¿Ustedes creyeron que entrando a aquélla productora de tevé se me terminaban algunos problemas? Yo también lo pensé. Y en parte así fue, pero en paralelo apareció una montaña de quilombos inéditos. Imagínense qué cambio tan abrupto fue pasar de las categorías puras kantianas a los sentimientos competitivos del clima oficinesco.
De un ambiente que tiene por regla exigir las tareas "para ayer" (siempre corriendo). Y que se la pasa especulando con lo que se cree que convoca a la mayor cantidad de audiencia. En la tele no es tan importante lo qué digo/muestro como que aquello que diga/muestre sea visto por mucha gente.
Y no es que haya pecado de gataflorismo; por el contrario, me hice cargo de mis decisiones, pero nunca jamás dejé de cuestionarme si esa era la manera, el modo en el que quería seguir haciendo lo que hacía. Porque no sólo se trata de descifrar el qué, sino también el cómo (a qué ritmo, cuántas horas, en qué clima, con qué onda, con cuánta libertad, sueldo, etc.)
Y sí, me pongo idealista en este terreno, por lo menos en lo discursivo. En la práctica muchas veces he tenido que tragar saliva y respirar hondo, por miedo; o porque no me quedaba otra. Y cualquier trabajo "cool" y creativo podía convertirse en un castigo en un abrir y cerrar de ojos.
Si hay algo a lo que nunca me acostumbré es al maltrato, aun en sus formas más sutiles. Y no es que no lo tolere porque lo juzgo, sino porque soy una maricona hipersensible. Con los años estoy un poco más "curtida", como decía mi amiga Lía... pero en aquella época, aunque me camuflara de otra, me sentía una blanca teta al rojo vivo.
Todavía hoy algunas malas maneras en la calle, en el consultorio de un médico, en el blog, me afectan. Estoy condenadamente abierta, no sé bien cómo explicarlo; esa misma carencia de filtro que tengo entre lo que siento y expreso opera también cuando alguien me dice algo de mal modo (sin haberle dado motivos). ¡Y me hago unos rollos!
El tema es que en el ámbito laboral, muchas veces, cierto nivel de soberbia, de desdén hacia el otro, de ignorar la premisa básica: "somos todo lo mismo"... no sólo está aceptado, sino incluso bien visto. Y no sólo me victimizo, sino que además me siento culpable. ¡Yo también tuve gente a mi cargo!
Por ello, como decía al comienzo del post, la búsqueda de mi vocación, y la manera de bajarla a tierra, recién estaba empezando. Me pasaría más una década buscándole la vuelta... y vaya uno a saber cuánto más tiempo me queda por delante (hasta dar en el clavo).
¿Ustedes son sensibles al maltrato, en cualquiera de sus formas? ¿En qué ámbitos? ¡¿Reaccionan enojados, tristes o tienen la suerte de saber ignorarlo?
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