
Entré al subte en la estación Federico Lacroze, tenía que ir hasta Callao.
No logré sentarme en todo el viaje. En una parecía que me sentaba y entró una embarazada. En otro momento se hizo un hueco, pero no estaba segura si yo iba a entrar en ese espacio y me dio vergüenza intentar. Si no entraba, volver a pararme iba a ser un papelón. O el de al lado iba a tratar de correrse con cara de:
¿caderas más grandes no tenías piba?
Viajando parada, sin libro ni mp3, me dediqué a observar a la gente y a imaginar a dónde iban. Una chica joven, muy prolijita y maquillada pensé:
va a una entrevista de trabajo.
Un chico con ambo azul oscuro,
va a estudiar o a algún hospital a hacer la residencia.
Un señor, profundamente dormido no me dejó que le adivine su destino. Estaba con la cabeza tirada para atrás, contra la ventanilla, y con la boca abierta. Me acordé del
Pescamagic.
Ese juego en el que enganchabas pececitos con una caña. Me colgué pensando en que ese fue un gran regalo que me hicieron para un día del niño. Me pasé una estación.
Cosas que pasan.
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