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Comer, rezar, amar... en argentino




Cintia Kemelmajer pertenece a esa clase de periodistas que ejercen su profesión en todo momento. Mientras viaja en tren, compra comida o se sienta a mirar el atardecer en la playa de su Mar del Plata natal, está atenta a lo que pasa a su alrededor: podría transformarse en la próxima historia que va a contar. La conocí en abril de 2012, hicimos un taller de crónica narrativa con Alejandro Seselovsky. Desde entonces, aunque vive en La Plata, siempre nos mantenemos en contacto. La considero una amiga y me alegro por haberla cruzado en el camino.
Me acuerdo que en aquella época en que hacíamos el curso, Cintia trabajaba en un diario que estaba en conflicto con sus trabajadores y nos contaba lo que iba pasando, el asunto venía complicado. Un día nos dijo que le habían ofrecido el retiro voluntario, lo que significaba un año de sueldo. Más tarde, que había aceptado y que con esa plata iba a emprender un viaje que seguiría los pasos de la película "Comer, rezar, amar".
-¿Cómo y cuándo fue que te cayó la ficha de ese viaje?
-Cuando se estrenó la película fui al cine con mi mamá y flashee con los paisajes. Indonesia, Bali, la India también. Pensé: qué buen viaje, ¿pero quién tiene una oportunidad así? La puede hacer una megamillonaria. Me quedé con esa sensación de salir fascinada con el viaje y los paisajes. Y el mensaje, más allá de ser new age, me gustó.
-¿Cuál era?
-Atreverse a cumplir los sueños y buscar el propio camino. Está bien que es re hollywoodense. Ni siquiera sabía que estaba basada en un libro.
"Cuidado con lo que sueñas porque se puede hacer realidad", es la frase que mejor le sienta a esta historia. Con el retiro, llegó la posibilidad de ser esa megamillonaria que había imaginado, al menos por un tiempo. Un contacto cercano le sugirió hacer el mismo viaje que Julia Roberts -en la película-, o de Elizabeth Gilbert, en el libro: escribir la experiencia de "Comer, rezar, amar", pero con ojos argentinos; así cumpliría un sueño y podría seguir en contacto con la profesión.
De a poco comenzó a darle estructura al viaje, una compañera del taller la puso en contacto con el editor de una revista para que publicara sus crónicas, las cosas fluyeron.
El 8 de agosto de 2012 se inició la aventura. Justo se vencía el contrato de alquiler del departamento que compartía con amigas, no tenía pareja, tenía plata y tiempo. Era el momento para dar el salto. Hasta hubo una fiesta de despedida, abrazos y ansiedad por lo que se vendría.
-Tenías libertad y podías hacer algo relacionado con la profesión. ¿Leías blogs de viajes? ¿Libros?
-Sí, siempre me había atraído el periodismo de viaje. Me prestaron uno de un viaje por la India, otro de Caparrós, "El Interior". Además quería ir a Europa, amagué varias veces pero nunca se había dado. Cuando leí "Comer, rezar, amar" seleccioné lugares o personajes del libro para ver lo que me pasaba a mí con ellos.

