El viaje a la Villa de París, compartido con una gran amiga, a quien evoco por haber sido quien me instó a escribir estas líneas, fue una experiencia que definitivamente nos marcó.
Es que la Ciudad Luz, con nombre personal, en honor a lo que sólo ella puede dar, envuelve a sus visitantes y los convierte en personajes de múltiples escenas que, como condición única y esencial, involucran un testimonio histórico.
En la fotografía, desde la torre de la iglesia de Notre Dame, contemplamos una de las caras de París, la que nos muestra a la gran Dama de Hierro, la Tour Eiffel, inaugurada en 1900 para la Exposición Universal en rememoración de la Revolución Francesa (1789); la cúpula del Hotel de los Inválidos en el que yacen, con memoria eterna, las cenizas de Napoleón Bonaparte, que tras su exilio en la isla de Santa Elena, donde en 1821 falleció, regresó como lo que fue en su época de mayor esplendor; el emperador de Francia fue acompañado de un cortejo fúnebre que al compás del Réquiem de
Wolfgang A. Mozart pasó a través del Arco del Triunfo, otro de los grandes íconos de París.
A partir de eso nos trasladamos casi espontáneamente a ver las obras de Jacques L. David, por quien Napoleón Bonaparte fue soberbiamente retratado, y que bajo el debido resguardo se hallan en el Museo del Louvre.
Además, y cruzando el río Sena, aparece el puente Saint Michel, que une la margen izquierda con la Isla de la Ciudad.
Y es esta la fotografía que elegí, porque evocando el lema del escudo de París: Fluctuat nec mergitur" (*), luego de su construcción inicial en piedra, en el siglo XII, fue destruido en tres oportunidades: en el siglo XV por la corriente de agua provocada por un deshielo; en el siglo XVI por el impacto de los barcos que navegaban por el río Sena, y en el XVII por las inclemencias climáticas de la época. Sin embargo, y luego de ser reconstruido en el XIX, nuevamente en piedra, permanece imponente hasta hoy decorado con los medallones del Segundo Imperio Francés.
Quisiera compartir cada una de las imágenes que captamos, como la ciudad de París captó, ante su despliegue, nuestra profusa atención, señalando una sola diferencia: la belle Paris se encierra con sus paisajes, sus tonalidades propias, su encanto de ciudad capital, única e histórica, en el interior de tu ser. Y es que, como en una ocasión leí , "toda experiencia de belleza señala a la eternidad...".
(*) Es una frase en latín, atribuida a San Juan Crisóstomo, que se traduce por "fluctúa pero no se hunde", empleada como lema por la ciudad de París. Figura en su escudo de armas, que contiene un barco navegando en un mar agitado.
Se dice que la ciudad de París es representada por un barco porque la Isla de la Ciudad tiene la forma de una embarcación. (Para mayor información consultar: http://es.wikipedia.org/wiki/Fluctuat_nec_mergitur )