Hace unos dos años una lectora y comentarista, muy querida por todas (con el correr del blog, amiga), inauguró un procedimiento, por así llamarlo, un ejercicio de apertura al que, con su permiso, suelo recurrir en momentos en los que registro un bloqueo.
Un bloqueo expresivo, emocional. Quiero decir, puedo reflexionar, contar una crónica o anécdota, como de hecho vengo haciéndolo, pero no logro abrir el pecho.
Y tratándose justamente de un blog, un blog de vida cotidiana, como alguna vez lo llamé, que habilita un registro más íntimo que el de una nota periodística, no sólo siento la necesidad de esa apertura, sino el deber, la obligación de ejercitarla.
Dicho lo anterior, abro el juego.
Confieso.
Confieso que últimamente estoy demasiado presa del qué dirán. Que me inventé una suerte de monstruo imaginario, de consistencia viscosa y hambre voraz... mirándo(me) con lupa cada paso.
Confieso que necesito trascender todos esos tironeos internos, y abrazarme falible, errática, en proceso, aparata, cursi, queso. Necesito abrazar la condición humana, la propia y la ajena, y aceptar aquella frase de J. Campbell de que "el mundo es perfecto: es un caos. Siempre ha sido un caos".
Confieso que me está costando un Perú escribir el post, que me creí muy corajuda al encararlo, pero estoy pensando cada palabra quichicientas veces (a ver si digo algo que hiera, que moleste, que exaspere).
Confieso que sobre todo necesito reírme, reírme de mí misma. Confieso que la mayoría de las veces NO SÉ CÓMO SE HACE. Que admiro profundamente a los hombres y mujeres que se toman muy a la ligera y que tampoco les molesta que otros se rían de ello/as. Confieso que pese a la dificultad, no claudico, insisto, pruebo, transpiro, fallo... (de ser necesario, hago el ridículo).
Confieso, ya que estamos, aunque en otro orden de cosas, que le tengo terror al enamoramiento. A sufrir por amor, a sentirme vulnerable, expuesta. Aun así, siempre voy a preferir arrepentirme de lo que sí hice que de lo que no arriesgué, prefiero darme contra la pared (si al fin de cuentas, somos irrompibles) que convertirme en una tipa fóbica e "insensible".
Confieso, yendo a una zona más íntima todavía, que el año pasado, a mitad de año, en pleno duelo por la separación, volví a vivir 2 tsunamis (léase 2 episodios de ataques de pánico) y digo "volví" porque a mis 20 años, en pleno duelo por la separación de mis padres, también los había atravesado.
Confieso que, a diferencia de aquella primera vez, en esta oportunidad sentí que tenía sobradas herramientas para sobreponerme. Y así fue. Que la incondicionalidad del amor de/para mis hijas y mis padres, pase lo que pase, me sostiene siempre. Y la fe.
Confieso que la idea de Dios a algunos les resultará edulcorada, incomprobable, fantasiosa, descabellada, ingenua, etcétera, pero yo hoy, con 35 años, y habiendo arrancado mi juventud con un alto grado de escepticismo (estudiante de Filosofía), la vivo con tanta certeza y tanta cotidianeidad como el hecho de que estoy viva, de que soy madre, y de que algún día estaré muerta. Así como leen.
Confieso que temo haberme ido un poquito al carajo con mis confesiones, que no sé si el relato sigue una lógica, que me agarré del "confieso que" como a una boya en medio del océano, pero ahora que ya pasé la carilla, límite que le pongo a los posts, siento que apenas pude decir algo... y ya debo ir concluyendo.
Confieso que hubiera querido confesar banalidades tales como que no soporto el corpiño con aro y relleno porque no me gusta lucir tetas irreales, o que odio andar sacudiéndome los pelos de Tigre en los sweaters y el tapado, pero como siempre terminé en temas hoooondos (a riesgo de ahogarme).
Confieso, por último, que en quince minutos tengo que estar retirando a Lupe del jardín (y quiero tener tiempo para comprarme una lágrima en el camino), pero no sé me ocurre cómo cuernos cerrar el texto más que invitándolas a ustedes a que se sigan confesando.
O sea. No lo cierro, lo dejo abierto.
¿Ustedes qué confiesan?
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