Comer en Roma

Una de las primeras cosas que hizo en Roma, fue visitar la pizzería donde Elizabeth Gilbert solía ir, ahí conoció a uno de los personajes de la novela, un abogado que se hace amigo y la acompaña a conocer toda Italia.
-Ahora él tiene un "curro", está asociado a una agencia, y les cobra a las mujeres que quieren hacer un tour, las lleva a cenar. Me contó que él no sabía que ella estaba escribiendo el libro con esa experiencia, al año le cayó con un borrador y leyó lo que había escrito de él, fue re loco. Me regaló el libro que hizo sobre su visión "El amigo italiano". (Un amico italiano, de Luca Spaghetti).
-¿Cuáles fueron las comidas que más te gustaron?
-Me encantaba perderme en Roma, es una ciudad para caminarla, y lo hacía seguido. Un día me metí en una panadería y comí las mejores facturas del mundo. Después comí spaghetti pero al igual que la pizza, no era para tanto. La que dicen que es la mejor, es una pizza gigante y es individual, una entera para una sola persona. Esa está en Nápoles, un lugar en el que solo hay de muzzarella y tomate, súper finita. En Roma sí había por porción. El helado está bueno, pero es muy parecido al de acá, por eso no me llamaba la atención. Nosotros tenemos mucho de tano.
-¿Qué fue lo mejor de Roma?
La ciudad me encantó, es chiquitita, caminable y la podés abarcar. Tiene todo lo bueno de una gran ciudad, las vidrieras de Dior, el estilo europeo, pero mirás para un lado y está el Coliseo o el Panteón. Los detalles de arquitectura increíble están en la ciudad nueva, lo viejo y lo nuevo están re bien ensamblados. La gente es muy amable, los hombres re lindos y todos hot, te dicen cosas. Las mujeres diosas, bien vestidas, se suben a la moto en mini.
-También saliste del circuito del libro y fuiste a Londres, París.
-Fui a un desfile en París. Estaba en el Louvre y vi un cartelito que anunciaba un desfile sustentable, me metí a chusmear, como tenía la credencial de prensa me dejaron pasar. Era de todos los países del mundo, ese año estaba amadrinada por Ludmila Pagliero, la primera bailarina del Ballet de París, que es argentina. El desfile me gustó, había cosas recicladas. También recorrí el barrio, había ferias de ropa usada, me arrepentí de no haberme comprado un gorro hermoso, 45 euros salía, no me olvido más. Fui al Pompidou y me encantó, es de arte contemporáneo, donde está Douchamps, Paul Klee... Es un museo de estructura transparente, se ven los cables, desde afuera es muy loco. Y las muestras están buenísimas.
-¿Cómo era la alimentación en Europa? ¿Están adelantados en cuanto a la alimentación consciente?
-En Londres era todo frito, fish & chips. En el Barrio Chino también, comida pesada, mucha cerveza. En París comí muchas baguettes que eran baratas. Fui al bar de Amélie, las chicas van a comer ahí. La gente tiene toda la onda, muy casual, también son sofisticados como en Roma. Las vidrieras me llamaban la atención, era como producciones, obras de arte. Muñecos gigantes, luces, algunas hechas por artistas contemporáneos. Arte en las calles, recitales. Me encantó la librería Shakespeare & Co. Compré unas postales que mandé a mis amigos. Estuve cerca de veinte días en Europa y desde Londres me fui a la India.
Panorámica de Roma. Foto: Cintia Kemelmajer.

Panorámica de Roma. Foto: Cintia Kemelmajer.

Piazza di Spagna. Foto: Cintia Kemelmajer.

Piazza di Spagna. Foto: Cintia Kemelmajer.

Merienda en Sicilia Foto: Cintia Kemelmajer.

Merienda en Sicilia Foto: Cintia Kemelmajer.

