
-Pará, te pasaste. Era esa.
El abogado ex rugbier tan correcto puso cara de sexy y una mano en mi rodilla.
-Vamos a casa a tomar algo, dale, no te hagas la tímida.
Dije que no, que me tenía que levantar temprano, que otro día, que era tarde, que no, que no, que no y el imbécil se enojó. ¡Se enojó! A los gritos de "¿Quién te creés que sos?" pegó una vuelta de esas que hacen rechinar las gomas contra el pavimento y yo casi me infarto del pánico. Le pedí que vaya más despacio y en cuanto llegó a la puerta de casa, destrabó los seguros y me echó una mirada fulminante. Creo que de haber tenido un botón de eject lo hubiese usado para hacerme salir despedida del asiento.
-Andá nena, andá a dormir si estás tan cansada.
-Ah, vos estás detonado...
Me bajé. Me abstuve de pegar el portazo que me venía reservando desde que la conversación empezó a tomar mal tono y le puse la peor cara. Concluirá que soy una frígida pacata, una loca desquiciada, una mal educada o lo que se le cante. Yo, personalmente, pondría una foto del pibe para advertir a futuras víctimas. Bienvenidas a la selva. ¿Un loco total, o hay algo que no leí? Encima, créanme que nada, nada en toda la noche podría haberle dado ni media señal que íbamos a terminar tomando algo en su casa.
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