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Desde los swifties hasta ARMY: en dónde radica el poder de los fandoms hoy

En una sociedad que le puso valor monetario a la cantidad de seguidores de todos los usuarios en redes sociales, no es extraño que hayan explotado los fandoms. Desde los potterheads hasta los lalistas, cómo es ser fan hoy.


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Palabras como shippear (cuando sentís que hay vibra amorosa o tensión sexual entre dos celebrities o personajes de ficción) o stanear (cuando bancás a un artista) pueden sonar algo extrañas para la mayoría de las personas, pero –y me atrevo a confirmarlo, sin demasiadas pruebas científicas– seguramente todos hayan escuchado el concepto de fandom. Es que no solo ser fan de algo se puso de moda, sino que también llegó al estatus de estilo de vida y se convirtió en una parte clave de nuestra identidad. ¿Cómo se explica este fenómeno que, además de no tener fronteras geográficas, tampoco las tiene a nivel temático o de generación?

¿Qué es un fandom?

Fanáticas de María Becerra la esperan luego de sus shows para chapar o intentar sacarse una selfie con ella.

Fanáticas de María Becerra la esperan luego de sus shows para chapar o intentar sacarse una selfie con ella. - Créditos: Mundo Fandom

Si tuviésemos que definir el concepto, alcanzaría solo con googlear para encontrar la simple –pero efectiva– definición de esta palabra: “Fandom: estado o actitud de ser fan de algo”. Sin embargo, lo cierto es que con esto realmente nos quedamos cortas, porque detrás de aquella persona, personaje u actividad que se sigue, lo que pasa es la construcción de una comunidad. Una comunidad que empieza teniendo algo en común en el momento en que a los miembros les gusta la misma cosa, pero que lentamente construye sus propios usos y costumbres, generando que aquel fandom se convierta tanto en un grupo de pertenencia como en una red de contención. Entonces, personalmente, creo que acá está la clave del fandom versus el antiguo club de fans: la capacidad de formar lazos cercanos, de tener costumbres compartidas que van mucho más allá de aquello que se "stanea" (de lo que se "es fan"), de tener un código interno desde el lenguaje, de ser parte de esa comunidad que –la mayoría de las veces– tiene objetivos en común y actividades que enriquecen y, algo que en sociología es fundamental, la posibilidad de reconocer y ser reconocido como parte de ese grupo. 

Un fenómeno potenciado

Queda súper claro que este mundo no es un fenómeno social nuevo, ya que la idea de que un artista tenga un club de fans nos lleva a los apple scruffs de The Beatles, a los trekkies de Star Trek o los whovians de Doctor Who. De hecho, el movimiento fandom es tan antiguo como 1897, cuando los fanáticos de Sherlock Holmes empezaron a escribir fanfic ("ficciones de fans"), después de que el personaje fuese asesinado en 1893. Pero así como ser parte de un fan club terminaba (por las distancias) convirtiéndose en una experiencia bastante individual y de pequeño mundo, la llegada de las redes sociales potenció, amplificó y viralizó este movimiento, permitiéndole una escala que ni siquiera se podría haber imaginado. Con una primera experiencia en los foros (en donde entraban a debatir las series que miraban, recomendar libros y permitirse conectarse con personas a las que les gustaban las mismas cosas, pero que vivían a millones de kilómetros de distancia), Facebook, Twitter, TikTok y, más tarde, las redes sociales específicas como WeVerse son las que construyeron el concepto de comunidad internacional. Espacios en donde los fanáticos comenzaron a tener conversaciones fluidas, organizar actividades como fiestas temáticas y coordinar acciones en conjunto como las pulseras de la amistad entre los swifties, las decoraciones en los lightstick entre las blinks o las donaciones monetarias entre las ARMY para ayudar a diferentes causas sociales (causas, muchas veces, primero apoyadas por BTS). ¿Quizá lo más increíble de todo? Que los propios artistas empezaron a reconocer formalmente los fandoms, identificarlos en primera persona y asignarles un nombre internacional y general, oficializando así una identidad comunitaria que iba más allá de los clubes de fans que nacían de manera independiente.

ARMY, el más polenta

Mientras que en Argentina estamos viviendo un fenómeno sin precedentes con el grupo de artistas que nacieron en el freestyle y el trap, internacionalmente es la industria del k-pop la que también está viviendo un momento único. Con un precedente muy fuerte como lo es PSY (¡claro! el famoso “Gangnam Style”), hoy BTS es el grupo de música más importante del mundo en cuanto a escuchas, seguidores, alcance, ventas y convocatoria. Elegidos como el fandom más fiel y con mayor compromiso, quienes stanean a los chicos se identifican bajo el concepto de ARMY (que significa Adorable Representative M.C. for Youth, pero que, en coreano, se traduce literalmente como Bulletproof Boy Scouts).

