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Él Mató a un Policía Motorizado celebró los 20 años de su trilogía fundacional con un show histórico en Obras

Con calor, pogo y emoción compartida, la banda platense "Él Mató a un Policía Motorizado" celebró en Obras los 20 años de su trilogía fundacional y volvió al origen en vivo.


"Él mató a un policía motorizado"

"Él mató a un policía motorizado" celebró en Obras su trilogía fundacional.  - Créditos: Gentileza Prensa



Anoche, Buenos Aires estuvo envuelta del éxtasis findeañero, el calor propio de diciembre y de varios motivos para juntarse a celebrar. Las paredes del Club Obras parecían arder, pero nadie parecía dispuesto a quejarse: lo que íbamos a vivir ahí adentro era una celebración largamente esperada. ¿La excusa? Él Mató a un Policía Motorizado, la banda platense liderada por Santiago Motorizado, volvía a Obras para festejar los 20 años de la trilogía que definió su identidad y marcó a una generación entera: Navidad de reserva (2005), Un millón de euros (2006) y Día de los muertos (2008). Tres EPs iniciáticos que no solo trazaron su mapa sonoro, sino también una forma de estar en el mundo.

Las luces se apagaron y el ingreso de los músicos fue tan inesperado como cinematográfico: sobre el calor de Obras empezó a sonar el tema principal de Twin Peaks, compuesto por Angelo Badalamenti para la obra de David Lynch. Y esos acordes perturbadores y enigmáticos envolvieron al estadio en una atmósfera hipnótica. Ese clima entre lo onírico y lo inquietante anticipaba lo que vendría: una noche para sumergirse en la memoria, pero sin nostalgia edulcorada. Más bien, una revisión cruda, eléctrica y profundamente viva.

Flyer del show de Obras de "El mató a un policía motorizado"

"Él mató a un policía motorizado" celebró en Obras su trilogía fundacional.  - Créditos: Gentileza Prensa

 

El primer golpe llegó con “Navidad en Los Santos”, y su mantra eterno —“me persigue la policía en Navidad”— fue coreado como si el tiempo no hubiera pasado. Desde ahí en adelante, el ritual quedó sellado. El calor se volvió pogo, la tribuna empezó a moverse como una sola masa y Obras recuperó ese pulso físico que solo ciertas bandas logran activar: sudor, empujones suaves, abrazos espontáneos.

El setlist funcionó como una línea directa al corazón de los fans, que escuchamos como iban apareciendo los hits casi en orden cronológico. “Chica rutera”, “Amigo piedra”, “Vienen bajando”, “Mi próximo movimiento” y "Día de los muertos" fueron apareciendo uno tras otro, sin artificios innecesarios, sostenidos por una banda ajustada y una entrega total. Santi Motorizado, al frente, cantó con esa hermosa mezcla de desgano existencial y sensibilidad a flor de piel que se volvió su marca registrada. Cada frase parecía escrita para este presente, aunque hubiera nacido casi dos décadas atrás.

Hay algo particular en escuchar hoy esas canciones: no suenan jóvenes ni viejas, suenan vigentes. Hablan de desorientación, de amor torpe, de escapismo, de la épica mínima de sobrevivir. Y quizás por eso el público respondió con tanta intensidad: porque en esas letras todavía se siente esa sensación de refugio.

 

El calor no dio tregua durante toda la noche, pero nadie se movió de su lugar. Obras fue una fiesta densa, sudada, profundamente corporal. Una experiencia compartida donde la música no se escucha solo con los oídos, sino con todo el cuerpo.

Ya llegando hacia el final, llegó el momento también de algunos clásicos de sus discos más recientes, como “La noche eterna”, "El magnetismo", "El mundo extraño", “Chica de oro”, “Más o menos bien” y "Diamante Roto", esta última de su más reciente álbum "Súper terror", de 2023.

Hacia el final, llegó uno de los momentos más lindos de la noche. Santiago tomó el micrófono y preguntó qué canciones quería escuchar el público. Los gritos se superpusieron, caóticos, hasta que una canción se impuso por aclamación: “Guitarra comunista”, del primer álbum de la banda. Una elección que no fue casual: pocas canciones condensan tan bien ese espíritu de Él Mató, donde lo político, lo íntimo y lo poético conviven sin estridencias.

Celebrar los 20 años de aquella trilogía no fue mirar hacia atrás con melancolía, sino confirmar algo mucho más potente: que esas canciones siguen siendo un territorio común. Que todavía nos dicen algo. Que siguen funcionando como banda sonora de noches calurosas, de cuerpos en movimiento, de vidas un poco rotas pero insistentes. En Obras, Él Mató no solo repasó su pasado: lo volvió a activar. Y dejó claro que, incluso después de dos décadas, su música sigue siendo un lugar al que siempre vale la pena volver.

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