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ay, ay, ay!




Según el hombre de esta casa, yo protesto demasiado cuando se mueve el pequeño Benjamín.


Es verdad, a veces me quejo, pero me defiendo de la acusación diciéndole que él porque no siente nada, pero que lo que es a mí, a mí a veces los movimientos del bebé me hacen doler. Y si algo me duele digo "ay!". Y si algo me vuelve a doler digo "ay!, por favor, a ver si paramos un poco".


A él mis expresiones de dolor le parecen exageradas y ya me advirtió que me va a pasar como a Pedrito y el lobo, que el lobo finalmente vino y nadie, después de tanta falsa alarma, dio crédito del aviso de Pedrito.


Ayer, para mi sorpresa, en pleno asado familiar, mis dos primas se sumaron a las observaciones del hombre de esta casa. Ambas (y entre las dos suman cinco embarazos) me dijeron que me quejaba mucho, que los movimientos del bebé son un signo positivo, de vitalidad, y que en vez de quejarme debería yo disfrutar de la conexión madre-hijo.


Está bien. Puedo reconsiderar las quejas -nomás para no cansar a la gente- pero la pregunta es: ¿al resto de las mujeres no les pasa? ¿No les duele o han dolido los movimientos fetales? Digo dolor-dolor-. Dolor al punto de decir ay! y dolor al punto de lanzar una queja.

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