount+) o una villana que quiere conquistar el mundo (Pennyworth/StarzPlay). El espectro se nutre de la diversidad y de la falta de limitaciones. Es que, en definitiva, la verdadera revolución se da cuando se acepta que las mujeres podemos serlo todo. Lo bueno y lo malo. Sin límites impuestos por el género ni identidad sexual.