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¿Cómo ser un canchero?

Sebastián Wainraich trata de definir porqué no puede comportarse como un ganador; dejale tu opinión.




Un amigo dice que en las primeras citas, con tal de ganar, hay que hacer de todo: llevarla a comer donde quiera, ir a ver la película que ella elija, sacar la entrada más cara para el recital de Ricardo Montaner (si hace falta). Otros dicen que en la primera cita no hay que intentar nada: sólo divertirse, charlar, dejarla en la casa, prometer un próximo encuentro y ya. Están los que aseguran que hacerse el perdedor siempre da resultado, o que jugarla de sensible siembra frutos, o que simular un confundido repleto de angustias existenciales te puede llevar a buen puerto. Por otro lado, el gracioso tiene posibilidades siempre que le ponga límites al humor y sepa quebrar ese clima chistoso para transformarlo en algo más íntimo. El comprensivo, el que escucha y entiende es siempre bien visto. Intenté ser todos esos alguna vez. A veces, me tocó ganar y a veces, me tocó perder. También empaté. (EMPATE: Dícese de unos besos interrumpidos por un "tengo miedo de apurarme").
Lo que nunca pude es hacerme el canchero. Me habría encantado. El verdadero problema es que no soy canchero. No me da el cuerpo para ser canchero. Ni la cabeza. No me la creo. Un tipo canchero está relajado, deja que las cosas fluyan, las toma como vienen porque es canchero. Hace como si nada le preocupara, o tal vez nada le preocupa realmente. Yo no puedo ser canchero, no puedo esperar apoyado en un poste, por ejemplo. No puedo decir lo primero que se me ocurra. Sé que lo que digo no va a ser canchero. Sé que cuando intente decir algo, me voy a volver un poco tartamudo. Incluso, la palabra "canchero" no me sale natural. No me sale del alma decir: "canchero". Un canchero no se pone nervioso. Y a mí me inquieta si la paso a buscar y tarda en bajar, o no sé cómo reaccionar si me habla de un ex novio.
A veces veo en las vidrieras ropas cancheras, ganadoras. Cuando entro al local y me las pruebo, las prendas se ven seriamente lastimadas porque van sólo en el cuerpo de un hombre canchero. Por ejemplo, los anteojos negros son de canchero, y a mí nunca me quedaron bien. Me quedan gigantes, me hacen la cara más redonda todavía, parezco el cantante de La Mosca. Si me pongo una remera con una frase chistosa, bien canchera, a mí me queda mal, no se lee bien la frase, nadie entiende el chiste. No puedo tomar bebidas de la botella sin que me chorree por los costados. Necesito un vaso, siempre. Nunca fumé, por miedo, por la salud, por cuidarme, dije siempre. Pero en realidad nunca fumé porque no iba a poder hacer los circulitos de humo, típicos del canchero. Soy incapaz de decir frases cancheras: "qué acelga", "qué me contursi", "cómo andamio". No me sale llamar a la gente de manera canchera: "tigre", "máquina", "máster", "mostro", "papurri". No me sale nada canchero. Todo este parlamento puede que provoque ternura en una mujer, que diga: "pobrecito, escuchá lo que dice", puede que le saque alguna sonrisa: "qué gracioso lo que dice". Pero no. Yo quisiera que dijese: "guau, qué canchero es este tipo". Eso querría. No sé si me entendés, mamita.

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