Millones de personas de todas las edades se reconocen dentro de este grupo (y cuando digo de todas las edades, encontramos fans de los 7 años a los 65) y su rol en la carrera de BTS es tan clave que en los peores momentos de la banda –momento en que los medios los maltrataban y los criticaban cruelmente– fue esta red de contención la que, según sus propias palabras, les permitió seguir hacia adelante. Para mí, no hay nadie que lo explique mejor que el líder de la banda, Kim Nam-joon: “Hay un 100% de éxito. Le doy 50, la mitad, a ARMY. La otra mitad, le ponemos un 5% a cada uno, así que eso es 35, y le doy un 15% a la compañía. Así que, si es un trofeo, mi porcentaje es como 5, o sea, solo el borde del trofeo. El éxito no es todo nuestro y siempre trato de darme cuenta de eso”.

El criticado lado B

Como absolutamente cualquier actividad en la que un ser humano está involucrado, los fandoms tienen su costado oscuro. Un costado oscuro en el cual, desde afuera, es realmente muy fácil caer porque tenemos la tendencia a mirar los extremos y, sobre todo, a cuestionar aquello que nos resulta extraño o completamente alejado de nuestra cotidianeidad. Es innegable que el fanático extremo es problemático: ¿acaso a John Lennon no lo asesinó un fan que estaba obsesionado con él? ¿No fue la presidenta del club de fans (y amiga) quien mató a Selena Quintanilla Pérez? ¿El gobierno de China no tuvo que implementar normativas para proteger a los idols de los fanáticos que se obsesionaban con ellos? Por grave y preocupante que sea esta situación (¡y lo es!), lo cierto es que si damos un paso hacia atrás y dejamos nuestros preconceptos de lado, hay dos cosas que son bastante transparentes: la primera es que esa toxicidad y peligro sucede en la sociedad en general y, usando el método de la deducción, si los fandoms forman parte de la sociedad, está claro que esos comportamientos también van a tener espacio dentro de estas agrupaciones. La segunda es la posibilidad de comprender que los fanáticos extremos no son la regla, sino todo lo contrario, ¿o acaso creemos que todos los apple scruffs son Mark David Chapman?

Es en este punto en donde es clave reconocer los cambios sociales que se dieron –y que se tienen que seguir dando– gracias al reconocimiento del fandom como una parte orgánica de la industria. Así como hoy los artistas están atentos al público y dispuestos a frenar el recital para pedir que todos den un paso hacia atrás y hasta parar al equipo de seguridad que no está actuando bien, también promueven dinámicas mucho más saludables entre sus seguidores y denuncian actitudes que no los representan. Mis dos ejemplos favoritos de esto son Taylor Swift diciendo: “El peor tipo de persona es alguien que hace que alguien se sienta mal, tonto o estúpido por estar emocionado por algo”, y Lali Espósito publicando en Twitter: “Aprovecho que paso x acá para pedirle a todo aquel que me quiera y se sienta parte de mi vida y de mi fandom que DEJE de pelearse y de hacer comparaciones y poner su energía en esas cosas. Sé que me defienden por el amor, pero no lo necesito ni me representa. ¡Disfrutemos lo lindo!”.

El fenómeno swiftie en Argentina

Con el anuncio de que el Eras Tour iba a llegar a Latinoamérica, a muchos les explotó el corazón de felicidad y parte del fandom decidió acampar afuera del estadio de River Plate para esperar las fechas del recital. Fueron varios los medios argentinos que cayeron en el “¡están locas!”, “¡faltan 3 meses!”, quizá sin entender el sentimiento de comunidad y la enorme organización que hay detrás de esta acción fan. “Muchos de los que seguimos a Taylor nos hicimos amigos y encontramos otras cosas en común como otros artistas que también nos gustan... generándose esta sensación de comunidad y de red de contención”, fue una de las primeras cosas que me dijo Morena cuando le pregunté qué era ser swiftie: “Tenemos grupos en WhatsApp para charlar y conectarnos, hacemos fiestas –que se llaman Taylor Fest– en donde nos encontramos, que pasan su música y de artistas similares. Se crea un espacio de seguridad en donde te sentís cómodo disfrutando de algo que te gusta. Es realmente una comunidad que te invita a ser parte y a sentirte cómodo... de la forma que quieras”.

En cuanto a las dinámicas del acampe, fue María la que me explicó cómo funcionaba: “Cada carpa tiene un Excel en donde vos te vas anotando de acuerdo a tus responsabilidades y horarios en los que puedas venir; y así vamos rotando”, y agregó: “El día anterior al recital se levantan las carpas y quienes formaron parte del acampe y tienen entradas para la primera fecha hacen una fila. Cuando entran, se quedan las personas que tienen tickets para el siguiente recital, cuidando el lugar”. Permítanme ser irónica en este momento y decir que, si estamos hablando de locura..., les diría que es una locura tremendamente organizada y planificada. Así que ojalá todos tuviésemos una cuota de esta insensatez.

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