Experiencia Le Bristol

Recién llegada y con el bolso en la mano me crucé en el lobby con Jack Lang, que fue dos veces ministro de Cultura de Mitterrand. Lo conocí y entrevisté en Buenos Aires, cuando estaba en la cresta de la ola. Lang ya no es lo que era, los años no pasan en vano ni está en el Olimpo de la política, pero sigue frecuentando el bar de Le Bristol porque allí se dan cita los encumbrados de siempre y tiene un restaurante rankeado, desde ahora, con tres estrellas en la Guía Michelin.

Su chef, Eric Fréchon, también fue distinguido en marzo de 2008 por el presidente Sarkozy con la Legión de Honor. Sarkozy conoce muy bien el talento culinario de Fréchon porque es cliente habitual: no en vano vive a menos de cien metros. El chef comenzó su carrera en La Cascade y ha sido batuta mayor de varios de los más selectos bistros de París.

Fuera de programa y de la carta de monsieur Fréchon recomiendo pedir por la mañana, con un café doble y negro, una especialidad muy francesa: le pain perdu. Es una receta de abuelas francesas de posguerra obligadas a alimentar huestes de chicos famélicos a la hora de la merienda: pasar una rebanada de pan perdido (léase viejo) por leche y huevo, luego freírlo vuelta y vuelta en sartén a fuego fuerte. ¡Esas abuelas sabían lo que hacían!

Pero no sólo políticos circulan por el hotel estelar. En el bar, con vista al jardín, a los dos minutos que llegué vi cómo se sentaba a la mesa de al lado Michel Platini, uno de mis ídolos del fútbol.

Platini jugó el Mundial del 78, tema que surgió cuando en plan cholulo lo saludé como una admiradora argentina. Me recordó que aquella vez Francia perdió por el gol de Luque y porque el árbitro cobró mal no recuerdo qué cosa. Lo dijo con simpatía y pasamos luego al capítulo Maradona: "Es muy bueno que Diego sea el DT de la selección, es lo mejor que le puede pasar al fútbol, el va a llevar gente y pasión a la cancha". Dicho lo cual volvió a su mesa y sus negocios.

¿A qué debe su fama Le Bristol? Los habitués argentinos, que se cuentan con los dedos de una mano, siempre han dicho que el jardín más lindo de París lo tiene este hotel inaugurado en 1925. No se equivocan. Es un edificio pur sang, estilo siglo XVIII, decorado con muebles de época que exhibe una colección única de tapices de la manufactura de gobelinos y de Lille, y pinturas de los Old Masters.

Puesto a punto en 2004, el hotel donde Josephine Baker celebró sus 50 años y se alojaron Grace Nelly, Ava Gardner, Charlie Chaplin, Niarchos... y yo, luce sus cortinados y tapicerías salidos de las manufacturas de Frey, Rubelli y Nobilis, algunos de ellos consultados más de una vez para la restauración del telón y los decorados del Teatro Colón.

Pero la experiencia de Le Bristol no es completa sin una escala en la piscina del último piso. Algo único. Diseñada como la cubierta de un barco, con su deck y sus reposeras de madera de teca. Lo mejor es la vista sobre los techos de París, esas mansardas maravillosas y, a lo lejos, la vista imponente de la Torre Eiffel.

Elegido por jeques y magnates rusos, Le Bristol se prepara para dar batalla a la crisis global con la mayor ampliación de su historia: está en marcha el nuevo edificio sobre la avenida Matignon. Son 21 habitaciones y cinco suites con vista a la Torre Eiffel, más una brasserie con acceso directo desde la calle.