
Buenos Aires en enero es increíble. La gente está como de vacaciones pero sin estarlo. Surgen cosas para hacer todas las noches, asados los fines de semana, los horarios se aflojan. Me encanta. Y lo mejor de todo es que no está la mitad de la gente que circula habitualmente y termino llegando un promedio de 20 minutos antes a todos los lados por la ausencia de tráfico. ¡Viva la feria judicial! Ellos son los que vacían la línea D. Tengo que acostumbrarme a los nuevos tiempos de la ciudad.
Desde el lunes que vengo sacando programas todas las noches. Anoche salí con Pedro y unos amigos (los rosarinos de la otra vez). Fuimos a un bar por Palermo con un patio al aire libre divino. Nos encontramos ahí después de la agencia a las 8 y la próxima vez que miré el reloj eran las 3. No sé cómo pasó. Me habré acostado a las 3 .45 a.m. y estoy arriba desde las 7. Así estoy.
No existe el concepto costo cero, no es posible. Todo lo divertido de anoche lo tengo acumulado en unas ojeras imposibles de tapar con corrector y una cara de dormida que como dijo Pedro cuando me vio "Ah, nena, con esa jeta no te levantás ni a la mañana". Y tiene razón.
Calavera no chilla, diría mi madre.
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