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 • Historias

A días de casarse. "Mi novio me dejó por FaceTime"




Josefina Franci tenía todo listo para una boda soñada cuando, sin previo aviso y desde Londres, su novio la canceló. Partida de dolor, empezó a escribir sin parar.
De chica siempre soñé con vivir en el exterior. Soy redactora publicitaria. Desde chiquita, cuando me preguntaban qué quería ser, siempre contestaba lo mismo: "No tengo idea, pero lo único que sé es que voy a vivir fuera de Argentina". Sí, para mí el mundo era (y es) tan grande que lo que siempre sentí, además de mucha curiosidad, fueron enormes ganas de explorarlo y viajar. Con el Reino Unido me pasó algo similar, fue amor desde siempre, empatía, adoración. Amo ese país desde antes de conocerlo, y así fue que, al día siguiente de recibida, junté todos mis ahorros y saqué mi primer pasaje a Inglaterra. ¡Estaba feliz! Llegué sin un peso y me alojé en la casa de un tío lejano que ni siquiera conocía. Trabajé de niñera, cosí botones y etiquetas para una marca de ropa y me privé de todo, hasta que, por fin, conseguí trabajo en una agencia de marketing. Esa agencia fue donde todo empezó.

"El primer paso cuando nos conocimos lo di yo"

Apenas entré a la agencia, y bien al estilo british, mis compañeros me llevaron a un bar a tomar unos tragos de bienvenida. Yo ya lo había visto, examinado, "marcado", así que, estratégicamente, me senté al lado suyo y, adivinen qué..., funcionó. Quién sabe qué fue lo que me llevó a sentir la necesidad de conocerlo y hablarle, pero desde el primer momento supe que iba a ser alguien especial. Esa noche hubo conexión. A los pocos días me invitó a salir, pasamos toda la tarde juntos y nos dimos nuestro primer beso. Yo estaba fascinada. Eso sí, desde el primer momento fui súper clara con él. Yo venía de pasar momentos durísimos en Argentina, se habían muerto cuatro amigas en un accidente de auto unos años antes y eso había marcado un punto de inflexión en mi vida, tanto anímica como emocional. Nunca había vuelto a ser la misma. Y eso se lo conté y advertí desde el primer día. Le dije que todavía estaba rota por dentro, que me cuidara y que por favor, sobre todo, nunca me lastimara ni me hiciera sufrir. Por supuesto, jamás imaginé todo lo que vendría después.

"El casamiento iba a ser mágico"

Habíamos decidido casarnos en Argentina y yo había planeado todo para que fuera inolvidable. La ceremonia iba a ser en un club de remo, porque su pueblo en Inglaterra es famoso por ese deporte. Y como la temática iba a ser de "cowboys", hasta había pensado darle la sorpresa de ponerme botas de vaquera abajo del vestido, a pesar de que las odio y de que, por supuesto, iban a arruinar mi outfit de princesa. Pero no me importaba, yo solo quería que él fuera el rey. Por eso planeé música solo en inglés (eso significó sacrificar cumbia, temas nacionales y carnaval carioca) y separé un fragmento de la noche para que pudiera bailar con sus amigos esos horrorosos temas de heavy metal que tanto le gustaban. Porque todo estaba pensado para él, para que se sintiera cómodo, para hacerlo feliz. También conseguí los fuegos artificiales que me había pedido y el auto vintage norteamericano con el que íbamos a entrar (réplica, ¡¡sí!!, de uno antiguo que él tenía de más joven). Todo iba a ser perfecto, todo estaba milimétricamente calculado. Lástima que, a veces, las cosas, no salen como quisiéramos, sino todo lo contrario.

"Perdón, no puedo, no voy"

Habíamos decidido hacer dos casamientos, uno en febrero, en Argentina, y otro en Londres, en el verano europeo. Yo vine a Buenos Aires a principios de diciembre para ocuparme, junto con mi mamá y mi hermana, de la organización y esperarlo con todo listo. El plan era que él viajara a fin de ese mes, pero el 31 de diciembre a la tarde, un rato antes de tomarse el avión, me llamó y me dijo que no venía, que no podía casarse, que suspendiera todo. A mí el corazón se me hizo trizas, no podía creer lo que escuchaba, no entendía, no reaccionaba. No podía respirar. Con la poca energía que tenía después de cortar con él, llamé a un amigo inglés y le pedí que fuera a la casa y lo convenciera. ¡Necesitaba al menos que me lo dijera personalmente! Este amigo lo fue a buscar, lo llevó al aeropuerto y lo obligó a subirse al avión. Al día siguiente nos encontramos en Ezeiza y ahí sí, hablamos cara a cara. Él venía sufriendo ataques de pánico y hoy, mirando hacia atrás y con mucha terapia encima, puedo darme cuenta de que hubo señales que anticiparon lo que pasó. Pero en ese momento, aturdida y en shock, me agarré de lo último que me quedaba: la esperanza de que, cancelado el casamiento, él tuviera un plan B para que podamos seguir.
Un rato antes de tomarse el avión, me llamó y me dijo que no venía, que no podía casarse, que suspendiera todo.