Rezar en la India

Antes de emprender vuelo, Cintia Kemelmajer nunca había viajado sola. De repente se encontró en un país muy diferente a todo lo que conocía, con un tránsito enloquecedor, ruidos, bocinas, en el que no podía leer los carteles ni entender cuando le hablaban. La invadieron los olores nauseabundos mezclados con el aroma a comida, y por su aspecto de extranjera, y por su color de piel, una cantidad abrumadora de gente le ofrecía algún servicio, le pedía limosnas, quería vender o regatear cosas. Ya le habían anticipado el tema del shock cultural pero nunca imaginó que la impresión sería tan fuerte. Murió de miedo. Los tres primeros días se encerró en el hotel de Bombay, una pensión para estudiantes que fue su refugio. La salvó un viajero de Londres, que aunque era más chico, la tenía clara para manejarse en el exterior; se pegó a él. La sensación de querer escaparse empezó a desaparecer. Y se animó a salir.
-Con el inglés hicimos una excursión a una islita y un hindú re divino nos invitó a la casa. Era una festividad, había fiesta en las calles y comimos con él. Le pregunté por el ashram de Ganeshpuri, (donde fue Elizabeth Gilbert), que estaba a 90 km. de Bombay, y me dijo que me podía llevar, era taxista. Pero al otro día, cuando nos encontramos, había cambiado la onda. Me hizo esperar un auto que vino con otro chofer y me dice: "bueno te vas con él, pagáme". Quería tercerizar el viaje, una truchada. Yo no acepté, al final arreglamos y me llevaron los dos. Hablé con la gente del ashram, me contaron que no estaban muy contentos con la versión del libro, cómo se simplificaba el tema de la fe. En el camino de vuelta el tipo me decía que tenía que pagarle más, una situación horrible. Lo que me cobró fue una fortuna, 4 mil rupias, con eso viven dos meses fácil, y encima quería más plata. Fue una locura irme sola con dos tipos en un auto destartalado, pero con esas cosas me curtí, todo el viaje a la India fue así.
-¿Cómo hiciste para afrontarlo?
-Estuve con gente, hacía sociales y trataba de ir acompañada. Es difícil estar allá para una mujer sola, no es un viaje de relax. Pero si no, no conocés la India. Hay muchos lugares preparados para el turismo, como el Osho Ashram. Pero yo quería conocer posta el lugar. Estuve 40 días y todo lo que atravesé, bueno, malo me hizo estar abierta a las experiencias, fue un tránsito espiritual dentro de ese caos. Eso, encontrar la paz en ese caos fue la grosa experiencia. Me pasó que estaba en un mototaxi y me bajó un lema: "déjate llevar". Me cayó la ficha ahí.
-Desde nuestra mirada occidental se habla de que usan sus creencias para aceptar su pobreza. Como que hay conformismo en esa actitud.
-Muchos viajeros lo dicen, que es como un consuelo. Desde mi punto de vista es una grandeza de su parte, son felices, ves gente contenta en las calles. No le encuentro sentido juzgarlos desde lo occidental, tenés que vivirlo. Están en otra vibración. Había momentos en los que yo me desesperaba, perdía un tren y se me posponía todo. Pero ¿qué era todo?, si iba sin plan. Me acuerdo que en Varanasi me pasó, me quería ir de ahí, y el tren me lo habían vendido con fecha para un año después. ¿Vos me estás cargando? Yo explicaba desesperada, lloraba, y la mujer me miraba tranquila, estaba en otra frecuencia. Después de tres horas un policía me ayudó, me cambiaron el pasaje, se solucionó con una coima y listo, pero no era por indiferencia como acá, es porque no se hacen problema por nada. La coima es parte del sistema. Para mí, juzgarlos desde nuestra cultura es ponerte en un lugar de superioridad. La felicidad que hay no la vi acá, me pareció gente abierta, hospitalaria. El razonamiento occidental es: "pobres, no tienen supermercados y se pierden cosas". No las necesitan, ¿qué se están perdiendo? Es distinto, ni mejor ni peor. Hay muchas cosas que están mejor, esa vibración de que todo es karma, tienen una flexibilidad natural en la vida. Y viven más relajados dentro de ese caos.
-¿Pudiste ir al ashram?
-Fui a uno en Rishikesh, del que podía salir y las clases de yoga las hice en otro lugar que me había recomendado una viajera. Estuve diez días, re intenso, a la mañana y a la noche. Era con un hindú con turbante y todo: Surinder Singh. Rishikesh es como Capilla del Monte de la India, está lleno de templos y ashrams. En cada clase al terminar podías hacerle preguntas, yo siempre le hacía. Desde el sentido de la vida, cosas así, el daba respuestas hermosas. Lo invitan a dar clases a distintas partes del mundo. Él era un gerente, ingeniero de Mazda, de una multinacional. Tuvo un problema de salud que lo hizo acercar al yoga y se dio cuenta de que iba por ahí, dejó todo y se hizo profesor, tiene 40 años. El yoga está incorporado en la vida cotidiana, en las escuelas practican, en las familias, es parte de su vida.
-¿Es como cuentan, que es muy barato viajar a la India?
-No gastás nada, el pasaje es caro pero después comés por nada, los hoteles salían 30 pesos la noche, pero si vas con la idea del viaje espiritual a la India se te desinfla el globo en un segundo, es un caos.
-¿Hay clase alta? ¿Quiénes son?
-Sí, hay. Por lo general las mujeres están en la casa, cuidan a los hijos. Está la cultura machista, por el sistema de castas. Hay industrias, hay economías en desarrollo, multinacionales que van a instalarse ahí porque la mano de obra es más barata. Hay universidades, mucha gente que se destaca, ¡es que son millones! tienen al campeón del mundo del ajedrez.
-Me habías contado algo sobre el trato a las vacas.
-Las vacas son como perros allá, las tocan, las alimentan, son uno más. Las ratas también son sagradas, entre tanta mugre, está lleno, hay santuarios de ratas. Vas descalzo y las ratas te pasan al lado. Tienen costumbres re pintorescas.
-Mejor hablemos de comida.
-Es saludable por la forma de cocinar. La comida es casera, mucha la hacen en la calle. Comía todo cocido para no tener problemas porque el agua es distinta, después te acostumbrás. La comida callejera estaba buena, había frito pero te caía bien, le ponen especias, el arroz es espectacular, negro, blanco, muchas verduras. No comen carne de vaca pero sí de pollo, cordero, cerdo también. No son todos vegetarianos, hay algunos. El thali, que son chapatis con miles de salsas diferentes, es lo típico de la India, comía todo el tiempo. Había un lugar cerca del ashram, tipo un thali por un peso, con una amiga de Suiza íbamos siempre a cenar ahí. En Darjeeling, que es la capital del té, había unas empanaditas, samosa, con verdura adentro. Los curris, todo era rico. Y con todo toman lassi, como un jugo de frutas hecho con yogur. Los dulces son caseros, sobre el final me faltaban las golosinas, no hay quioscos.
Con elefantes en Rajashtán. Foto: Cintia Kemelmajer.

