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"Soy una colgada"

¿Te desconectás y te mudás a otro planeta? Tranquila: hay cuelgues y cuelgues, no siempre es un problema; pistas para recuperar tu cable a tierra





Te llevás el control remoto en la cartera en lugar del celu. O te olvidás las llaves, la agenda, lo que sea. Por suerte, te das cuenta apenas ponés un pie en el ascensor o, en los peores días, cuando estás subiendo al auto. Entonces, retrocedés, tocás el timbre de tu propia casa: justo el bebé había dejado de llorar, y ahora habrá que despedirse otra vez...
Pero, bueno, una cosa es evadirte de una conversación aburrida y otra, tener que salir corriendo de la pelu con los reflejos a medio hacer porque te olvidaste la comida en el fuego. Lo cierto es que, muchas veces, poner nuestra mente en pausa por un rato es, de verdad, necesario. Quien pueda, cual femenina versión de Jack Bauer, lidiar con 24 horas ininterrumpidas de realidad ¡que tire la primera piedra!
Claro que hay cuelgues y cuelgues. Identificá el tuyo (o "los tuyos": algunas se llevan más de un premio en este sorteo).

La creativa

Volás, porque te sirve. Y porque no podés dejar de hacerlo. Para vos, el cuelgue es generador de ideas, proyectos; te activa. Aunque conocés el dicho que reza "10% inspiración y 90% esfuerzo", en tu caso, la inspiración decididamente gana terreno. En medio de una reunión atestada de gente y música a todo volumen, puede que, con la mirada perdida en el iris del ojo de tu acompañante, le encuentres la vuelta a una situación que no podías resolver. Tenés algo así como una mirada lateral a la hora de resolver situaciones.
Claro que, al día siguiente, te será imposible contarles a tus amigas de qué trabajaba el muchacho en cuestión. Tampoco es que te quite el sueño. Así como sabés que hasta el aviso de corte de suministro tenés tiempo para pagar las facturas amontonadas en la mesa del comedor, ya tendrá este buen hombre oportunidad de hacer que lo escuches como corresponde y –¿por qué no?– quizá sea tu onda un poco despreocupada y bohemia lo que termine por enamorarlo.

La estresada

Lejos, lejísimos estás de tener la mente en blanco. Lo que sucede es que tu agenda está saturada. O tu cabeza. Porque nunca fuiste de las que anotan todo. O, si lo anotás, te olvidás –lógico– de abrir la agenda. Entonces, tu mente arde entre lo que tenés que hacer, lo que querrías hacer, lo que definitivamente no vas a llegar a hacer y lo que te parece que los demás creen que tendrías que hacer.
En medio de este maremoto, una pelusa en el saco de tu jefe es suficiente para distraerte, incluso durante esa reunión importantísima. Quizá sea momento de parar un poco. De no exigirte tanto. Mucha presión sostenida en el tiempo te agota y repercute en tu sistema inmunológico: se alteran tu coordinación y tu capacidad de pensar. Establecer prioridades ayuda. Y recurrir a otros –sí, incluso a esa tía política que no aguantás pero que es genial con los chicos– cuando una teme estar tan sobrecargada que no puede focalizarse ni en cruzar la calle como se debe.

La melancólica

Estás. Pero no estás. Sentada a la mesa, con un daiquiri helado en la mano y la mirada perdida en el océano, sos una más de vacaciones. Sólo que, a diferencia del resto, hace rato que perdiste el hilo de la charla. Para colmo, subirte al avión fue un lío: te olvidaste el pasaporte y tu hermana tuvo que ir volando a Ezeiza a llevártelo. Tus amigas te ven demasiado distraída; quizá se trate de otra cosa. Puede que hayas terminado una relación hace poco –o no tan poco– o que estés atravesando otro tipo de duelo. Lo cierto es que la tristeza puede minar nuestra concentración, hacer que no estemos en el aquí y ahora (porque el aquí y ahora es nuestra tristeza).
Muchas veces, basta un reajuste de ideas para que el estado de ánimo y la atención vuelvan a su cauce habitual. Sólo hay que estar atentas si esa angustia se transforma en algo más prolongado y nos encontramos, ¡otra vez!, saliendo a la calle con las pantuflas puestas.

La medio colgada

Tu capacidad es conectarte y desconectarte a gusto y piacere. Sos una oportunista del cuelgue. Podés ir, impecable, al cóctel de la empresa donde trabaja tu marido, conversar, comer saladitos, pero en tu interior estás tarareando el mejor tema de Arjona. Es que desde un principio, la salida te pareció un plomo. Mejor poner tu mente en off que enroscarte y estar con mala cara. Te conectás cuando el aburridísimo de su socio se va y tu marido te alcanza una copa de champán helado; ahí sí, le das un beso bien real.
Aunque a veces, confiada en tu capacidad de ir y volver, puede que se te amontonen los asuntos pendientes o te encuentres obsesivamente concentrada en algo que no tenga demasiada importancia. Quizá sea porque sabés que nunca llevás tu cuelgue hasta el final, que tenés como un sensor que en seguida te trae de regreso. Es como el cuelgue ideal. Ni muy muy ni tan tan.
El cuelgue on
Te sirve para aguantar los gritos –siempre de la misma vecina– en la reunión de consorcio. Cuando es generador de ideas, cuando te trae a la mente algún recuerdo que te dispara sensaciones que creías olvidadas y te reís sola en medio de la calle. Cuando te permite analizar una cuestión desde otro ángulo. O es una buena forma de tomarte un descanso mental, cuando el día a día se vuelve monótono o agobiante. En su justa medida, es una herramienta para sacarle presión a la vida diaria: si podés evadirte al menos un poco, puede que nada sea, de verdad, tan grave.
El cuelgue off
No está bueno cuando complica tus relaciones con los demás, que pueden estar haciendo malabares para llamar en vano tu atención, al punto de poner, por ejemplo, tu trabajo en juego. Cuando los expone a vos y a otros a situaciones de peligro concretas. Cuando te hace perder tiempo, energía y plata –ir y volver veinte veces, llamar al cerrajero un día feriado porque te olvidaste el único juego de llaves dentro de tu casa–. O cuando se convierte en un trastorno crónico, que altera significativamente tu vida diaria. En este último caso, puede que convenga consultar con un especialista.

¿Cómo me descuelgo?
Algunas pistas para recuperar tu cable a tierra.
¿Te colgás? ¿Sabés descolgarte? Votá y contanos tu experiencia.
Por Carolina Esses

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