Estoy sentada en al restaurante «Garota de Ipanema», justo en la mesa que está al lado del afiche donde están escritas la letra y música de la canción de Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes. Ya sé que es un cliché venir acá, pero era una de los lugares que más quería conocer y por fin tuve tiempo para hacerlo. Inaugurado en 1974, en el sitio donde antes estaba el Café Veloso. Cuenta la historia, que fue sentado en este mismo lugar donde Vinicius vio a la Garota que, con un dulce balancear, pasaba caminho do mar. Hoy, sin embargo, le queda poco del encanto que habrá tenido en la década del ´70. Es un restaurante bastante turístico, con un menú que poco tiene que ver con la comida típica brasileña. Por estos días, además, está rodeado de televisores de LED y fans gritando cada gol, muchos de los cuales no tienen, claramente, la menor idea de dónde están sentados.
Mirando un poco las fotos que tapizan sus paredes, me puse a pensar en cómo habrá sido Rio a fines de los ´50, principios de los ´60, y cuánto de aquel glamour tiene que ver con la ciudad que conocemos hoy. La década del ´50 estuvo marcada por un optimismo sin precedentes, mientras la ciudad emergía de su pasado colonial para convertirse en una metrópolis moderna que hoy supera los 6 millones de habitantes. Parte de la identidad cultural tan marcada que tiene hoy Rio se forjó a fines de esa década con el surgimiento de nuevas corrientes artísticas: la bossa nova, el neoconcretismo, y el cinema novo.Cuando salí del bar caminé hasta la playa tratando de imaginar cómo habrían sido esos días, en que Rio era una parada obligada del jet set internacional y las celebrities de Hollywood. El hotel Copacabana Palace era el epicentro de la vida nocturna. Ya sea porque se hospedaban en él y daban conferencias de prensa, o porque cantaban en su Golden Room. Fueron muchos los artistas que pasaron por ahí y se enamoraron de esta ciudad: Josephine Baker, Carmen Miranda, Ava Gardner, Janis Joplin (que fue echada por nadar desnuda en la pileta), Brigit Bardot, Marlene Dietrich. Imaginen a alguna de estas divas caminando por las veredas en blanco y negro de Copacabana al ritmo sensual de la bossa nova.
Pero el hedonismo carioca no sólo atraía jetsetters, sino que, antes de que la capital se trasladase a Brasilia en 1960, Rio era un destino favorito de turistas de todo el mundo. Mirando los afiches de las líneas aéreas que volaban a esta ciudad, uno se da cuenta de que lo que atraía era su sensualidad. En lugar de mostrar sitios históricos o de interés cultural, las publicidades mostraban a mujeres en bikini, invitando al placer y todos los lujos que esta ciudad podía ofrecer. Cuando aterricé en Rio hace ya cuatro semanas, y después de no haber venido por tantos años, tuve la extraña sensación de que la ciudad estaba suspendida en el pasado, pero no de una manera nostálgica, sino desde la preservación de un encanto que ya no existe. No sé si es lo ecléctico de su estilo arquitectónico en el que conviven las obras de Niemeyer y Lucio Costa con construcciones coloniales, o el hecho de que se esté viviendo a pleno la Copa del Mundo. La ciudad está llena de ilusiones, de hinchas con la esperanza de que su país llegue a la final. Ni hablar de los brasileños más grandes, que recuerdan que la primera vez que ganaron una copa fue en 1958, y marcan ese evento como el comienzo de la época dorada de esta gran ciudad. Así que, mientras sigo caminando por la rambla Vieira Souto, pensando en toda la gente que caminó por acá, en las épocas que no viví y me hubiese gustado conocer, pienso que soy una Moça do corpo dourado Do sol de Ipanema, o seu balançado é mais que um poema, é a coisa mais linda que eu já vi passar..
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