
Así es la planta trepadora que llenará de flores de ensueño tu patio o tu balcón
Las glicinas tardan en florecer, pero cuando lo hacen transforman cualquier pérgola o muro en un espectáculo de color y perfume. Te contamos cómo cuidarlas para disfrutar de su belleza.
22 de septiembre de 2025 • 14:59

Las glicinas tardan en florecer, pero cuando lo hacen transforman cualquier pérgola o muro en un espectáculo de color y perfume. - Créditos: Getty
Las glicinas son, sin dudas, una de las trepadoras más admiradas en los jardines. Su belleza es innegable, aunque la recompensa tarda en llegar. Durante los primeros años, estas plantas se enroscan, se extienden y cubren pérgolas o muros, pero no muestran flores. Y de repente, sin aviso, aparecen los racimos colgantes que justifican toda la espera.
El género Wisteria, de la familia Fabaceae, incluye entre ocho y diez especies originarias del este asiático y América del Norte. Las más populares en jardinería son Wisteria sinensis (China), Wisteria floribunda (Japón) y Wisteria frutescens (Estados Unidos). Son trepadoras leñosas, caducifolias y de crecimiento serpenteante que pueden superar los diez metros si se las deja crecer libremente.
La floración: paciencia y sol

Wisteria sinensis, o Glicina china. - Créditos: Getty.
Su crecimiento en primavera es veloz, pero la floración requiere tiempo y cuidados. Los ejemplares jóvenes pueden tardar varios años en dar sus primeras flores, y su floración depende de factores como poda, exposición al sol y equilibrio entre desarrollo vegetativo y reproductivo. Los racimos pueden medir entre 20 y 80 centímetros, y algunas variedades japonesas alcanzan más de un metro. Sus flores, que pueden ser lilas, violetas o blancas, desprenden un perfume que envuelve más que perfuma.
Ecológica y simbólica
Las glicinas fijan nitrógeno en el suelo gracias a su relación con bacterias del género Rhizobium, aportando valor ecológico. En algunas regiones, como ciertas zonas de Estados Unidos, pueden considerarse invasoras por su crecimiento vigoroso.
Desde China y Japón, donde simbolizan fidelidad y constancia, la glicina llegó a Europa en el siglo XIX, en plena fiebre por especies exóticas. En Japón, su floración es un espectáculo comparable al de los cerezos, y en jardines como el de Ashikaga, sus túneles de flores suspendidas parecen detener el tiempo.
Arquitectura viva
La glicina no es una planta fácil: necesita estructura, paciencia y compromiso. Sus tallos leñosos buscan apoyo y requieren podas regulares para encauzar su fuerza. Florece mejor a pleno sol, en suelos drenados y no excesivamente fértiles. La poda se realiza dos veces al año: en verano para controlar el crecimiento y en invierno para estimular la floración.
Belleza que madura con los años
Los ejemplares más antiguos son imponentes: troncos gruesos, ramas entrelazadas y flores que detienen a quien pasa por debajo. Más que decorativas, las glicinas transforman los espacios: pérgolas, muros y jardines completos giran en torno a ellas. Son plantas que enseñan a esperar, a guiar sin forzar y a valorar la belleza que llega con el tiempo.
En un mundo que premia lo inmediato, la glicina propone otra lógica: paciencia activa, cuidado constante y silencio fértil. Cuando finalmente florece, su exuberancia parece desmentir todos los años de espera, recordándonos que la verdadera belleza se cultiva con tiempo y dedicación.
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