"Sentí que mi alma caía en picada"

A pesar de los planes suspendidos (y con todo lo que eso implicó), igualmente decidí apostar. A él, a nosotros. A lo que habíamos sido y construido esos últimos años. Estaba dispuesta a todo. Quería cuidarlo, curarle los miedos, ayudarlo con sus inseguridades, acompañarlo y entenderlo como nadie había hecho. Quería demostrarle que iba a estar siempre para él. Apenas aterrizado, entonces, lo dejé que meditara y elaborara tranquilo sus cosas en el departamento que habíamos alquilado para la previa de nuestro frustrado casamiento, y yo me fui a vivir a lo de mis padres. Intenté seguir adelante, organicé salidas y planes como si nada hubiera pasado. Demasiada consideración, otro error. A la semana y sin muchas explicaciones decidió que estar en Buenos Aires no era lo mejor para ese momento y partió. La despedida fue desgarradora y, a pesar de que durante un tiempo largo conservé la esperanza de despertarme de la pesadilla, creo que cuando lo vi cruzar esa puerta, en el fondo, bien adentro, supe que era la última vez.

"Se quedó con absolutamente todo"

Él volvió a Londres y yo me quedé asimilando y procesando, aún sin poder creer, todo lo que pasaba. El contacto ese primer tiempo fue una locura, me escribía como si nada, me decía "mi amor", después me bloqueaba... Yo rebotaba entre su inestabilidad, el amor que todavía sentía, la bronca y el dolor, pero mientras tanto, y de a poco, me iba dando cuenta de que allá en mi amada Inglaterra él sencillamente se había quedado con todo. Con la casa, los muebles, los amigos en común, con toda la plata que habíamos ahorrado, las velas de vainilla que quedaron en el living y hasta mi ropa, que seguía colgada en el placard. Mi vida entera quedó allí. Una vida feliz, que logré con muchísimo esfuerzo y dedicación, siendo extranjera y habiendo llegado a ese país sin nada.

"La única que dio la cara fui yo"

Nunca me importó demasiado el qué dirán, pero lo que estaba viviendo era la peor pesadilla. Yo, en Buenos Aires, muerta de tristeza, hacía lo que podía con el dolor mientras a mi alrededor, de a poco, la gente empezaba a enterarse. Llegó un momento en el que ni siquiera quería sacar a pasear al perro para no correr el riesgo de encontrarme con alguien y tener que relatar todo el cuento otra vez. A duras penas podía conmigo misma, ¿cómo hacer para, encima, cumplir con la curiosidad y el morbo de los demás? Él seguía llamándome cada tanto, ajeno a toda la situación. No dio la cara ni con nuestros mejores amigos ni borró de su Facebook el post donde anunciaba el casamiento. Aquellos que no sabían nada seguían comentando y dejándonos mensajes de felicidad al mismo tiempo que mis padres desarmaban en silencio todo el evento, haciendo lo posible por evitarme participar. Sé que perdieron muchísima plata porque hubo cosas que no se pudieron cancelar. Él, desde allá, por supuesto, jamás se hizo cargo de nada.

"Saqué el pasaje y me fui a Madrid"

Pese a encontrarme de nuevo viviendo en Argentina y rodeada de familia y amigos que ejercían de barrera de contención, la cosa no funcionaba. Yo seguía pensando en él, dándole vueltas a la historia, tratando de entender qué era lo que había pasado. Estaba paralizada en un lugar que no me hacía bien. Por eso, el 13 de marzo, día de mi cumpleaños, decidí aceptar la oferta de una amiga española que, con todo el amor del mundo, me invitaba a pasar unos meses en su casa; saqué el pasaje y me fui a Madrid. Un poco escapando de todo, otro poco buscando paz, pero sobre todo con la esperanza de encontrar trabajo y poder, finalmente, empezar de nuevo. Allá me dediqué a distraerme. Salí mucho, conocí todo tipo de gente y hasta me animé a tener algún intento de relación, pero cuando tuve que dar el sí para un puesto de trabajo que en cualquier otro momento hubiera significado LA oportunidad, me di cuenta de que no iba a poder. Estaba triste, me sentía mal físicamente y todo ese ruido del que me había rodeado solo había sido un analgésico pasajero. Así fue como, el día en que me confirmaron el trabajo y tuve que contestar, no quise mentirle más a nadie. Rechacé la oferta, agradecí a mi amiga, me tomé otro avión y volví.

"Sin darme cuenta, gesté un libro"

Nueve meses después de "la llamada" terminé el libro que, sin saber, había comenzado a escribir el día en que todo esto empezó. Junté notas, mails, mensajes de WhatsApp y emociones en papel y en formato digital. Ordené la historia y me animé a darle forma. Y fueron casualmente nueve los meses que me llevó darlo a luz, convertirlo en libro. Hoy siento que no solo logré concretar este proyecto, sino también, de alguna manera, liberar la historia y todo el peso que me generó no mirarla de frente y a los ojos cuando pasó. Porque si algo aprendí, es a desmitificar la exigencia social de tener que estar siempre bien. La vida es movimiento, nos pasa, nos atraviesa, la vida nos hace bien y, por momentos, también nos hace mal. Y es perfecto que así sea para que podamos avanzar y que el camino sea evolutivo. Hoy vivo en Buenos Aires, trabajo de lo que me gusta, tengo amigos, familia y una vida que siento feliz. Y si tengo momentos o días complicados, los acepto y no la careteo. Creo que es el secreto para surfear lo que vaya viniendo, con coherencia y sinceridad. •
Maquilló y peinó Josefina Mercau.

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