
Con Santiago salí cuando éramos chicos y después de un tiempo -tal cual indicaba la edad- nos pusimos de novios. Creo que era algo así como: "Salís 3 veces. A la tercera te da un beso (con lengua) y 4 encuentros después estás de novia." Santiago debe haber sido mi primer rotura grave de corazón, la que sienta precedentes, la que te recuerda durante toda tu vida que no sos de acero inoxidable, que te pueden lastimar y mucho. Me lo crucé algunas veces, más que nada porque nuestras familias eran amigas. Otra cosa a tener en cuenta a la hora de encontrar novio: evitar elegir dentro del circulito cercano.
Me levanto tarde y para cuando llego a la cocina el portero ya hizo su ronda de reparto postal. En el suelo, entre facturas varias, volantes y la revistita inútil del cable, hay un sobre blanco con mi nombre manuscrito. Lo reconocería a 100mts. Observo aterrada como si fuese una carta explosiva o rociada de Antrax. Es una participación de casamiento. Lo agarro, levanto la lengüeta y saco la tarjeta. La pesadilla recurrente. El nombre de mi ex en esa tipografía deprimente en negrita. ¿Cómo puede ser que existan nombres que cuando los ves escritos todavía tengan el poder de aflojarte las piernas y acelerarte el pulso? Su nombre y al lado una tal Pilar apenas separados por una "y". Pili, Piluch, Pilu. Repito en voz alta abominables deformaciones del nombre que ya me resulta odioso. Participan a usted. Meto dos dedos en forma de pinzas y saco una segunda tarjetita, la que confirma la tortura final. Recibirán a usted después de la ceremonia.¡Qué atrevimiento! Las imágenes de los tórtolos fornicando me atormentan por un rato pero después, hay sólo un interrogante en mi cabeza. ¿Qué me voy a poner?
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