El 9 de marzo llevo a Martina, mi hija, a la escuela. En la puerta saludo a la mamá de Lucas, a la mamá de Valentina, a la mamá de Lucía. Por esas cosas del destino, compartimos circunstancias similares, además de que nuestros hijos asistan a la misma escuela. Sin embargo, llegamos a un punto de encuentro por caminos diferentes, y no me refiero al punto geográfico, sino a la realidad de cada una.
Paula, mamá de Lucas, sufrió un accidente cuando sus hijos tenían 3 años y 6 meses respectivamente. Un auto la atropelló, estuvo muchos días inconsciente, tiene una placa metálica en la cabeza y perdió un porcentaje de su motricidad que le impide realizar su trabajo de maestra jardinera, ya que en una de sus traqueotomías le lastimaron las cuerdas vocales. El papá de los chicos es un militante que vive en una isla de Tigre y que aparece y desaparece según tenga ganas. Los 3 abuelos de los chicos la ayudan, tanto económica como logísticamente para que ella pueda trabajar. En los ratos libres, vende productos por catálogo.
Luz, mamá de Valentina, es músico-terapeuta pero trabaja en un local de insumos para fotocopiadoras. Como no tiene alguien que la ayude a buscar a su hija de la escuela, tuvo que recortar su horario laboral y por ende su salario. El papá de Valentina es un hombre muy presente, está presente para decidir que Valentina todavía no tiene edad para ir o venir sola de la escuela, para opinar sobre si tiene que ir o no de viaje de egresados, pero cuando Luz le pide que le pase la cuota alimentaria el pide tiempo "para acomodarse económicamente". Va por su segundo hijo, de su segundo matrimonio. Hace 7 años que está intentando "acomodarse".
Valeria es la mamá de Lucía. Encontró el teléfono de su marido desarmado en la mesa de luz, cuando lo armó empezaron a caer mensajes de texto de la amante, con quien mantenía una relación paralela desde hacía 2 años. El papá de Lucía hace una semana que no ve a su hija, que no contesta el teléfono. Valeria está buscando trabajo desde hace 10 días, porque trabajaba con su ex-marido.
Y también estoy yo, en una situación que comparada con las otras tres es como estar de vacaciones en la luna. Después de 10 años tomé coraje para iniciar acciones legales y que el papá de mi hija pagara la cuota alimentaria que le corresponde. Diez años tardé en darme cuenta, en convencerme, en tomar fuerzas, para reclamar algo que es básico. En la mediación se acordó una cuota de mil pesos, porque era lo máximo que la otra parte podía aportar, y para no llegar a un juicio interminable, lo acepté. Para todo su entorno, pasé a ser la mala de la película, la despechada, la loca. Él era el pobre hombre que acababa de mudarse con su pareja y que encima ahora tenía que conseguir otro trabajo para cubrir ese nuevo gasto.
Historias que no salen de lo común. Que son moneda corriente en nuestra sociedad. Madres heroínas, madres malabaristas, madres con bilocación.
Cuando Valeria estaba indignada con que el padre de su hija no atendiera el teléfono, que no se hubiera preocupado por su hija, que no hubiera siquiera preguntado "si necesitaba algo" para empezar las clases, nosotras tres respondimos casi automática e instintivamente con un: "bienvenida al club". Como si agruparnos y contarnos nuestras desgracias aliviara nuestra pena. Nadie se indignó cuando una contó que el padre trajo "un kilo de pollo y otro de milanesa" para todo el mes, o que otro cambió el auto pero hace 7 años que no pasa la cuota alimentaria, o que otro se fue a Europa 3 semanas, mientras paga una cuota de $1000 por mes, como si un chico pudiera alimentarse, educarse, vestirse y divertirse con 2 kilos de carne, un auto nuevo o mil pesos por mes. O mejor dicho, nos indignamos, pero todo queda ahí, en la charla y la indignación.
Lo más triste es que, en general, nos llenamos la boca hablando de los derechos del niño, de los derechos de la mujer, del feminismo o de este mundo machista. Entiendo que en el mundo hay mujeres que están viviendo situaciones mucho más duras, mujeres a que las prenden fuego o las matan a piedrazos, que hay violencia de género grosera, verbal y física. Entiendo, lo sé. Pero hay otras formas de machismo, otras formas de degradación, de insulto.
Me molesta que se tenga tanta cautela cuando se habla de temas de dinero. Que en muchos casos haya que decir en voz bajita que no, que el papá hace meses que no me paga la cuota alimentaria. Que haya que disfrazarlos, encubrirlos y crear un personaje que no son "para que los chicos no sufran", que haya que conformarse con un "y bueno, pero por lo menos está presente" como si su aparición circunstancial en un acto o un fin de semana que van al cine pudiera sustituir la cuota de la prepaga que encima este mes aumentó un 4%. Me rompe las pelotas que tengamos que olvidarnos que nuestros hijos llevan el 50% de su ADN y que tengamos que sonreír cuando la criatura viene con un cartelito de "feliz día del padre" mientras por dentro pienso "h de p, te compraste una campera nueva pero la nena lleva las mismas zapatillas que el año pasado".
Somos muchas las mujeres que tenemos que hacer magia para que los números cierren, y malabares para llevar-traer-buscar-bañar-cocinar mientras trabajamos porque no contamos con otro tipo de ayuda. ¿Dónde está el padre en esos casos? Trabajando. ¿Y qué hace con su sueldo? No lo sabemos. ¿Dónde están los amigos, los padres, la actual pareja, los compañeros de trabajo que no están condenándolo o apuntando con el dedo, o haciéndole un llamado de atención, o golpeándolo en la cabeza para que reaccione y se dé cuenta de que una separación no es un deslinde de responsabilidades? ¿Dónde está la justicia? Todos, todos, todos mirando para otro lado.
Yo no quiero súper heroínas. Quiero madres y padres en igualdad de condiciones. Con igualdad de derechos y de responsabilidades. Quiero madres y padres presentes. Quiero una sociedad que castigue a quien no lo hace, que marque cuando un padre pone los pies afuera del plato, que no sea tan fácil hacerse el boludo, quiero una justicia más justa, más ágil, más accesible, quiero dejar de conformarme, de indignarme, quiero sacarme esta cinta adhesiva de la boca y empezar a llamar las cosas por su nombre.
Sí, por supuesto, quiero que dejen de casar a niñas a cambio de dinero, que no haya explotación sexual, que no haya esclavitud, etcétera. Pero ¿por qué no empezar con lo más cercano que tenemos? No quiero que para el día de la mujer me digan a donde puedo ir a desayunar, no quiero flores ni bombones ni lencería, no quiero juntarme con mis amigas y festejar que tenemos lolas.
Quiero los 364 días tener las mismas oportunidades de trabajar y desarrollarme que tiene un hombre, quiero ganar lo mismo por igual trabajo. No quiero ser madre y padre a la vez, tener que tapar más los baches del otro y vivir amargada por problemas financieros. Quiero que todas seamos madres que disfrutemos y sonriamos.
Y el día que hayamos destruido a las super heroínas para ser mujeres felices, ese día sigamos festejando.
¿Ustedes qué piensan?

Reproducción de pintura de María Belén Álvarez
*Bienvenidas otras voces fuera de la propia. Este texto fue escrito por Mariana (30), mamá de Martina, en el marco de mi taller. Si quisieran contar su propia historia, pueden escribirme a inessainz@msn.com o por FB. ¡Feliz jueves! Nos reencontramos mañana viernes.
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