Desde ese beso que diste al más feo del curso, porque te daba lástima o porque te ganó por cansancio hasta aquella vez en la que terminaste en el baño de la oficina con tu jefe (a pesar de la diferencia de edad, a pesar de su mujer y a pesar de que no te movía ni un pelo) haciendo algo que, cada vez que recordás, te genera un sentimiento que mezcla culpa con náuseas.
Todos tenemos un muerto en el placard: eso que no quisimos hacer y, porque éramos jóvenes o estábamos demasiado borrachos o nos sentimos inexplicablemente obligados, terminamos haciendo sin pensar; o eso que hicimos convencidos de que era lo mejor que nos podía pasar pero con el paso del tiempo nos dimos cuenta de que no: ¡era lo peor! Revivir ese episodio que puede haberte resultado traumático, si lo hacés con humor, puede ayudarte a exorcizarlo... o no, pero siempre está bueno saber reírse de uno mismo.
Animate, perdé el pudor y confesá tu experiencia más vergonzosa.
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