Confesiones. Cuatro mujeres y sus experiencias en un sex shop
26 de diciembre de 2019 • 16:14
Cuatro mujeres vinieron a comprar algo a una tienda hot y esto es lo que me dijeron. - Créditos: @flori.rodri
Trabajo en un sex shop en el centro de Madrid. En un barrio de los que en Estados Unidos o Inglaterra se denominaría "hipsters" pero que en España, siempre reticente a los anglicismo, se denomina simplemente "moderno". No es un sex shop como los de antes. Es un sex shop locura. Los fines de semana entra un promedio de 160 personas por hora. Vienen de todas partes del mundo y todos quieren saber, tocar, preguntarte cosas y anécdotas. El resto de la semana, cuando camino por la calle, suelo cruzarme a los clientes todo el tiempo y llego a sentir que ya conozco las fantasías de medio Madrid. Una gran mayoría de las clientas son mujeres y estas son historias que resumen algunas de sus inquietudes más frecuentes.
"Que no se note lo que estoy llevando"
Para muchas de nosotras, la discreción es un valor deseable, pero para las mujeres que vienen de Oriente, es crucial. En una ocasión, vino al sex shop una chica de Arabia Saudita totalmente cubierta, excepto por su cara. Durante una hora nos dedicamos a buscar juguetes que no tuvieran forma fálica para que no la detuvieran en el aeropuerto. Después pensamos juntas explicaciones ficticias de lo que llevaba. En caso de que tuviera que explicarle a la policía de aduana: el succionador de clitoris sería un masajeador facial; los aceites estimulantes, cremas para los músculos; los huevos masturbadores, fundas cosméticas de silicona. Finalmente me preguntó si yo tenía algo que la ayudara a aumentar el deseo. Me quedé pensando en cómo desear más en un mundo que te castiga por hacerlo. No le pude decir nada. "Todo esto te va a ayudar", balbuceé. Espero que lo haya logrado.
"No voy a saber usarlo"
Esta es la inquietud de toda una generación de debutantes, más específicamente de las mujeres de 60 y pico que nunca entraron a una tienda de juguetes eróticos y que apenas se atreven a encender los testers pero, aun así, quieren llevarse el suyo. Lo de no saber usarlos no es solo un fantasma, a veces se les complica. Hace no tanto llegó una señora con un succionador de clitoris ¡encendido! en su cartera. Avergonzada, me confesó que realmente no podía apagarlo. Mientras me ponía los guantes de látex para debutar en esto de tocar juguetes sexuales ajenos sabía perfectamente de qué iba el tema: sólo había que mantener el botón presionado más tiempo. Así fue. Luego de pedirme disculpas mil veces finalmente por no saber usarlo, para descomprimir, le pregunté cómo la estaba pasando. "De puta madre", me dijo aún risueña.
"¿Y si no necesito nunca más un hombre?"
Los comentarios que giran alrededor de este fantasma son mi pan de cada día. Los hombres bromean mucho sobre lo injusto de "competir con esto", especialmente cuando comprueban que ninguna parte de sus cuerpos podría imitar lo que ofrecen los movimientos tecnológicos de los juguetes. Sin embargo, el verdadero terror parece ser nuestro, de las mujeres. No es ninguna novedad que el rol de los hombres en nuestras vidas fue mutando y que pasamos de necesitarlos para sobrevivir (cuando no nos era permitido estudiar ni trabajar), a simplemente desearlos. Sin embargo, el miedo a cubrir lo sexual solitas y perder la motivación de salir ahí afuera a buscar aventuras es más frecuente y real de lo que podría haber imaginado. Todos los que trabajamos en esta industria sabemos fehacientemente que un juguete no reemplaza una relación, a no ser que estemos limitando a las personas al rol de juguetes.
"Algo que a él no lo asuste"
Hace algunas semanas, una mujer de 30 años llegó con la medida justa del pene de su marido y se encargó de hacer un scouting minucioso sobre todos los sex toys para encontrar aquellos que no la superaran. Ella quería algo que le habilitara la penetración (hay juguetes clitoridianos para uso únicamente externo), pero que no lo ofendiera a él, que no lo amenazara y, especialmente, que no la expusiera a ella al riesgo de que él lo interprete como competencia. No sólo chequeó el tamaño, también chequeó la estética, quería lo más artificial posible. Finalmente eligió uno flúo, con forma de delfín, muy simpático por cierto y me dijo que se lo iba a presentar como una fantasía para que compartan ambos antes de lanzarse al objetivo final que era, después de todo, usarlo sola. Nunca sé si estas mujeres están sobredimensionando el impacto que un sex toy puede tener en sus relaciones o si realmente sus hombres son tan frágiles. Por supuesto que conozco los vericuetos que todavía muchas tenemos que hacer para acceder al placer solitario, pero, en mis días optimistas, prefiero pensar que, después de todo, se trata de parejas cuidándose mutuamente. Ojalá sea eso.
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