Con elefantes en Rajashtán. Foto: Cintia Kemelmajer.

Atardecer en Pushkar. Foto: Cintia Kemelmajer.

Atardecer en Pushkar. Foto: Cintia Kemelmajer.

Descanso en la cosecha de té. Darjeeling. Foto: Cintia Kemelmajer.

Descanso en la cosecha de té. Darjeeling. Foto: Cintia Kemelmajer.

Amar en Bali

Después de toda la locura de la experiencia en la India, nuestra protagonista dudó en hacer un viaje tan largo hasta Indonesia, cerca de veinte horas para ir a Bali. Por suerte, un amigo madrileño la convenció. Fueron diez días a puro relax, en un lugar preparado para el turismo, sobre todo de mujeres solteras que van a quedarse en el spa, hacer terapias alternativas, y disfrutar de un paraíso con mucho confort. Cintia cuenta que si bien muchos viven del turismo, es una cultura ancestral endogámica a la que cuesta acceder. La gente es muy tranquila y el lugar es espectacular. En Ubud tuvo tiempo para pasear y contemplar las terrazas de arroz, los templos, la vegetación selvática, las flores y las frutas tropicales. Paseó en bicicleta por campos de arroz, el clima era perfecto, el calor no molestaba. Comía rico y sano, la cocina era parecida a la tailandesa y la hindú.
-¿En Bali qué aprendiste?
-Lo tomé como un viaje para relajarme de la locura de la India, estar más en contacto con el paisaje. Fui a ver a Ketut, el que lee las manos en la novela. Atendía a decenas de mujeres, un minuto por reloj, y a todas las decía lo mismo. Yo estuve una hora con él, les decía, "you are very nice, you are very lucky", ¡un chanta! Seguramente fue a partir de la película, todos hicieron su negocio, no sé cómo era antes. Pero la experiencia más fuerte fue en la India. Aprendí un montón, el viaje entero fue un aprendizaje, nunca antes dimensioné lo que significó, algo me cambió, me animé a algo que me hizo ganar confianza en mí, fortaleza. Nunca imaginé que iba a ser posible viajar sola, era difícil que alguien de mi entorno tuviera esa plata y esa disponibilidad. No fue planeado y esa fue un de las claves del viaje, si lo hacés con una persona cambia un montón. Después me di cuenta que estaba más cerca del personaje del libro, salvando las distancias, que sola se tiene que enfrentar al mundo, que lo busca para ver qué le pasa.
-Ella conoce al amor de su vida en Bali.
-En la película termina ahí, ellos están juntos. En mi caso me llegó un mail de alguien en Bali, que me agradecía por la postal que le había enviado desde Londres. Era un compañero de la facultad, ya me gustaba desde antes, había estado en mi despedida pero el viaje nos terminó de conectar, él había pasado por una experiencia similar viajando por Sudamérica. Cuando volví, a la semana, me puse de novia.
La novela de Elizabeth Gilbert tiene un final feliz, la vida continúa y ella se enfrenta al desafío de superar el best seller "Eat, pray, love". Lo cuenta en esta charla imperdible, en la que además habla sobre inspiración y creatividad.
La historia de Cintia también continúa, pero el amor no estaba en Bali, sino en Argentina.
Bali. Foto: Cintia Kemelmajer.

Bali. Foto: Cintia Kemelmajer.

Mother temple, en Indonesia. Foto: Cintia Kemelmajer.

Mother temple, en Indonesia. Foto: Cintia Kemelmajer.

Bici en Bali. Foto: Cintia Kemelmajer.

Bici en Bali. Foto: Cintia Kemelmajer.

Quise compartir la crónica de su viaje con ustedes, ya que me escribió una lectora, Verónica Aliaga, y me contó que gracias a "Comer, rezar, amar", había descubierto un mundo nuevo y había empezado a incorporar pequeñas cosas para mimar su cuerpo desde adentro hacia afuera. ¡Muchas gracias, Vero y Cintia por la entrevista! Somos muchas las que nos encontramos en ese proceso, tal vez no sea a través de un viaje tan increíble, la ficha puede caernos en cualquier momento si estamos abiertos a que eso suceda.
Y conectando todo, viaje, cuerpo y alma, les comento que a partir de mañana, del 15 al 17 de mayo, se viene el Spiritual Fest, que durará tres días en los que habrá conferencias internacionales, clases, energía vital, yoga, sanación pránica y alimentación. En el Faena Hotel.
En la misma fecha, se hará una edición de PicUrba la Feria Gastronómica de La Plata. En calle Guemes y Centenario (City Bell).
Me encuentran en kariuenverde@gmail.com
¡Les mando un abrazo enorme!
Kariu

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