Papá celoso

Por Sebastián Wainraich

Lo vi con mis propios ojos. Fue hace pocos domingos al mediodía, después de un riquísimo asado y en una tarde de un sol que acariciaba. Como una realidad. Como una amenaza, como un futuro imposible de esquivar. Cada familia se iba a su casa y había llegado el momento de las despedidas. Entonces, vi esa escena que hoy no puedo borrar de mis ojos, esa escena que tal vez se repita todos los días mientras yo trabajo o estoy tranquilo o pensando en cualquier cosa. Hubo abrazos, risas, besos, despedidas, frases como "muy rico el asado", "a ver cuándo repetimos", "la próxima invitamos nosotros". Antes de que la nostalgia del domingo viniera, todos decidimos escapar. A medida que pasan los años, se vuelve más complicado unir a la familia y arrancar. Siempre falta algo. Una zapatilla, un celular, una billetera, una campera, una persona. Ahora, faltaba mi hija. Giré mi cabeza y la vi. Apenas la vi, porque estaba tapada por un niño insolente de 5 años, simpático, atrevido, de rulos, lindo –tengo que aceptarlo–, que iba por su compañera de jardín, por su amiga –¿amiga?–, simpática, inteligente, graciosa, hermosa. Mi hija. "Chau", le dijo. Y le tiró los brazos y la cara. Entonces, el tiempo se detuvo y mi vida se redujo a que ese momento terminara. Y mi hija, colorada, miró hacia el piso. Y él buscó. Insistió. Y esa escena se repitió varias veces. Yo no escuchaba a nadie y no podía ver más allá. Él quiso darle un beso. ¿En el cachete o en la boca? No lo sé. Si lo tuviera ahora, se lo preguntaría a los gritos, tomándolo de los brazos y mirándolo fijo a los ojos. Mi hija esquivó, nunca supe si fue porque no quería, porque le daba vergüenza o porque vio que yo espiaba. Entonces, en una fracción de segundo, sufrí uno de los debates internos más intensos y profundos de mi vida. ¿Qué hago? ¿Voy, subo a mi hija a upa, la llevo al mundo infantil al que pertenece y la alejo del acosador rompefamilias? ¿Le digo "vaaaaamos" para cortar la situación y terminar esta pesadilla? ¿Empujo al chico sin querer para que caiga al piso? ¿Le digo al padre del chico que lo saque ya o el asado que empezó como una fiesta termina en tragedia? No sabía qué hacer. ¿Y mi concepción progresista y canchera de la vida? ¿Y esa actitud superada, adónde había ido? ¿No quería que mi hija fuera feliz? ¿Qué especie de basura posesiva y celosa era yo? ¿Cuántas veces había tratado de besar y la chica en cuestión se había hecho la desentendida? Soy hombre, sabía lo que le pasaba a ese pequeño y cretino demonio que iba por mi hija. Es lo que te tocó, genio, me dije. Y respiré. Y cerré los ojos. Y di media vuelta. Habrá durado un minuto o cuarenta segundos. Para mí fue una vida. No supe cómo terminó la escena, no le pregunté a mi hija y ella no me dijo nada. Hice silencios para darle lugar a que dijera. Quise sacar el tema, pero fui torpe y ella supo cómo desviar la conversación. Y el domingo trajo el atardecer y se llevó el sol, y empezó la típica y trillada angustia previa al lunes. Llegamos a casa y en la tele daban Toy Story 2, y nos sentamos en el sillón a verla. Mi hija estaba cansada y se quedó dormida. Entonces, la llevé a upa, primero al baño y después a su cama. Le di un beso fuerte en el cachete y entreabrió los ojos para ver quién era el que se lo daba. "Soy yo, papá", le dije. Cerró los ojos y siguió durmiendo.